El silencio, al igual que la oscuridad,
se habían adueñado de cada rincón del Casco Antiguo de
Ventormenta, avisando a cada transeúnte que por sus calles
deambulaba, que la noche y un sinfín de peligros aguardaban
expectantes en cada recoveco de aquel mísero y sucio barrio de la
ciudad. El gran reloj de la torre de Ventormenta marcó las tres en
punto, y como cada noche a esa hora muchas tabernas cerraban sus
puertas, plagadas en su mayoría de maleantes y desamparados que
aprovechaban hasta el último segundo para saciar su sed. La Ratonera
no era una excepción.
Sus pequeños pies pisaban cada adoquín
de los oscuros callejones sin temor alguno. El gnomo de cabellos
rojizos caminó sin descanso de camino a casa mientras la abundante
ingesta de alcohol se adueñaban de él por momentos, embriagando sus
sentidos y adormeciéndolo casi por completo. Sin embargo, Rheddy
sabía como regresar a casa, o a lo que ahora al menos parecía ser
su nuevo hogar, la sede de los Espadas de Tormenta.
El gnomo no pudo evitar dejar huir un
bostezo mientras estiraba sus menudos brazos, cuando de repente su
pie se introdujo en una zanja entre las baldosas, provocando una
nefasta caída que le obligó a clavar la rodilla en el suelo que
causó algún que otro gesto de disgusto. En ese mismo momento un
agudo silbido rozó su mejilla, rasgando la piel de su rostro y
dejando escapar varias gotas de sangre que resbalaron rápidamente
por su cara. Rheddy se llevo las manos a la cara reaccionando ante el
profundo corte, y miró al frente donde una daga permanecía indemne
incrustada en una viga de madera que sostenía con resistencia los
cimientos de una de las casas apiladas que abarrotaban la zona. Su
mirada se volvió rápidamente hacia atrás, y fue entonces cuando el
brillo de la luna reflejó el filo del acero que se dirigía
nuevamente hacia él. El gnomo esquivó con maestría el ataque
mientras sus pequeñas manos se aferraban a sus puñales que hasta
entonces descansaban en su cinturón. La ebriedad no dificultó que
se mantuviera repentinamente alerta, examinando a su alrededor
buscando la procedencia de su atacante, sin embargo, la oscuridad
camuflaba con total eficacia a su letal enemigo.
-¡Sal de tu escondrijo,
sabandija!-gritó Rheddy.-¡No te tengo ningún miedo!
Las palabras del gnomo se expandieron
por la zona viéndose de pronto acompañadas por una misteriosa risa
que invadió aquel lugar, intentando desesperadamente poner en
preaviso al pequeño asesino. Rheddy sostuvo con determinación sus
armas, a la vez que su ceño rojizo se fruncía al apretar con fuerza
su mandíbula. Una silueta apareció frente a él, tomando forma a
cada paso que acortaba la distancia entre ambos. La escasa luz de la
noche iluminó a su enemigo lentamente, tomando aquellos segundos
vitales hasta mostrar por completo al humano que acechaba entre
sombras. Sus ojos azules como el cristal, sus cabellos blancos, su
rostro pintado parcialmente cual máscara... El gnomo abrió los ojos
aún más si cabía, sin salir de su asombro por lo que éstos veían,
reconociendo claramente a aquel despiadado ser. Las manos del pequeño
gnomo temblaron de repente mientras desprendía las últimas palabras
que sus labios pudieron emitir en lo que fue un leve y vano susurro
que se esparció entre la penumbra, perdiéndose para siempre junto
con la vida del pequeño asesino.
Los delicados dedos de la joven asieron
los extremos de la pajarita que rodeaba el cuello del mercenario,
mientras entrelazaba cada una de las partes para dar lugar a la forma
común de aquel incómodo accesorio. Brandon gruñó ante la mirada
de Elizabeth, sin necesidad siquiera de transformarse en huargen para
mostrar que estaba en contra de aquel elaborado paripé. Sus
enguatadas manos recorrieron su atuendo sintiendo una extraña
sensación que exigía de si mismo una huida inmediata.
-Elizabeth, entiendo que tenga que
vestirme con todo... esto, pero... ¿Realmente era necesaria la
pajarita?
-Por supuesto que es necesaria.-replicó
la humana.- No vas a hablar con un cualquiera Brandon, es hora de que
aprendas cual es tu lugar en cada momento.
-Los Espadas siempre hemos solucionado
los problemas por nuestra cuenta.-respondió el líder mercenario.-No
hemos necesitado más que nuestra gente para salvarnos el pellejo, no
entiendo por qué esta vez ha de ser diferente.
-Los Espadas, como tu dices.-dijo la
joven haciendo una mueca con el labio mientras doblaba correctamente
el cuello de la camisa de Brandon.- Solo llevan unos pocos meses
funcionando. Tienes mucho que aprender, como por ejemplo, que no todo
se soluciona clavando un puñal en el pecho del problema en
cuestión.-terminó Elizabeth mientras arrebataba las armas del
mercenario y peinaba con sus dedos los cabellos rojizos del humano.
La joven sacudió con su mano varias
motas que se posaban sobre el hombro de la chaqueta de su líder
asegurándose de que ya estaba listo. Ambos miraron el gran portón
de madera con el símbolo de un león que representaba a la Alianza
en todo su esplendor.
-¿Quieres que entre contigo?-preguntó
Elizabeth dubitativamente examinando el rostro de su joven amigo.
-Si dices que es algo que debo
aprender... entonces será mejor que me acostumbre cuanto antes.
-¿Eso es un no?
-Si, Elizabeth, es un no, lo haré yo
solo.
Brandon golpeó en varias ocasiones la
gran y robusta puerta, hasta que de su interior se oyó un gran grito
proveniente de un humano con voz bastante grave. El mercenario se
adentró lentamente, observando cada detalle a su alrededor. A
diferencia de en otras ocasiones, sabía que no se encontraba en
peligro, o quizás no entre el peligro al que estaba acostumbrado,
pero aquello no dejaba de ser un momento extremadamente incomodo para
si mismo. El humano caminó lentamente hasta colocarse frente a un
corpulento hombre de cabellos oscuros y poblada barba. El general se
encontraba ataviado con unas resplandecientes armaduras de placas
cubierta en su mayoría por un amplio tabardo azulado que poseía el
símbolo del mismo león que había visto segundos antes grabado en
la puerta. El humano se acomodó en su amplio sillón aterciopelado
de un tono bermellón, mientras levantaba la vista de sus pergaminos
y tareas para fijarse detenidamente en el mercenario sin evitar ser
invadido por una cara de circunstancia.
-¿Y bien? ¿Qué demonios
quieres?-irrumpió con un estruendo por voz que sobresaltó a Brandon
debido a la vasta autoridad que éste emanaba a su alrededor.-No
tengo todo el día amigo, no puedes hacerte una idea de lo mucho que
tengo que hacer...
-Lo siento señor.-tartamudeo Brandon
mientras entrelazaba sus dedos.- Venía a pedir ayuda... mi nombre es
Brandon McAllan, soy el líder de una organización mercenaria.
Espadas de la Tormenta, el asunto es que..
-¿Espadas de qué...?-interrumpió el
general-¿Qué clase de nombre es ese? Mira chico, no tengo tiempo
para sandeces... ve al grano.
-Por supuesto.- asintió Brandon
sintiéndose cada vez más cohibido y acorralado.-Desde hará varias
semanas, algunos de mis hombres han sido asesinados... he venido
hasta aquí con la intención de solicitar ayuda en la investiga...
-¿Asesinados?-exclamó el
general.-¿Por qué demonios debería interesarme vuestros asuntos,
pequeñajo?
Brandon frunció el entrecejo mientras
sin percatarse, sus manos se dirigían a su cinturón, donde esperaba
encontrar sus armas, sin embargo sus dedos solo encontraron el vacío
otorgado por la ausencia de éstas. Su mirada se desvió hacia la
puerta donde Elizabeth vigilaba exhaustivamente al mercenario, y se
percató de que sus dagas reposaban sobre sus manos. El mercenario
cerró los puños con fuerza, sintiéndose ultrajado, burlado y sin
salida.
-¿Y bien? ¿No tienes nada que decir
pelo panocha?
Brandon golpeó la mesa con el puño
mientras la ira se acumulaba en su interior. Sus actos comenzaron a
adueñarse de sí mismo a la vez que su vista comenzaba a nublarse
por la rabia que acumulaba sin cesar y que ansiaba estallar arrasando
y destrozando todo a su alrededor.
-¡Ya está bien! ¡No voy a aguantarte
ni una más!-gritó el mercenario intentando evitar la transformación
que terminaría por hacerle perder los estribos.-¡Voy a hacerte
pagar cada una de tus palabras!
-¡Mal, mal y mal por enésima vez!-
gritó el comandante que repentinamente se puso en pie mientras su
aspecto variaba lentamente.
Sus cabellos cortos oscuros se tornaron
castaños mientras crecían hasta recogerse en una cola de caballo,
sus pobladas barbas azabache se transformaron en una cuidada perilla,
mientras que su corpulenta figura se encogió dando lugar al menudo
cuerpo del joven ilusionista.
-¡Una de estas... te vas a llevar un
puñetazo!-amenazó Brandon mientras agarraba por el cuello de la
camisa a Cedric.
-Suéltame...-balbuceó el susodicho
mientras comenzaba a faltarle el aire.
-Brandon, lo hacemos por tu
bien.-respondió Elizabeth mientras intentaba calmar las ansias del
huargen.
-¿Y si hubiese sido un general de
verdad?-añadió el ilusionista mientras se masajeaba el cuello.-¿Le
hubieses amenazado también?
-Cedric tiene razón, tus métodos...
ya no son tan válidos como lo eran antes.
Brandon exhaló un suspiro mientras
intentaba respirar hondo y serenarse para controlar sus violentos
impulsos.
-Está bien...puede que tengáis
razón... pero la próxima vez...-murmuró mientras amenazaba a
Cedric con el puño.
-¡La próxima vez qué!-se jactó el
ilusionista.-¡No te equivoques Brandon, tu y yo no somos tan amigos
como crees!
De pronto un portazo sonó en la
entrada de la base de los Espadas de Tormenta, situada en el piso
inferior. Los sonoros y profundos pasos se acercaron rápidamente
escaleras arriba hasta alcanzar al resto del grupo, interrumpiendo la
acalorada discusión que mantenían hasta entonces. Ricardo llegó
alterado fijando la vista en sus compañeros.
-Ricardo...¿Estas bien? ¿Ocurre
algo?-preguntó Elizabeth con curiosidad y preocupación mientras los
dos jóvenes dejaban sus disputas a un lado y se fijaban en el recién
llegado.
-El gnomo...-susurró mientras negaba
con la cabeza y su rostro se tornaba frío.
La expresión del grupo cambió
drásticamente, ambos se miraron las caras esperando que aquello no
fuera mas que un error, una confusión o quizás un mal sueño del
que pronto despertarían. Sin embargo las palabras de Ricardo eran
tan reales que el grupo solo pudo permanecer en silencio sin
articular palabra alguna, sin entender que era lo que realmente
estaba ocurriendo. Espadas de la Tormenta estaba recibiendo su peor
golpe cuando sus cimientos no eran lo suficientemente consistentes
como para soportar tal desgracia.
El general Hammond Clay miró al grupo
que permanecía de pie al otro lado del robusto escritorio de madera
color caoba ataviado con hileras de papeles y libros entre los que
destacaba únicamente un tintero de cristal junto a una pluma dorada.
El humano, de cabellos rubios y largas barbas permaneció en silencio
unos segundos mientras buscaba las palabras con la que dirigirse al
grupo sin llegar a herirlos por sus numerosas pérdidas pero sin
tampoco anunciar más de lo que simples civiles debían saber.
Brandon miró de reojo a Cedric y Elizabeth, situados a ambos lados,
y se sintió por primera vez seguro de sí mismo en aquella
desconocida y novedosa situación en la que se hallaba. La
simulación de Cedric no había fallado ni en lo más mínimo. El
decorado, el lugar, incluso el tremendo parecido del general habían
resultado ser prácticamente idénticos a lo que había vivido en el
despacho de su base. Por un momento sus pensamientos divagaron
alejándose de aquel lugar. Era cierto que tanto el ilusionista como
Brandon no habían comenzado con buen pie, y que para el mercenario,
Cedric no era más que un charlatán y estafador de poca monta al que
necesitaba momentáneamente, sin embargo, por primera vez temió
tener que darle la razón a sus palabras. Quizás se había
equivocado con él, incluso puede que su poder resultara útil a
largo plazo después de todo. Las cosas no habían fluido como
Brandon esperaba en general tras la fundación de la banda. Catherine
se hallaba a millas de distancia, sus hermanos aún permanecían
desparecidos en aquel nuevo continente llamado Draenor, las
discusiones con Cedric eran cada vez más frecuentes, y ahora la
muerte de Rheddy...
-Mis condolencias por lo ocurrido señor
McAllan.-rompió a decir el General Clay llamando de nuevo la
atención del líder mercenario.-Nuestros mejores hombres trabajan en
casos similares a lo que os ha sucedido.
-¿Casos similares?-preguntó Cedric
enarcando una ceja.
-Así es. Por desgracia no sois la
única banda mercenaria que ha perdido hombres entre sus
filas.-respondió el militar.-El IV:7 ya investiga lo sucedido, sin
embargo, al igual que en vuestro caso, las pistas tras los asesinatos
son...prácticamente nulas. Sin testigos, sin razones aparentes,
sin...
-Entonces...-interrumpió
Elizabeth.-¿Alguien está matando mercenarios porque si? ¿No es
algo...únicamente en nuestra contra?
-Es mucho más complejo que todo eso
joven.-añadió el general.-Aún no puedo asegurar nada, pero os
mantendré informado en cuanto posea más datos de la situación.
Brandon asintió en forma de
agradecimiento, y seguidamente el grupo abandonó la sala. El rostro
del mercenario permaneció serio mientras abandonaban el castillo de
la ciudad. Sus manos se deshicieron de la asfixiante pajarita
terminando por tirarla al suelo y pisarla para asegurarse de que
Elizabeth se lo pensara antes de recogerla. Brandon había sentido
miedo, ira, odio,...pero la frustración era algo que nunca cabía en
sus planes, hasta ese momento.
-Al final no hemos conseguido
nada...-dijo el mercenario malhumoradamente.-¡Dos semanas de
espera... para absolutamente nada!
-Era nuestro deber
intentarlo.-respondió Elizabeth-Y baja la voz Brandon, recuerda que
aún estamos en los jardines del castillo.
-Tarde o temprano encontrarán al
causante.-dijo el ilusionista convencido de la veracidad de sus
palabras.-Y entonces pagará por lo que ha hecho.
-¿Tarde o temprano? Cedric, han matado
a más de una veintena de nuestros mejores asesinos...-espetó
Brandon.- ¿Crees que voy a seguir esperando con los brazos cruzados?
-Tranquilízate Brandon, yo no tengo la
culpa de nada de esto. No lo pagues tus problemas
conmigo...-respondió Cedric encarándose con el mercenario.
-¡¿Mis problemas?!-gritó
nuevamente.-¡Dirás nuestros problemas!
-¡Son tus puñeteros problemas cuando
tú decidiste ponerte al mando de todo esto!
-¡Chicos, parad!-interrumpió la
joven.-Discutiendo no solucionaremos nada...al menos hemos
descubierto que no es nada personal hacia los Espadas, lo que
significa que hay más organizaciones y mercenarios en nuestra misma
situación.
-Tienes razón.-dijo el
mercenario.-Pero no podemos esperar a que el resto reaccione para
actuar...
-¿Tienes algún plan mejor?
-Pues el de siempre... nos las
arreglaremos nosotros mismos...
El general Hammond se recostó en su
sillón mientras acariciaba su barba. ¿Qué demonios estaba pasando?
Se preguntó. En las últimas semanas las cosas en la ciudad se
habían descontrolado demasiado. Casi medio centenar de mercenarios y
asesinos habían aparecido muertos, pero desgraciadamente no solo
afectaban a ese gremio, algunos de sus hombres también habían caído
al verse envueltos en el misterioso asunto. Tan solo recordar el
último ataque le puso los pelos de punta. Hacía días que algún
extraño se había adentrado en las mazmorras de Ventormenta, matando
a la mayoría de asesinos que allí permanecían y al menos a una
veintena de guardias. Sabía que lo que sus ojos vieron aquel día no
sería fácil de olvidar... pero... ¿Asesinos... que matan asesinos?
Pensó Clay. ¿Dónde diantres se había visto algo semejante? ¿Y
con qué propósito?...Ni siquiera el IV:7 había hallado nada al
respecto, eso sin contar que siete de los mejores espías habían
caído en similares circunstancias. Hammond se masajeó la frente sin
saber por primera vez en sus décadas de mando como actuar.
Varios golpes en la puerta lograron
llamar su atención evadiéndole momentáneamente de sus
preocupaciones. A los pocos segundos un joven escuálido de tez
pálida y cabellos claros se acercó a toda prisa hasta su posición
extendiendo el brazo con un pergamino entre sus dedos.
-¿De qué se trata?.-preguntó el
general con curiosidad mientras tomaba la misiva.
-Correo de la teniente Thorn, mi
señor.-contestó el joven.- Informa sobre la situación en Draenor,
incluido el avance contra la Horda de Hierro además de esclarecer
parte de lo sucedido en la ciudadela del Almirante... Taylor.
El general Clay sintió como se le
secaba la garganta al oír aquel nombre.
-¿De Thorn...? Qué demonios querrá
ahora...- murmuró el general Clay comenzando a desenrollar el
pergamino mientras hacía un gesto con la mano indicando al joven
mensajero que podía retirarse. Los ojos del humano se posaron en el
papiro cubierto de letras escritas en tinta azabache, mientras se
centraban en leer cada una de las palabras que allí relataban,
cuando casi al final del mensaje algo captó su atención.
Además del resto de información de
carácter relevante que les he hecho llegar, me gustaría comentaros
General Clay, algo que aunque no deja de ser meramente informativo,
creo que podría tener gran relevancia en el futuro. Tras los
numerosos meses que he pasado al mando de la fortaleza de Bajaluna en
Draenor, me he encontrado con un grupo de llamémosles ''héroes''
los cuales he aprendido a tener en cuenta con el paso del tiempo. El
misterioso grupo, apodado ''La Orden Eterna'' se ha dado a conocer no
solo en esta base de Sombraluna, sino en todo Draenor tras las
numerosas hazañas que han realizado, en su mayoría con éxito. Cabe
destacar entre ellas, la colaboración e indispensable participación
en la batalla contra el Clan Sombraluna y las fuerzas de Ner'zhul,
además de la ayuda aportada a los draenei de Karabor y el consejo de
los Exarcas. La expedición hacia Gorgrond con el fin de localizar a
un grupo de exploradores del Kirin Tor, su enfrentamiento contra las
fuerzas de Gul'dan en Auchindoun, su arriesgada misión en Arakk y
las numerosas maniobras defensivas que han hecho que esta fortaleza
siga hoy día en pie.
Desconozco cuales son las habilidades
de cada uno de los miembros del grupo, o qué estrategia militar usan
si es que hacen uso de alguna, pero os aseguro que uno de sus hombres
valen al menos por diez soldados de la Alianza. La mayoría de ellos
descansan en el fuerte de Bajaluna, esperando posiblemente cualquier
misión que les sea encomendada. Sabed pues que me tomo la libertad
de anunciar que la organización al completo estará a vuestra entera
disposición si así lo necesitáis.
Sin más dilación,
Teniente Thorn.
El general Clay volvió a recostarse
sobre su sillón una vez más mientras dejaba el pergamino en la
mesa.
-¿Así que la Orden Eterna?... Quizás
sea hora de probar si Thorn tiene razón y son tan buenos como
asegura...
Gracias a sus heroicos logros tras las
numerosas misiones en Draenor, La Orden Eterna ha logrado ser
reconocida entre los altos mandos de la Alianza, donde a partir de
ahora se labrarán un futuro como grupo o facción a las órdenes
ésta. Sin embargo su primera misión llevará al grupo al límite
donde el destino del grupo penderá de un hilo y sus decisiones
determinaran el devenir de la organización.
Los Espadas de la Tormenta y La Orden
Eterna lucharán por descubrir qué es lo que está ocurriendo y pone
en peligro no solo a los mercenarios, sino a algo mucho mayor. Ambos
grupos deberán enfrentarse a una despiadada organización de
asesinos de élite que no dudarán en obedecer ciegamente a su
misterioso y sombrío líder. Los miembros de la Orden deberán
seguir sus instintos sin saber que la línea que separa un héroe de
un asesino es demasiado fina, y que cada acto cuenta.
Novedades del capítulo!:
-Reajuste de Talentos y habilidades
-Nuevos enemigos
-Nuevo sistema de combates (Duelos)
-Nueva moneda: Insignias de asesino
-Nuevos objetos de tienda: Armaduras y
Bonus
-Listados de Bonus de Clase a elegir
-Nuevas y varias armonizaciones a la
vez por personaje
-Armonizaciones de grupo
-Serie de relatos de Ivy
-Final totalmente abierto
-Nueva clase únicamente obtenible en
este capítulo:
ASESINO
Y muchas cosas más... próximamente en el Capítulo XVII