jueves, 28 de mayo de 2015

Prólogo Cap I (2.0) - Rencor entre las sombras (Parte 2)


El sol se alzaba en el cielo observándolo desde hacía horas, sin embargo, el brujo no tenía prisa alguna por llegar al destino hacia el que se dirigía. Cabalgó a lomos de su corcel blanco mientras cruzaba el gran puente que separaba el condado de Brakor del resto de los Reinos del Este. Las última veces que había viajado hasta allí habían sido siempre por las mismas razones. La Orden celebraba cada año una reunión entre facciones, y como miembro de una, Raymond debía asistir a cada uno de los encuentros. Cada año que pasaba le asqueaban más aún ese tipo de eventos, que no valían más que para recriminar o reprochar las viejas rencillas que existían entre los presentes.

El humano desmontó al llegar a las grandes rejas donde varios guardias apostados impedían tanto su paso como el de cualquier otro que vagabundeara por la zona. Raymond extrajo un pergamino de su talega, haciendo entrega de él a uno de los vigilantes de la Casa Doe, que seguidamente abrió la gran verja cediéndole el paso. Los jardines del castillo casi lograban llegar a ser tan refinados como los de la Casa Leproux, sin embargo, Raymond sentía gran debilidad por el prado de rosas rojas y negras antes que los jazmines de aquel lugar. Caminó con paso firme preguntándose si quizás había llegado demasiado pronto o por el contrario si la reunión había puesto fin hacía horas, aún así disfrutó del largo paseo sintiendo como la brisa del mar le abismaba.

El brujo se detuvo en seco cuando sus ojos la descubrieron sentada en un banco de piedra blanquecina junto a la fuente mientras varios cuervos revoloteaban a su alrededor. La mirada de Raymond la analizó detenidamente, preguntándose cuanto tiempo habría pasado desde que sus caminos se separaron tomando rutas distintas. Sus pasos le ayudaron a aproximarse y cuidadosamente apoyó una de sus botas en el mismo lugar donde Alice se encontraba, mientras que desde allí, apoyando los brazos en su rodilla rompió el silencio.

-No sabía que ahora te gustaran los animales...-dijo Raymond dibujando una sonrisa en sus labios.
-No deberías estar aquí.-respondió la bruja que ya había visto de reojo al humano acercarse.- Chantalle y Giordano te están esperando dentro, hacen rato que llegaron y no parecen estar de buen...
-Podrán esperar.-interrumpió.-No creo que ocurra nada malo por pasar un rato charlando con una vieja amiga...¿Verdad?
-Por supuesto que no.-sonrió Alice.- ¿Dónde has dicho que está esa amiga?-preguntó irónicamente mirando a su alrededor en forma de burla.
-No has cambiado nada Alice...
-Al contrario Madler, eres tú el que no has cambiado.
El semblante del brujo se tornó sombrío de repente ante las palabras de la humana.
-No vuelvas a llamarme así... ese... nombre ya no existe...ahora soy Raymond.
El humano intentó serenarse y cambiar de nuevo su rostro, recordó como tiempo atrás había cometido errores, y no se trataban de asuntos banales, sino de errores que terminarían con él en una horca. El simple hecho de que alguien conociese su antiguo nombre, ponía en peligro algo más que su propia vida.
-Alice, sé que... desde que cada uno siguió su camino... bueno, no has visto con buenos ojos mis... estudios, por así decirlo.-dijo intentando buscar las palabras exactas.-Pero... debo confesarte que he descubierto algo, algo novedoso que podría dar un giro a cualquiera que...
-Raymond, ya basta.-respondió la bruja secamente.-Tus creaciones y experimentos no son más que aberraciones, ¿Qué pretendes con todo esto? ¿Qué la orden te ayude? ¿Qué convenza a Chantalle?...
-No... nada de eso.-respondió el brujo confuso.
-¿Es que no te das cuenta de nada de lo que ocurre?-susurró Alice posando sus ojos en los de éste.-El Consejo va a proponer que el Santuario se disuelva...
Raymond frunció el ceño, de todas las cosas que podrían ocurrir aquella era la que menos esperaba. Sin el Santuario, tanto Chantalle como Giordano se dedicarían a continuar con su vida, y el brujo sabía que tras sus actos, que serían posiblemente los responsables de que esto ocurriese, su persona no tendría cabida en el resto del grupo. Sus experimentos se irían al garete sin los beneficios del líder de su grupo... por no decir si alguno era tan mezquino como para delatarlo ante las autoridades por aquellos actos que había cometido. Si el Santuario desaparecía todo lo que había logrado avanzar se esfumaría con él.
-Debe de ser una broma...
-Nada de broma Raymond, eres un necio... ¿Sabes lo que hemos pasado muchos cuando nos enteramos de lo que le ocurrió a Thilane?
-Pero eso no es...
-¡Sí es culpa tuya!¡Eres un idiota y nunca aprenderás!-exclamó Alice mientras se ponía en pie.
El brujo recordó lo sucedido con la sacerdotisa y el artefacto que estaba llevando a cabo, y entonces decidió evitar que esos recuerdos salieran a la luz, principalmente para que Alice evitara leer sus gestos y averiguar que ese mal aun seguía vivo.
-Con más razón Alice, necesitamos tu apoyo. Necesitamos que la Orden nos ayude.
-Yo no soy la guardiana, intenta convencer a Zephiel de ello... quizás tengas suerte y no te arranque la cabeza el mismo.-dijo Alice insinuando los hechos ocurridos hacía meses que afectaron al joven Lionell al ver que su madre había sido presa de la locura.
Raymond torció el labio, convencer al guerrero no estaba en su mano, pero quizás Giordano fuera capaz de ello, aunque eso también quedaba lejos de su alcance.
-Entonces larguémonos de aquí... tu y yo, como en los viejos tiempos...
Alice soltó una carcajada.
-Hace ya tanto de eso que ni me acuerdo, olvídalo Raymond.
El brujo agarró el brazo de Alice antes de que le diese tiempo a marcharse. Sus dedos se aferraron a su piel con fuerza mientras la bruja hacía un gesto de dolor.
-Suéltame Raymond...-amenazó.
-Te estoy dando una oportunidad...-le susurró el brujo al oído.- Si la rechazas...
Un fuerte silbido interrumpió las palabras de Raymond y ambos se giraron hacia el gran balcón que sobresalía del castillo. James apoyó sus brazos en el borde de piedra observándolo amenazante desde su posición. El brujo cedió liberando a Alice sin apartar la vista del cazador.
-Supongo que los cuervos no son los únicos animales que te gustan.-dijo refiriéndose a James.
Alice intentó abofetear al que había sido su amigo tiempo atrás, pero Raymond detuvo el intento agarrándole la muñeca.
-Esto no ha acabado aquí Raymond...-amenazó la humana que acto seguido se giró marchándose del lugar.
-Por supuesto que no Alice,... por supuesto que no...-murmuró en un susurro apenas audible.


Alice sintió como un cubo de agua helada caía sobre su cabeza. La bruja se despertó alterada intentando moverse, pero descubrió que tanto sus manos como sus pies se hallaban atados a una silla. Sacudió sus largos cabellos hacia un lado apartándolos de su rostro, y entonces lo vio. Raymond sonreía frente a ella. Sus cabellos rubios era lo poco que la bruja pudo ver en aquella oscura habitación únicamente iluminada por una sola antorcha. No tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra, sabía que él estaba allí, sabía desde hacía años que tarde o temprano Raymond la atraparía para no dejarla escapar nunca. La visión que había tenido semanas atrás había dado un vuelco a la tranquilidad de la Orden, y el brujo no había desperdiciado siquiera un segundo en hacerse notar.

Raymond se acercó hasta Alice, caminando pausadamente e incluso con delicadeza podría decirse. Agarró con sus dedos el mentón de la humana, obligándola a que sus ojos se encontrasen. La mirada de éste dijo más de lo que cualquier palabra podría dar a entender, así que no necesitó siquiera desperdiciar saliva en palabras que carecían de importancia. Repentinamente un leve brillo llamó la atención del brujo, que halló colgado del cuello de Alice el talismán de la Orden.

-No es posible...-susurró mientras se lo arrancaba del cuello sintiendo como sus dedos se aferraban a él con ansia.-Así que es cierto... habéis forjado un nuevo talismán...
-¿Creías que iba a ser tan fácil darnos caza? Debió de ser frustrante cuando no encontrasteis a nadie en el castillo Doe...
El brujo ni siquiera cayó en la provocación de la humana, en sus pensamientos tan solo tenía cabida el nuevo descubrimiento. Acarició cada parte de ese valioso artefacto, preguntándose como sería su funcionamiento y no solo eso, sino como sacar partido de él.
-Dime como funciona... y quizás... sea piadoso contigo.-amenazó.
-La piedad no es algo que vaya contigo Raymond...
El brujo frunció el ceño y desvió la mirada de nuevo hacia el talismán. Unió sus manos y se concentró en hacerlo funcionar. El artefacto comenzó a brillar de repente y los ojos del brujo se iluminaron ante tal acto, sin embargo la reliquia se deshizo rápidamente dejando escapar un potente ácido que contenía en su interior. Raymond no pudo retener un grito de dolor al sentir como sus manos ardían por el líquido que había entrado en contacto con ellas. Secó sus manos rápidamente en su toga intentando aliviar las quemaduras que le habían producido.
-¿Me crees tan estúpida como para llevar el talismán encima sabiendo lo que ocurre en el futuro?...No sé si sentirme ofendida incluso.
El brujo se acercó hasta Alice y le propino en la cara un fuerte golpe con el dorso de la mano que provocó que la bruja cayera al suelo junto con la silla en la que se encontraba atada. Tras un par de golpes en el estómago que propinó con su propio pie, Raymond se arrodilló acercándose a ella.
-¿Sabes qué? Mejor que no hayas traído el talismán... así ellos verán lo que haré contigo, y cuando vengan a detenerme... cosa que harán... entonces verás como acabo con cada uno de ellos...-amenazó.-Incluido el mercenario.
-¡Te mataré cuantas veces haga falta desgraciado! ¡¿Me has oído bien?!-gritó Alice.
-Vigiladla.-ordenó el brujo a los guardias mientras abandonaba la sala.-Y si intenta algo... matadla.



La guardiana de la Orden ha sido raptada, y con ella la Orden ha recibido un duro golpe. Sin embargo todo esto no es más que el principio para acabar de una vez por todas con el resto de grupos de la Orden. Zephiel, Lorraine y el resto de miembros deberán buscar aliados en las demás facciones para lograr acabar con el enemigo que les acecha, sin saber que éste aguarda expectante a que llegue ese ansiado momento.


Raymond y los suyos ya han movido ficha, pero...¿Qué movimiento harán los miembros de la Orden? Próximamente en el Capítulo I – Rencor entre las sombras.

Prólogo Cap I (2.0) - Cantos de Sirena (Parte 1)


El estruendo recorrió rápidamente la isla Canto de Sirena en toda su extensión, alertando así a todos los mercenarios que hacían ya horas que habían puesto en marcha sus quehaceres diarios, incluso previniendo a aquellos que aún descansaban, logrando que se sobresaltaran violentamente.
Cedric abrió los ojos de repente. Sus iris color marrón caramelo se colorearon veta a veta adquiriendo un todo azulado en tan solo unos segundos. Arrojó a un lado las sabanas y se acercó hasta la ventana, donde apartó cuidadosamente la cortina lo suficiente para poder vislumbrar como el gentío corría agitado de una lado para otro entre gritos de incertidumbre y temor. El ilusionista enarcó una ceja mientras su larga cabellera y su poblada barba de color castaño oscuro se acortaban y se teñían gradualmente de un tono azabache. El humano acarició su perilla para asegurarse de que el resultado era cuanto menos excelente, a la vez que abría la ventana asomándose al exterior para descubrir qué era aquello que estaba teniendo lugar. Cedric se percató de que los mercenarios corrían hacia el puerto, sin embargo tras otear el horizonte en busca de aquello que aun no lograba encontrar, se dio de bruces con la realidad cuando un fuerte estruendo sonó a lo lejos. La bola de cañón destrozó de un impacto uno de los grandes edificios de la isla, convirtiéndolo en añicos en cuestión de segundos del que solo quedó una columna de humo y un mar de restos de madera. Cedric permaneció impactado, pensado que con algo de suerte quizás todo aquello no era más que un sueño.

El ilusionista reaccionó a los pocos segundos y se vistió a toda prisa con la muda color negro que descansaba sobre el gran sillón a los pies de la cama. Se puso sus botas rápidamente cuando el siguiente estruendo tuvo lugar. Por unos instantes tuvo la necesidad de acercarse hasta la ventana una vez más para salir de su asombro, pero esta vez no hizo falta. El disparo impacto en la habitación contigua a la suya derribando la pared que dividía los aposentos de Robert y el suyo, y logrando arrasar con todo lo que intentara bloquear su trayectoria. Cedric cayó de espaldas al suelo cuando de repente el edificio comenzó a tambalearse. El mago miró hacia arriba temiendo que ocurriera aquello que estaba teniendo lugar. El techo del edificio comenzó a resquebrajarse, la vigas y tablones de madera crujían entonando un audible griterío al resentirse bajo el peso que soportaban, haciendo que varios trozos comenzaran a desprenderse. El mago se concentró deshaciendo su cuerpo en miles de motas luminosas que aparecieron en mitad de la calle, donde aún en el suelo observó como el lugar del que había salido segundos antes, se venía abajo.

Cedric volvió la vista hacia el puerto mientras se ponía en pie. Corrió sin detenerse ni un segundo sin poder evitar chocar con algún que otro mercenario en el camino. Varios barcos de gran tamaño con velas color carmín se alzaban imponentes en el horizonte, que no cesaban ni un instante en atacar sin piedad la hasta entonces base de los espadas. El mago recorrió el puerto con la mirada sin saber siquiera como actuar. El Vela negra se hundía en el mar con un gran agujero en el casco que atravesaba de lado a lado, un segundo navío no había corrido mejor destino, quedando partido en dos trozos, pero el mazazo llegó cuando entre los barcos enemigos se encontraba El Trueno. Catherine debía ser estúpida si creía que ella sola podría enfrentarse a los numerosos barcos enemigos, pensó Cedric. Pero entonces lo vio claro. El potente barco viró sobre si mismo encarándose con allá donde se encontraban, y sin más dilamiento disparó contra aquel que había sido su hogar.

Los numerosos disparos borraron la taberna y el gran edificio central del mapa. Un agudo pitido recorrió los oídos del mago ensordeciéndolo unos instantes. La polvareda cubrió todo el poblado uniéndose al fuego y humo que ya formaban parte de aquel lugar desde hacía varios minutos. Cedric no recordaba aquel lugar tan destrozado desde que tuvo lugar la invasión, solo que en ese momento tanto él como los Espadas se encontraban en la otra cara de la moneda. Entre el barullo, el ilusionista oyó como una voz lo llamaba, sin dudarlo un segundo acudió guiándose por el agudo tono. Elizabeth estaba arrodillada ante lo que parecía el cuerpo de alguien. Sus manos temblaban sin saber como reaccionar, la joven había encontrado a la capitana del barco allí tumbada tras uno de los disparos. Cedric se acercó a toda prisa arrodillándose junto a ambas.
-Cedric...-tartamudeó Elizabeth entre lágrimas.
Los ojos de cerrados de Catherine hacían juego con su cuerpo sin vida. Cedric sintió una punzada en el pecho seguido de un gran nudo en la garganta que le obligó a desatar los primeros botones de su camisa. Sus ojos claros se clavaron en la joven de cabellos rubios que miraba compungida el cuerpo de su amiga.
-Lo siento Elizabeth...
La joven rompió en un llanto, puede que Elizabeth fuera muy astuta e inteligente, pero no estaba acostumbrada a la batalla, y por consiguiente las perdidas no formaban parte de la mayoría de sus vivencias, haciendo que fueran aún más duras si cabía.
-Necesito que hagas algo Eli.-dijo el mago mientras sostenía entre sus manos el rostro de la humana.-Lleva a todos los que encuentres a un lugar seguro, guíalos hacia el faro. Esperadme allí...
-Pero Cedric.-interrumpió.-Y si...
-Tranquila, no tardaré.

Cedric observó como su compañera se marchaba tambaleándose, después miró el rostro de Catherine y acarició su frente mientras agarraba una de sus manos. Lo siento Catherine... pensó.

La pérdida de su compañera y amiga había hecho que el ilusionista despertase de su aturdimiento, permitiéndole barajar las escasas opciones de las que disponían. Por suerte los hermanos McAllan junto con parte del grupo se hallaban fuera de la base realizando algunos encargos, dejando a Ricardo y a él mismo al cargo de la isla. ¡Ricardo!, pensó. No había visto al grandullón por ningún lado, con lo que su preocupación aumentó considerablemente. Caminó sin poder evitar trastabillar en varias ocasiones tropezando con los escombros que ahora asfaltaba el camino. El ilusionista se percató de que varios botes habían tomado tierra, y tanto enemigos como mercenarios se enfrascaban en una sangrienta batalla. Cedric miró las escena con impotencia, sabía que no había vuelta atrás... que aquello estaba perdido desde mucho antes de que abriera los ojos esa mañana al desperar. ¡Retirada!, gritó, pero su voz ni siquiera llegó a aquellos que no veían más que sed de sangre y venganza en el bando contrario. El ilusionista sabía que los que no cedieran... morirían allí, o quien sabe si los enemigos decidían hacer con ellos algo peor que la misma muerte.

Cedric se concentró notando como su cuello comenzaba a desprender un sutil cosquilleo, e incluso pudo sentir como algunos vellos rojizos comenzaban a brotar bajo su mandíbula cubierta de barba negra. Carraspeo en un par de ocasiones asegurándose del tono que ahora desprendían sus nuevas cuerdas vocales. ¡Retirada! Gritó nuevamente, solo que esta vez fue la voz de Brandon la que salió de su garganta recorriendo la zona. Algunos mercenarios se detuvieron y se giraron rápidamente buscando entre las numerosas siluetas al que era su jefe, aunque obviamente no lograban localizarlo. ¡Todos al faro, rápido!, gritó nuevamente Cedric, provocando que gran parte de su gente le obedeciera a ciegas.

Ricardo salió de entre los restos de la taberna, esperanzado en encontrarse con su líder en aquel momento crucial, sin embargo su gesto se torció cuando no vio más que el truco con el cual Cedric engañaba a su gente. El robusto mercenario cargaba con el cuerpo sin vida de su esposa, mientras sus ojos reflejaban una mezcla de dolor e ira. Se arrodilló depositándola en el suelo mientras acariciaba los cabellos de la humana a la vez que apretaba con fuerza la mandíbula. El ilusionista se acercó a él con presteza.

-Ricardo...-dijo mientras observaba el rostro del mismo.-Debemos irnos... en unos minutos no quedará nada...
-La han matado...-respondió apretando los puños.-Han destrozado la base,... se han llevado el Trueno...¿Crees que voy a huir como una sabandija?
-Ricardo...no hay nada que ya podamos hacer...
-¡No habrá nada que tú puedas hacer!-exclamó resaltando con énfasis las palabras al dirigirse al ilusionista.-Pero yo... acabaré con ellos con mis propias manos...

El mercenario se puso en pie, los músculos de sus brazos parecían que fuera a romper de un momento a otro los jirones que llevaba por camisa. Ricardo caminó decididamente hacia el puerto mientras cargaba su rifle preparándose para hacer uso de él. Cedric observó como se alejaba paso a paso, sintiendo como lo perdía al igual que había perdido a Catherine aquel mismo día. Ricardo no era el más afín a él, quizás ni siquiera se llevaban tan bien como aparentaban, el grandullón siempre había visto las artes ilusorias del mago como un gran acto de cobardía, y eso había provocado que Cedric cediera en las intenciones de convertirse en grandes amigos. Aún así el mago sabía que los McAllan y muchos allí veían a Ricardo como algo más que un superior o compañero, muchos lo veían como un padre, como un hermano o como un fiel aliado capaz de dar su vida por aquello que consideraba justo o necesario. Cedric se maldijo por lo que iba a hacer, quizás esto provocaría que el mercenario le odiase de por vida, pero entonces pensó, quizás pudiera vivir soportando el odio de éste, pero no podría continuar viendo en Brandon y el resto la tristeza y pesar por su pérdida.

Una tromba arcana salio disparada de las manos del mago girando sobre si misma hasta impactar en la cabeza del mercenario que se desplomó inconsciente. Cedric corrió hasta él arrodillándose rápidamente. Espero que algún día me perdones..., susurró.

El mago posó sus manos sobre el robusto humano y ambos desaparecieron de aquel lugar teletransportándose hasta las afueras del faro, donde se encontraba gran parte de la banda. Elizabeth, Lilla, y algunas decenas más de mercenarios esperaban respuestas del mago, que antes de decir nada comenzó a agitar sus manos mientras desprendía un haz de color azul traslúcido alrededor de éstas. El portal apareció frente a ellos de repente. El ilusionista asintió apenado ante los allí presentes, y mientras cada uno de ellos cruzaba al otro lado, no podían evitar echar la vista atrás sintiendo que un gran vacío inundaba ahora el pecho de cada uno de los supervivientes, preguntándose si quizás algún día serían capaz de llenarlo nuevamente.


El brujo caminó por el barco acercándose al capitán de los Dagas rojas, que a su vez observaba el horizonte con una amplia sonrisa en el rostro que se dibujaba conforme se acariciaba el cuidado bigote caoba.

-Ahí tienes lo que querías.-dijo Raymond.-La isla de los Espadas...
-Nunca tuve fe en tus palabras.-respondió Francis Tarken, el capitán.-Pero debo reconocer que habéis conseguido y superado con creces los términos de nuestro pacto.
-Ahora necesito que cumpláis vuestra parte...-indicó el brujo.-Los Espadas no son más que la punta del iceberg, sin embargo, si ellos caen... me será mucho más fácil destruir al resto...
-Confiad en mi, quiero ver la cabeza de los McAllan en una pica tanto como tú...
-Tomadlo como pago por adelantado.-dijo Raymond señalando el navío apodado como El Trueno.
-¿Tienes alguna idea sobre que hacer con los Espadas traidores?-pregunto Francis refiriéndose a aquellos mercenarios que habían traicionado a los suyos propios favoreciendo a los Dagas rojas.
-Matadlos.-respondió firmemente.-No quiero llevarme sorpresas..., y...encargaos de que les llegue el mensaje al resto. Deben temer a los Dagas rojas, así la sorpresa será mayor cuando se encuentren conmigo...



La isla Canto de Sirena ha sido destruida, y con ella Espadas de la Tormenta ha visto menguadas sus fuerzas. Sin embargo el enemigo sigue amenazante con la esperanza de acabar con cada uno de los grupos de la Orden. Los mercenarios de Brandon deberán buscar aliados en el resto de facciones para lograr acabar con aquellos que les acechan, sin saber que el verdadero enemigo aguarda expectante a que llegue ese ansiado momento.


Raymond y los suyos ya han movido ficha, pero... ¿Qué movimiento harán los Espadas de la Tormenta? Próximamente en el Capítulo I – Cantos de Sirena.


miércoles, 27 de mayo de 2015

La Orden 2.0 - La Torre de Cristal


Sus pisadas rechinaron por toda la sala propagándose con un sutil eco cada vez que el caballero de la muerte posaba sus pesadas botas en el suelo de cristal. La frágil superficie parecía quejarse cada vez que alguno de ellos caminaba sobre la misma, sin embargo, aunque todo allí fuera de cristal poseía la extrema rigidez y dureza como para soportar no solo sus pasos, sino cualquier golpe que pudiera recibir.

Ephdel pasó sus dedos por el grabado central de la puerta cristalina. Como si de varias piezas de un gran rompecabezas se tratase, cada trozo de la puerta se unían en un símbolo rodeado de varias circunferencias que daba lugar a un mecanismo situado en el corazón de cada una de las aperturas de aquel misterioso lugar. A su alrededor el paisaje era muy distinto, la vegetación se propagaba por la zona, los insectos, depredadores y otros animales coexistían en aquel ilusorio espacio, e incluso los innumerables sonidos de la selva y la asfixiante humedad del ambiente, podían palparse claramente por cada uno de ellos.

El caballero de la muerte miró al guerrero con impaciencia, esperando la respuesta a la pregunta que había formulado minutos atrás. Akuo repasaba sin descanso el pergamino de varios metros de longitud con el listado de peligros que les acecharían tras abandonar la sala.

-Estamos en Sholazar...-respondió por fin el guerrero.-Estoy seguro de que tras esa puerta se encuentra...Rocanegra.
-¿Rocanegra? ¿Estás seguro?

Akuo asintió, y tras el gesto Ephdel posó su mano dubitativamente en el mecanismo central de la puerta, que segundos después comenzó a girar dejando paso a los humanos. Ambos se adentraron cautelosamente, mientras observaban como el suelo arenoso de la jungla pasaba a ser de roca oscura, la humedad se transformaba en un calor insoportable y los tonos verdosos del paisaje anterior ahora eran sustituidos por el intenso color de la lava. Caminaron lentamente hacia el corazón de la montaña, donde podían ver en plena ebullición las bolsas de magma que estallaban a gran distancia bajo ellos. Ephdel comenzó a sentir como las altas temperaturas se cebaban consigo, debilitándolo por momentos.

-Si quieres salir vivo de aquí, debemos darnos prisa.-dijo Akuo al ver el rostro compungido del caballero de la muerte.-Sé bien donde está la próxima puerta, por allí.-señaló

El grupo corrió por la pasarela que rodeaba la zona central de la montaña, donde pudieron observar como un gran pedrusco se hallaba suspendido en el aire por cadenas. Ephdel y Akuo avanzaron sin detenerse un solo instante, adentrándose por los entresijos que formaban aquel ancestral lugar durante casi media hora.
La puerta de cristal ni siquiera estaba oculta, los orcos o enanos pasaban a su lado sin inmutarse, claro que ellos tan solo veían ahí un espacio vacío. Akuo y Ephdel se ocultaron examinando los alrededores en busca de enemigos. Eran pocos los orcos que aún se mantenían con vida allí, y mucho menos los enanos que habían decidido continuar bajo la montaña.
-Parece despejado...-susurró Akuo
-Demasiado fácil..., no hemos encontrado ni un solo enemigo decente en la selva...-murmuró el caballero de la muerte.-Parece cuanto menos extraño que aquí tampoco los haya.
-¿Los habrá matado ella?
-No seas estúpido...-dijo Ephdel enarcando una ceja ante el comentario de su compañero.

Ephdel avanzó algunos pasos acercándose a la puerta. Analizó los alrededores descubriendo varios orcos que descansaban junto a una hoguera en uno de los recovecos que llevaban de camino a la cumbre. El caballero de la muerte hizo un gesto a su compañero y depositó la mano sobre el círculo central. La puerta comenzó a abrirse nuevamente como había hecho la anterior.
-Ulduar...-dijo Akuo mientras cruzaban al otro lado.

Las rocas se convirtieron en muros metálicos con paredes cristalinas, pero no se trataba del mismo cristal que la puerta, sino uno de tonos azulados y dorados. El edificio tenía numerosas decoraciones titánicas y aunque a simple vista parecía desierto, se escuchaban un sinfín de sonidos que reflejaban que allí había más vida de la que parecía.

-Es la tercera sala.-aseguró el guerrero.
-Quedan cuatro más para salir de aquí.
-Lo malo es que... no tenemos mucho tiempo. En menos de una hora comenzarán a cambiar una a una.
-Pues debemos encontrarla rápido...-ordenó el caballero de la muerte.

Ephdel desenvainó su espada, asegurándose en cada paso que no eran sorprendidos por algún enemigo capaz de retrasarlos más aún si cabía. Aquel lugar era más peligroso del que cualquier mortal pusiese llegar a comprender, cada minuto, cada hora que alguien sobreviviera allí dentro, era un milagro en si mismo, y no se refería a Ulduar, sino a algo mucho mayor que englobaba todas esas salas. Titanes, bestias salvajes u orcos no eran nada comparado al peor de los temores que pisaban aquellos suelos de cristal.

Tanto el guerrero como el caballero de la muerte recorrieron a prisa los largos pasillos, ocultándose de aquellos enemigos que habitaban en el complejo titánico. Akuo no se despegaba ni un segundo de los numerosos mapas encriptados a los que había que añadir las decenas de pergaminos escritos por él mismo que guardaba en una gran bolsa a su espalda.

-¿Encuentras la puerta?-preguntó a Ephdel mientras repasaba uno de los papiros.
-No debería estar lejos.- respondió rápidamente.-Apuesto a que está dentro del invernadero.
-Opino lo mismo.
-¿Qué hay tras esa puerta?
-Un templo...pero.. no estoy seguro.-susurró Akuo sin estar completamente convencido de sus palabras.
-Pues vayamos.

Ambos ascendieron por los numerosos peldaños que desembocaban en una especie de puente improvisado que parecía ser brazos y torso de una estatua con forma de titán. Cruzaron hacia el otro lado y continuaron hasta adentrarse en el sagrario interior de Ulduar. Esperaron hasta que algunos de los metálicos enemigos desaparecieran de su punto de visión, y después lograron por fin poner sus pies en aquel jardín plagado de árboles y vegetación que deambulaban a sus anchas por la zona.

La fría mirada del caballero de la muerte recorrió aquel lugar, sus ojos se centraron en cada una de las ilusiones que había, sin embargo... sabía que esos espejismos eran tan letales que no le hacía falta siguiera vacilar ante su mera presencia. Tanto él como Akuo llevaban años custodiando aquel lugar, quizás más de una década incluso. La torre era tan peligrosa que tan solo en sus inicios logró mermar las unidades de cada uno de los grupos. Poco después, el Consejo de la Orden había ordenado mantener cerrado y vigilado aquel lugar, y para ello se asegurarían formando un grupo compuesto por un miembro de cada facción de la Orden. Había pasado ya mucho tiempo desde aquello... y donde cinco habían sido los primeros en custodiar ese lugar maldito,... ahora solo quedaban tres.

Ephdel se percató de que no estaban solos cuando vislumbró entre la maleza una figura femenina. La humana de cabellos rubios y piel morena, permanecía ensimismada mientras parecía extraer una sustancia de una gran flor de pétalos anaranjados.

-¡Akuo!.-gritó el caballero de la muerte mientras señalaba a la joven que se giró sobresaltada al oír la voz de Ephdel.
-Por fin...-dijo el guerrero mientras se acercaba a la maga.-Pensé que te habíamos perdido.
-¿Realmente crees que soy tan estúpida como para perderme aqui?.-dijo Sharr sin mirar en ningún momento a sus compañeros.
-Creo que eres estúpida como para dejar pasar el tiempo y que acabes muerta aquí.-respondió Ephdel mientras se acercaba.
Sharr levantó la mirada enarcando una ceja ante el caballero de la muerte, a la vez que terminaba de guardar las muestras que necesitaba.
-No vuelvas a arriesgarte tanto, ¿Me has oído?-exclamó Akuo.

El guerrero de cabellos castaños y barba poblada, que pasaba de los treina, frunció el ceño ante la joven. Había perdido a muchos compañeros entre esas paredes, y con cada pérdida había menguado sus esperanzas en recuperarlos, incluso sus ánimos de destruir aquel lugar maldito se habían visto afectados.

Un agudo pitido recorrió la estancia repentinamente obligando al grupo a taparse los oídos por el dolor que producía al taladrar cada una de sus mentes. Sharr miró a ambos negando con la cabeza, los tres sabían lo que eso significaba, y si alguno cometía el error... sus vidas pasarían a pender de un fino hilo. La joven cerró con fuerza los ojos mientras intentaba vaciar su mente de pensamientos sin sentido, de temores y miedos que no dudarían en aniquilarla si les daba tal oportunidad.

El estridente sonido cesó tan rápido como había aparecido. Sharr se incorporó mirando a sus compañero, ambos parecían no haber sufrido daño alguno. Ephdel y la joven se acercaron a Akuo, que permanecía paralizado sin soltar palabra. El caballero de la muerte arrugó la frente mientras caminaba hacia el humano.

Frente a ellos apareció una nube de humo negro que comenzó a acumularse expandiéndose y contrayéndose, hasta que de ella surgió una figura. Sus botas negras cubiertas de escarcha,.. sus armaduras oscuras,... su casco que dejaban ver esa gélida mirada de odio y poder... e incluso la gran espada conocida como Agonía de escarcha se materializó frente a ellos. El rey exánime miró sus manos mientras las abría y cerraba, recorriendo tras ello con sus ojos la sala en la que se encontraba hasta detenerse en el grupo.

-Enhorabuena Ephdel...-dijo Sharr.-Ya lo has conseguido...eres tan predecible...
-No he sido yo.-respondió mirando a Akuo.
-Sufriréis una muerte atroz... vuestras almas serán mías...
La voz del rey exánime retumbó en los oídos de los tres humanos, sin que ninguno de ellos logrará evitar sentir un escalofrío ante la desgarradora voz.

-¡Corred!.-gritó la joven.

Ephdel agarró a Akuo el brazo y tiró de él, mientras se percataba de como el suelo y todo alrededor de su enemigo comenzaba a congelarse sin dilamiento. El grupo cruzó el invernadero, evitando ser alcanzados por la marea de escarcha ni tampoco ser asaltados por ninguno de los seres que allí se encontraban. Sharr se adelantó al resto y depositó su mano sobre el emblema central de la siguiente puerta de cristal. La misma se abrió rápidamente y el grupo cruzó. La vegetación dio lugar a grandes columnas con dragones tallados que ascendían alrededor de ellas, el suelo de hierba se transformó en grandes losas con dibujos geométricos de tonalidades verdosas, y las plantas andantes habían dado lugar a monjes que se enfrentaban a otros pandaren corruptos.

-¡El templo de Jade, la siguiente está en el mirador!-gritó Sharr.
-¡Rápido!
La puerta tras ellos se destruyó, y Arthas depositó su pie lentamente en aquel lugar situado en pandaria.

-Podéis intentar huir... pero no escapareis...

Los guardianes corrieron por el templo sin mirar atrás. Akuo intentó recomponerse, sabía que no estaba ayudando a sus aliados, y que por su culpa quizás no lograran escapar con vida de allí. El guerrero observó como las paredes del templo comenzaban a congelarse, incluso los pandaren caían petrificados por el hielo.

-¡Queda poco aguantad!- gritó el caballero de la muerte.-¡Cerremos la puerta de la sala tras entrar!
-¿Servirá de algo?.-preguntó Sharr
-Al menos nos dará algo de tiempo.-respondió el guerrero.

El grupo cruzó el gran portón con dragones color jade tallados en la misma, y tras ello hicieron acopio de todas sus fuerzas para cerrarlo antes de que comenzarán a congelarse, intentando así frenar por unos segundos el avance del enemigo.

-No tendremos mucho tiempo, debemos cruzar a la siguiente sala.-dijo Ephdel

Una voz interrumpió la armonía de aquel lugar con un desgarrador susurro que se adentró en los cuerpos de cada uno de ellos sembrando una gran duda irrefrenable.

-Rendios... o morir...

El Sha de la duda se materializó ante ellos. Antes de poder reaccionar, la enorme criatura golpeó a Sharr haciendo que saliera despedida por los aires. Akuo desenvainó rápidamente su espada para atacar al enemigo, pero sus golpes eran inútiles. El Sha golpeó al guerrero que cayó de bruces varios metros atrás. Ephdel se mantuvo en guardia mientras observaba preocupado a sus compañeros. El caballero de la muerte esquivó varios de los golpes que aquel ser volátil intentaba asestarle. La puerta tras él se quebró en pedazos, y la voz del rey exánime logró hacerle más daño que cualquier golpe que hubiera recibido de aquel residuo de dios antiguo. Arthas se detuvo ante la criatura, que a su vez logró ver en el señor de la muerte aquello que tanto anhelaba, la duda. Ambos permanecieron enfrentados sin saber bien como reaccionar.

-¡Ephdel, rápido!-gritó Sharr que se encontraba con Akuo junto a la puerta de cristal ya abierta.
El caballero de la muerte miró al rey exánime y seguidamente al Sha.
-Creo que tenéis... asuntos que resolver...

Los guardianes cruzaron la puerta nuevamente. El balcón del templo se transformó en un gran muro de piedra elevado a gran distancia del suelo, donde Klaxxis y Pandaren luchaban sin descanso. Las grandes bolas de fuego cruzaban entre ellos, las catapultas lanzaban grandes piedras y los dos bandos lograban hacer de aquella batalla una devastadora guerra. Mientras corrían por encima de la muralla, Akuo miró a su izquierda observando como el sol se ponía en aquellas místicas tierras y entonces chasqueó los dedos.

-Estamos en la puerta del sol poniente.-respondió el guerrero sin dejar de correr.
-¿Cuantas salas queda?-preguntó Sharr.
-Hemos cruzado Sholazar, Rocanegra, Ulduar, el templo y esta...
-Nos quedan dos.-respondió Ephdel tras mirar al frente y descubrir que la siguiente puerta se encontraba al final del camino.
-Yo no crucé Sholazar... ni Rocanegra.-insinuó Sharr respirando agitadamente sin detenerse.
-¿Cómo que no? Es por donde hemos venido...
-Yo fui por Nexo y Cámaras de piedra.
-Eso no es buena señal...-respondió Akuo.
-No queda mucho para que las salas se transformen de nuevo, salgamos de aquí antes de que no haya salida alguna.-añadió el caballero de la muerte.

El grupo avanzó hasta el final del sendero esquivando numerosos ataques de los bandos que se encontraban enfrentados. Akuo puso su mano en la puerta abriéndola, y seguidamente se introdujeron en una sala totalmente oscura. La puerta de cristal desapareció, mientra ambos intentaban recuperar el aliento. Varios focos con una tenue luz de color púrpura comenzó a iluminar la estancia, mostrando lo que parecía un castillo. Los ostentosos decorados, las largas alfombras de color violeta, y las cortinas y cuadros adornaban aquel siniestro lugar. Akuo desenrolló rápidamente el pergamino para descubrir el lugar en el que se encontraban pero entonces Sharr lo detuvo.
-No hace falta...-dijo la joven con la voz temblorosa.-Es el castillo de Vicent Leproux.

Akuo y Ephdel se mantuvieron en silencio, si bien ellos no habían llegado a enfrentarse a ese enemigo, para Sharr había resultado un antes y un después en su vida. La maga recordó aquella época, cuando no era más que una cría y se vio obligada a obedecer a aquel desalmado brujo cuyo fin era el de matar a los que eran sus compañeros, sus amigos.

Los guardianes de la torre caminaron cautelosamente por los largos pasillos, manteniéndose alerta.

-Solo queda una sala más tras esta...-susurró Akuo.-Si logramos encontrar la puerta... estaremos prácticamente salvados...
-¿Sabes donde se encuentra Sharr?
-Es posible...

Sharr guió a sus compañeros por los largos corredores de aquel descomunal edificio. Al parecer era bien entrada la noche, haciendo que se encontraran pocos enemigos a los que enfrentarse. Tras subir numerosas escaleras, encontraron la gran biblioteca y allí, junto a las numerosas estanterías se hallaba la penúltima puerta de cristal.

-¿Correteando como ratas por mis dominios?- gritó la voz de un humano con un marcado acento proveniente de Kul'tiras.

Sharr se quedó paralizada, reconocía aquella voz, y lo que era peor... la temía. La maga se giró para encontrarse con un joven ataviado con togas, de cabellos rojizos oscuros que poseía una visible quemadura en parte de su rostro. Se encontraba tal cual se hallaba en sus recuerdos, sin variar siquiera un ápice, claro que después de todo aquello no era más que una ilusión. Ilusión que había creado un desquiciado mago para torturar a todos los miembros de la Orden, adentrando en la torre no solo los peores temores de todo Azeroth sino también los de los propios miembros de la misma.

-Sharr... debemos seguir...-susurró Akuo.
La joven apretó los puños, era tal el odio que sentía por Vicent que barajó la posibilidad de enfrentarse a él haciéndolo desaparecer de una vez del listado de sus miedos.
-No hay tiempo.-insistió Ephdel

Tan y como había sucedido anteriormente, un pitido volvió a asolar al grupo, sin embargo esta vez, algunos de ellos no pudieron evitar caer en la tentación de recordar aquello que más temían. Un estruendo irrumpió tambaleando los cimientos de aquel imponente castillo. Parte de la habitación se deshizo en pedazos, por el cual apareció un gran dragón infinito que sobrevoló la estancia desprendiendo varios rayos que destruían todo a su paso. Por si fuera poco, una nube de humo materializó la figura de una sin'dorei, que levantaba su mirada arrogante ante el grupo mientras sostenía un cristal violáceo sobre sus manos. Akuo miró hacia atrás descubriendo el rostro temeroso de la joven maga que negaba, y leyendo en sus labios lo que parecía ser una disculpa por el error que acababa de cometer. El guerrero lanzó su espada sin pensárselo dos veces. El arma cruzó la sala en segundos atravesando el pecho de Kashadia que se desvaneció en una nube de humo negro. Una bola de fuego derribó a Ephdel que hizo que diera varias vueltas en el aire hasta impactar de nuevo contra el duro suelo.

-¡Sharr... necesito que lo hagas!.-ordenó Akuo que recogía su espada del suelo.-¡Hazlo ya!

La joven humana asintió, sus ojos se centraron en Vicent, que no cedía en sus ataques. Las explosiones de fuego que desprendia intentaban golpear a Akuo repetidamente, sin embargo el guerrero esquivó cada una de ellas colmando de gran agilidad cada uno de sus movimientos. Las manos de Sharr comenzaron a despender un aura de color cian, su ceño se frunció en un intento de concentrarse en ignorar al gran dragón que seguía destruyendo todo a su paso. Vicent mostró una sonrisa cuando de sus manos salió desprendida una gran descarga del caos. El hechizo desapareció en el aire, cambiando drásticamente el rostro del brujo, que se giró instantáneamente hacia la maga. El humano realizó otro hechizo que se anuló de igual manera. Los poderes de Sharr contrarrestaban cada uno de sus ataques, dejándolo totalmente indefenso. La espada de Akuo sesgó por la mitad el tronco de Vicent, que desapareció al igual que había hecho Kashadia en una nube de humo.

Ambos corrieron hacia Ephdel evitando los ataques del gigantesco dragón azabache y cían. Ayudando al caballero de la muerte, el grupo llegó a la puerta y tras pulsarla el mecanismo que la abría, cruzaron una vez más.

El paisaje dio lugar a numerosas plataformas de se hallaban suspendidas en el aire. Tanto el suelo como el resto de superficies eran de color blanco, de un material parecido al mármol. Varios torbellinos se erguían ante ellos girando sobre si mismos manteniéndose a flote.

-Cumbres del vórtice...-murmuró Sharr
-¡La puerta está donde el dragón de viento!-exclamó Akuo señalando hacia arriba.

Los guardianes avanzaron acabando con cada uno de los elementales y enemigos que intentaban plantarles cara. En lo alto de la plataforma encontraron la puerta, protegida por un dragón de gran tamaño que se hallaba suspendido en el aire. Los tres miembros se pusieron alerta, tras el enemigo se encontraba la verdadera salida, la única que les dejaría a buen recaudo.

Un haz de luz recorrió la sala, y en pocos segundos todo comenzó a temblar. Akuo miró hacia un lado para percatarse de lo que estaba sucediendo.

-Está... ocurriendo el cambio...

El cielo, el suelo y todo a su alrededor comenzó a resquebrajarse, creando un sinfín de líneas fracturándose repetidamente. El mármol sobre el que pisaban perdió su esencia mostrándose tal y lo que era más allá de la ilusión, cristal. Las columnas comenzaron a hacerse añicos, las plataformas se deshacían en mil pedazos y todo lo que se encontraba tras el antiguo paisaje ahora era negro. Ephdel observó como el mismo dragón comenzaba a cristalizarse.

-¡Ahora!- gritó

Sharr, Akuo y Ephdel corrieron hasta la puerta. La enorme criatura no dejaba de atacar a ciegas mientras su piel se despedazaba y caía trozo a trozo. El grupo se agachó ante un intento de derribo por parte del enemigo, que no pudo evitar que su cola golpeara la plataforma rompiéndose en pedazos y quebrando la superficie más de lo que se encontraba. Sharr usó una traslación para adelantarse al resto logrando así abrir la puerta y cruzándola al instante. Ephdel vio como el suelo cedía tras ellos, miró a Akuo y asintió a la vez que ambos comenzaban a correr haciendo uso de todas sus energías. Los humanos saltaron hacia el interior de la puerta cayendo dentro de ella tan solo segundos antes de que todo desapareciera al otro lado de la misma.

El grupo recobró el aliento mientras descansaban sobre el suelo del vestíbulo de la torre. Allí todo era de cristal, pero las ilusiones no afectaban a ese lugar, cobrando vida solamente tras las puertas cristalinas.

-Sharr... no vuelvas a hacerlo...-recriminó Akuo
-Intentaba buscar una forma de solucionarlo... de buscar... un fallo en todo esto.
Akuo miró a la joven con lástima, sabía que era lo que intentaba, llevaba años buscando la forma de anular la magia que se concentraba en aquel lugar, pero el guerrero sabía que era inútil. Por muy hábil que fuera la joven maga... el creador de la torre se había tomado las molestias de que fuera un lugar tan letal, que rara vez alguien pudiera salir con vida de allí.

La torre de cristal no era tan solo un lugar de entrenamiento o una zona plagada de peligros...sino aquel espacio donde los peores temores de cada uno cobraban vida...




domingo, 24 de mayo de 2015

Brandon McAllan - Un día más en la Isla Canto de Sirena (2.0)

Estaba cayendo el atardecer en la isla Canto de Sirena. Aunque el sol había desaparecido tras los acantilados que formaban la bahía Espadas cruzadas los rayos de luz remanentes aún se filtraban por la translucida cortina de la ventana de la casa del líder en Refugio pero poco a poco se iban apagando. De este modo, usando la luz de las velas, sentado en un viejo sillón incomodo frente a la mesa de madera sepultada por papeles Brandon McAllan buscaba encontrar sentido al interminable papeleo que conllevaba su cargo como líder de los Espadas de la Tormenta.

Su desesperación aumentaba con cada informe sobre daños que leía, cada queja de un alcalde al que sus ciudadanos se habían quejado por destrozos ocasionados por sus hombres, cada factura que hacía que sus arcas menguaran. El mercenario pelirrojo maldijo para sí. Sus hombres eran buenos. No había cometido que se les resistiera. Sin embargo tenían la mala costumbre de no pensar en las consecuencias y a menudo los destrozos que ocasionaban eran peores que el problema original. ¿Que unos bandidos se han apoderado un fortín? ¡Construyamos una catapulta y derruyámoslo! Brandon sabía que no todos sus hombres eran así pero últimamente se preguntaba si aquellos hombres que había rescatado de la vida criminal habían dejado del todo sus malas costumbres. Había notado cierto descontento entre las filas, algunos miembros le dirigían miradas...

El ruido de la puerta al abrirse le sacó de su ensimismamiento. No pudo ver entrar a nadie, así que supuso que la enorme pila de papeles que tenía sobre la mesa le estaba impidiendo ver a Lilla, su alegre ayudante y secretaria gnoma experta en los números que le ayudaba a llevar las cuentas de las arcas. Y al decir ayudar se refería a que las llevaba ella prácticamente en su totalidad y él solo ponía su sello. Confirmando su suposición una voz aguda se hizo escuchar  mientras avanzaba hacia la mesa.

-¡Traigo los últimos informes, jefe!

- Dime que son buenas noticias.- Contestó Brandon rezando por dentro para que así fuera.

-Pues... - Dijo la gnoma mientras se subía a un taburete para alcanzar la mesa. Llevaba entre sus brazos una buena pila de informes y los fue entregando uno por uno. - Las reparaciones del Vela Negra han concluido y está listo para reincorporarse al servicio. Esto es otra petición de Bárbara la tabernera para que le ampliemos el local, que se queda pequeño dice. Esto y esto son informes de misiones, ambas terminadas con éxito. Y el resto - Dejó el pilón de informes sobre la mesa con un estruendo sordo. - son quejas de nuestros contratistas.

Brandon suspiró.

-¿Tantas? ¿Así agradecen que cumplamos sus encargos? Nos ocupamos de aquello que nadie más puede y aún se quejan por los daños colaterales.

-Aún gracias que nos pagan. Si destruimos las tierras que se supone que hemos ido a liberar de bandidos deberíamos sentirnos afortunados de que nos paguen. Al menos con los corsarios no hay tantos problemas.

-¿Estás segura? Mira esto. - Brandon cogió un informe bajo una pila, haciendo que el resto se desparramara sobre la mesa. 

-  El informe de el Rayo. ¿Sabes lo que hizo el joven Strang? Se coló él solo en la fortaleza que debían liberar escalando el muro. Y Robert tuvo que enterarse por una nota que le dio el maldito mono.

- Todo acabó bien. Liberaron la fortaleza de piratas, ¿no?

-Sí, pero esa no es la cuestión. El cachorro es impulsivo y aunque eso suele ser bueno, si le llega a pasar algo mientras está de prácticas con nosotros tendremos a su padre a nuestras puertas pidiendo explicaciones. Y no quiero tener que conocer la cólera del cruzado. - Rebuscó entre la pila otro informe. - O mira éste. Ricko ha perdido su sexto barco. No sé cómo diablos lo hace pero cada barco que se le pone bajo sus órdenes acaba mal. Y no lo entiendo porque pocos hombres más capaces he conocido en alta mar como ese maldito bribón.

-El hecho que sobreviva siempre puede darte una pista de su valía. Además lo hundió tras haber completado su encargo por lo que nuestra reputación no se ha visto afectada. De todos modos se apellida Sietemares, ¿no? Puede que su séptimo barco sea el definitivo...

-Oh, no. Si quiere otro barco va a tener que ganárselo. - El jefe se echó para atrás en el sillón incómodo. -¿Qué hay de la chica que lo trajo? La que estaba interesada en nosotros.

- Mary Victoria Laine, Capitana del navío Mary Victoria. Hija del difunto señor Laine y heredera de su fortuna. El negocio Laine ha sido fructífero hasta la actualidad, se espera que su hija siga la estela de su padre y mantenga su apellido a flote. - leyó la secretaria de su bloc de notas.

- Pues uniéndose a nosotros no sé si lo va a conseguir - dijo Brandon repasando por encima la factura más reciente. -  De todos modos le propondremos un trato. Si hace que su gente abra una tienda en la isla podemos beneficiarnos ambos de los beneficios que produzca. Y por otra parte su navío sería un buen refuerzo para la flota de Catherine. Si lo que quiere es vivir emociones es bienvenida, le daremos una tripulación preparada si no quiere poner en riesgo sus hombres y se unirá a nuestros activos.

- Bien, redactaré la propuesta. Aún hay más asuntos que atender. Ha habido reyertas en la taberna y Bárbara amenaza con largarse si alguien no pone orden.

-Déjame adivinar. Demian es uno de los alborotadores.
Lilla asintió.

-Ese chico concibe las peleas como un deporte. Maldita sea... ¡no puedo mandar hombres a luchar si se parten los huesos entre ellos en casa! - se quedó meditativo un instante y luego suspiró. - Abriremos una arena de combate donde los hombres puedan desahogarse. Que quede cerca de la taberna. Así de paso que entrenen y evitamos destrozos.

- Hay un espacio grande tras el edificio de la taberna se puede habilitar para construir una arena. - asintió la gnoma mientras lo apuntaba en su cuaderno de notas.

- Para que luego digas que los corsarios no traen problemas... Aunque quizás lo decías pensando en uno en especial... - Brandon sonrió. - ¿Cómo va la caza de tu amor de pelo verde?
Lilla se sonrojó visiblemente y la normalmente alegre y estridente voz de la gnoma bajó a un susurro tímido y apenas audible.

- Bi- Bien... Ahora está en una fortaleza de bandidos. Se ofreció para intercambiarse por unos rehenes. Le gusta buscar retos que pongan a prueba su habilidad para escapar.

-Bueno, no te preocupes. Si alguien sabe escapar de cualquier prisión ese es tu chico.  Y con su hermano en la isla, sabes que volverá tarde o temprano. Lo malo es que su afán por escapar también lo lleva a escapar de ti. Tú no te rindas.

Lilla asintió aún sonrojada. Luego se acordó de algo y sacó una carta bien doblado de su bolsillo. Por el aroma floral que despedía el papel Brandon supo que el remitente no podía ser otro que Cedric.

- El primer consejero ha enviado esto para ti, jefe.
Brandon abrió la carta y leyó su contenido. El potente aroma a flores le subió por la nariz consiguiendo que se mareara un poco pero lo disimuló.

Querido jefe,

Lo de querido sobra, pensó Brandon.

La misión está resultando un éxito. El cónclave de magos ha oído hablar de nosotros y nos ven con buenos ojos. Han abierto sus puertas a los suyos a que sean reclutados por nosotros. Espero volver pronto con nuevos integrantes que se unan a nuestras filas.

Por fin una buena noticia. Entre los Espadas de la Tormenta no habían demasiados magos. Éstos solían estar atados a círculos o cónclaves con más gente de su profesión y acostumbraban a salir de ellos salvo los magos errantes. Contar con el beneplácito de uno de estos gremios de magos para que sus integrantes se unieran a ellos prometía una futura alianza de altos beneficios. Por no hablar del inmenso poder que ostentarían con más magos en sus filas. Se dio cuenta de que la carta continuaba por la otra cara del papel y siguió leyendo.

También me he asegurado de acallar los rumores que nos difamaban y he esparcido unos cuantos dejándonos en buen lugar. Si todo va bien en poco tiempo tendremos una oleada de reclutas nuevos. Seguiré con los ojos abiertos. Pronto volveremos a la isla.

Besos. Esto también sobra.

Cedric Snowed

El mercenario exhaló un largo suspiro. La publicidad de los Espadas de la Tormenta había sido mermada por la aparición de otras compañías mercenarias que, inspirados por el éxito de los suyos, intentaban hacerse un hueco en la profesión. Brandon entendía que quisieran probar el placer y las aventuras que se vivían  con este estilo de vida pero si simplemente se unieran a ellos todo sería más fácil. Si los Espadas de la Tormenta querían seguir siendo la compañía número uno en Azeroth debían tener una buena publicidad. Solo había compartido sus pensamientos con Cedric e Ivy, sus manos derecha e izquierda, a quienes sabía que podía confiar cualquier asunto y quienes además le podían ayudar a actuar sin levantar la alarma y crear aún más tensión entre sus hombres. Para el resto, sería mejor no levantar sospechas sobre sus pensamientos. Haría que Jon y Ricardo pusieran a los hombres en forma para que dieran una buena imagen en las misiones, y se planteaba seriamente el tema de los uniformes.

Suspirando de nuevo se guardó la carta en un bolsillo de la chaqueta y se levantó, estirando los brazos y las piernas para que la sangre volviera a sus entumecidos músculos tras pasar el día firmando papeleo.

-Creo que ya hemos terminado por hoy, Lilla.

-¡Pero, aún hay un montón de documentos que firmar!- se quejó la responsable ayudante. – Ni siquiera ha empezado con los edictos de garantía de este trimestre…

-Eso puede esperar a mañana. Sí paso un momento más en este sillón se me van a atrofiar las piernas. Necesito salir y oler la brisa, parece que es una noche fresca. Nos veremos por la mañana.

Brandon escapó por la puerta antes de dar tiempo a la gnoma a quejarse. Aún así oyó sus berridos tras cerrar la puerta quejándose sobre los retrasos que su jefe la obligaba a soportar.

-¿Un día duro?- preguntó una voz a su derecha.

Ivy Collins, su maestra de las sombras, la comandante de los espías, asesinos y agentes de élite de los Espadas de la Tormenta se hallaba recostada en la pared de madera, cruzada de brazos y mirándole.

-Ha habido mejores. – Sin decir más sacó de su bolsillo la carta de Cedric aún doblada y se la pasó para que la leyera.

La asesina leyó la carta rápidamente mientras ambos tomaban la ruta que bajaba al puerto, descendiendo por los adoquines blanquecinos que formaban el camino que atravesaba Refugio. Chasqueó con la lengua al enterarse de la falta de noticias.

-Ese charlatán inútil lo ha hecho bien. Aún así creo que debiste enviarme a mí.

-Para entablar conversación con el cónclave de magos era mejor enviar a otro mago. –Adoptó un posado más serio.- ¿Han averiguado algo nuestros agentes?

Ivy negó con la cabeza.

-Todos los informes reportan negativo. No hay actividades hostiles en los alrededores de la isla ni costas cercanas. Tenemos espías apostados en los pueblos más cercanos por lo que si algo se acerca lo sabremos…

-¿…Y?- Preguntó Brandon al notar que la maestra del espionaje dudaba sobre algo.

-No es nada. Dos de nuestros agentes no han vuelto aún ni han mandado sus informes de campo. Son hombres capaces por lo que no temo por su vida pero aún así estoy intranquila.

-Si por la mañana no tenemos noticias de ellos mandaremos un grupo a buscarlos. No dejamos a nadie atrás y no les abandonaremos perdidos a su suerte.

La maestra de las sombras asintió agradecida y le devolvió la carta. Brandon aún se sorprendía cómo la gente cambiaba su actitud cuando estaba junto a él. Piratas, mercenarios, espías y asesinos, todos le trataban con respeto, honraban al hombre que les guiaba hacia un futuro mejor. Al principio lo agradecía aunque no se considerara merecedor de halago alguno, pero el asunto había evolucionado hasta el punto de que aquellos que consideraba sus más próximos amigos, quienes solían ser de carácter proclive al alboroto y la pendencia se volvían serios y profesionales cuando estaban con él, como si buscaran impresionarle o agradarle. Les había repetido en múltiples ocasiones que no quería que cambiaran por él, que los necesitaba tal y como eran pero los malditos bribones no salían de sus casillas. Aún se reía cuando recordaba el día que Ricardo apareció vestido con traje elegante de noble, seguramente comprado por Elisabeth, pero con las mangas cortadas a mano convirtiendo la cara vestimenta en una armilla como las que solía llevar siempre.

Todos menos Cedric, claro. El ilusionista pendenciero había sido el primero en llamarlo jefe y sin embargo el único que no se dejaba amilanar por tal título. Las ilusiones del mago a menudo eran fuente tanto de problemas como de diversión en la taberna del puerto. Y cuando Brandon llegaba, atraído por el jolgorio Cedric ayudaba a que el resto de los hombres se sintieran cómodos, bebiendo con su comandante, viéndole no solo como un jefe y alguien de confianza sino como un hombre más.

Brandon e Ivy llegaron al puerto dónde estaban atracados la mayor parte de los navíos que formaban la flota de los Espadas de la Tormenta. Tenían otros amarraderos en torno a la isla pero la mayoría estaban resguardados en la bahía Espadas Cruzadas. Las casas y tiendas de madera se alineaban paralelas a la costa, separadas por callejuelas empedradas o pasarelas entablonadas. El mercenario miró con orgullo el fortín. Puede que no pareciera mucho pero cada tramo de Refugio albergaba una cantidad enorme de recuerdos de cada uno de sus habitantes. La brisa oceánica grababa en la piedra y madera los sentimientos, dudas, temores y alegrías de cada miembro de los Espadas de la Tormenta, dándoles la sensación de que habían encontrado un nuevo hogar.

El ruido iba en aumento a medida que se acercaban al edificio de la taberna, señal del jaleo que se estaba desarrollando dentro. Cuando conquistaron la isla, arrebatándosela a los piratas, y decidieron usarla para construir su base, Brandon tenía muy claro que la taberna debía ser uno de los edificios más grandes del poblado. Pues prácticamente la compañía entera, en su totalidad, se apretujaba entre esas cuatro paredes cada noche para beber, cantar y reír entre camaradas. Bárbara, la tabernera y esposa de Ricardo, se había quejado y con razón múltiples veces para que ampliaran su local ya que las noches en que acudían todos en estampida apenas se podía respirar y deba la sensación de que las paredes iban a estallar por la presión.

Saludó a los hombres que bebían en el porche de fuera quienes lo saludaron efusivamente. Se detuvo antes de abrir la puerta al notar que Ivy no lo estaba siguiendo.

-¿No vienes?

-No...- Dijo la asesina torciendo el cuello y sonriendo. - Tengo cosas que hacer.

-Aún no has examinado a los nuevos reclutas. No sabes si hay alguno que te interese.

-Eso es lo que tú crees. -respondió con una amplia sonrisa.

-Como quieras- Dijo Brandon y empujó la puerta para entrar en la taberna.



El edificio estaba lleno a rebosar. Cada silla, mesa y taburete estaba ocupado. El ambiente estaba cargado por la mezcla de olor a sudor y sal marina y si uno escuchaba con atención podía oír, si ignoraba las decenas de conversaciones a gritos, la música del bardo Juffiel, quien pese a saber que nadie le escuchaba seguía tocando incansable durante horas y horas.
Se acercó a la saturada barra. Por suerte no tenía que abrirse paso a codazos como la mayoría, a él le reconocía y le abrían paso mientras le saludaban con respeto. Un mercenario le cedió su asiento y Brandon aceptó con un asentimiento. Fue gritar su pedido pero antes de que pudiera hacerlo alguien puso una botella frente suyo. Bárbara era la madre de Refugio. Cuidaba de todos los mercenarios por igual, fueran comandantes o novatos que aún no se habían ganado su espada. Pero durante las noches se estresaba en sobremanera sirviendo alcohol a todos y mandando a las camareras para que mantuvieran el flujo de bebidas activo en la apretujada sala.

-¿Y un vaso?- preguntó el líder pelirrojo

- No quedan vasos- respondió brusca la ancha y morena tabernera. Con un pañuelo blanco en la cabeza, la imponente mujer era capaz de dar dolor de cabeza por la enorme palabrería que podía soltar en apenas un minuto.

-Pues dame una jarra

-Tampoco quedan jarras.

-Pues vaya un servicio más deficiente- dijo Brandon en broma, pero Bárbara lo miró con el ceño fruncido.

-Sí alguien se dignara a ampliarme el local tendríamos más espacio por el que movernos y los chicos no tropezarían cada dos por tres rompiendo cada maldito vaso y jarra que tenemos. Porque te digo algo Brandon McAllan, si no me das un establecimiento en condiciones ya puedes irte buscando otra.... ¡Eh! ¡McAllan, vuelve aquí! No he terminado contigo.

Brandon se escabulló entre la multitud evitando escuchar la cháchara y quejas de la tabernera, ya las tenía en papel durante el día como para escucharla en directo durante la noche. Pensó en salir fuera, ara huir del ambiente cargado y el ruido sofocante de la sala, pero entonces vio en el fondo de la misma a Jon y Ricardo sentados en una mesa y se dirigió a ellos. Tanto su hermano como Ricardo eran buenos soldados, sabían dar, cumplir y hacer cumplir órdenes y por ello eran los generales de sus fuerzas. Charlar con ellos le distraería del día duro que había tenido. Cuando lo vieron llegar, ambos le sonrieron.

-¡Hermano! Veo que vienes con refuerzos. - Dijo Jon señalando la botella que firmemente agarraba Brandon.- Coge asiento y cuéntanos tu  día.

-La verdad Jon es que preferiría olvidar mí día por unos instantes, añoro esos tiempos en los que nos lanzábamos todos desde el mismo frente de la batalla. Los últimos combates que he tenido han sido con papel y pluma. Y esa reunión del próximo mes... - Brandon se estremeció al pensar a tener que aguantar otra sesión de insultos y discusiones que no llegaban a ninguna parte en los salones del castillo de los Doe. Aunque poder ver a su amada compensaba con creces todo lo demás. A menudo sus pensamientos volaban hacia Alice, la líder de la Orden, y debía hacer un gran esfuerzo para centrarse en algo que no fueran los preciosos momentos que pasaba a su lado.

-Vamos, vamos. Bebe y relájate con nosotros. - Dijo Ricardo dándole unas palmadas en la espalda. Su barba solía bambolearse al ritmo de sus movimientos de un modo hipnótico según describían los más aficionados a la bebida del local. -¿Dónde está vuestro hermano por cierto?

- Robert está preparando sus cosas de nuevo, por la mañana sale con el Rayo a cumplir un encargo. Espero que luego se pase y bebamos por su éxito.

Los tres brindaron mientras las horas pasaban. Brandon les informó de sus planes para mejorar la imagen de la compañía, de que debían poner un poco de disciplina entre los hombres.

-...E incluso podríamos pensar en producir uniformes para los chicos...

-¿Uniformes?- Preguntó una voz a la espalda de Brandon.- Eso sería estupendo, quedarían todos geniales si me los dejas diseñar a mí. Y darían una imagen mejor de nosotros.

Quien había hablado era Elisabeth Lobet, quien se acercaba a su mesa cogida de la mano de la Almirante Catherine. Ambas mujeres completaban el círculo del alto mando de los Espadas de la Tormenta, junto con Cedric, Ivy y Robert.

- No os fiéis de ella. - Dijo Cath mientras tomaba asiento sonriendo. - Esta tarde ha vuelto a intentar ponerme un vestido de esos infernales que no te dejan respirar. Si diseña ella los uniformes nuestros hombres irán ataviados con lacitos y cintas.

-¡Eso no es verdad!- contestó la embajadora y responsable de relaciones de los Espadas.- Y además te verías bellísima en ese vestido.

-Antes me encontraras vestida con las maderas de un barril.

-Eso ya lo he visto...

Una carcajada generalizada salió de la mesa de los oficiales. Brandon sonrió mientras observaba a sus compañeros lanzarse bromas y pullas amistosas. Y se sintió feliz porque por mal que fuera el día ellos conseguían animar sus noches. Ellos eran su familia, los Espadas eran su familia, y se sentía muy orgulloso de ellos.


Escrito por Vandante