Sus pisadas rechinaron por toda la sala
propagándose con un sutil eco cada vez que el caballero de la muerte
posaba sus pesadas botas en el suelo de cristal. La frágil
superficie parecía quejarse cada vez que alguno de ellos caminaba
sobre la misma, sin embargo, aunque todo allí fuera de cristal
poseía la extrema rigidez y dureza como para soportar no solo sus
pasos, sino cualquier golpe que pudiera recibir.
Ephdel pasó sus dedos por el grabado
central de la puerta cristalina. Como si de varias piezas de un gran
rompecabezas se tratase, cada trozo de la puerta se unían en un
símbolo rodeado de varias circunferencias que daba lugar a un
mecanismo situado en el corazón de cada una de las aperturas de
aquel misterioso lugar. A su alrededor el paisaje era muy distinto,
la vegetación se propagaba por la zona, los insectos, depredadores y
otros animales coexistían en aquel ilusorio espacio, e incluso los
innumerables sonidos de la selva y la asfixiante humedad del
ambiente, podían palparse claramente por cada uno de ellos.
El caballero de la muerte miró al
guerrero con impaciencia, esperando la respuesta a la pregunta que
había formulado minutos atrás. Akuo repasaba sin descanso el
pergamino de varios metros de longitud con el listado de peligros que
les acecharían tras abandonar la sala.
-Estamos en Sholazar...-respondió por
fin el guerrero.-Estoy seguro de que tras esa puerta se
encuentra...Rocanegra.
-¿Rocanegra? ¿Estás seguro?
Akuo asintió, y tras el gesto Ephdel
posó su mano dubitativamente en el mecanismo central de la puerta,
que segundos después comenzó a girar dejando paso a los humanos.
Ambos se adentraron cautelosamente, mientras observaban como el suelo
arenoso de la jungla pasaba a ser de roca oscura, la humedad se
transformaba en un calor insoportable y los tonos verdosos del paisaje
anterior ahora eran sustituidos por el intenso color de la lava.
Caminaron lentamente hacia el corazón de la montaña, donde podían
ver en plena ebullición las bolsas de magma que estallaban a gran
distancia bajo ellos. Ephdel comenzó a sentir como las altas
temperaturas se cebaban consigo, debilitándolo por momentos.
-Si quieres salir vivo de aquí,
debemos darnos prisa.-dijo Akuo al ver el rostro compungido del
caballero de la muerte.-Sé bien donde está la próxima puerta, por
allí.-señaló
El grupo corrió por la pasarela que
rodeaba la zona central de la montaña, donde pudieron observar como
un gran pedrusco se hallaba suspendido en el aire por cadenas. Ephdel
y Akuo avanzaron sin detenerse un solo instante, adentrándose por
los entresijos que formaban aquel ancestral lugar durante casi media
hora.
La puerta de cristal ni siquiera estaba
oculta, los orcos o enanos pasaban a su lado sin inmutarse, claro que
ellos tan solo veían ahí un espacio vacío. Akuo y Ephdel se
ocultaron examinando los alrededores en busca de enemigos. Eran pocos
los orcos que aún se mantenían con vida allí, y mucho menos los
enanos que habían decidido continuar bajo la montaña.
-Parece despejado...-susurró Akuo
-Demasiado fácil..., no hemos
encontrado ni un solo enemigo decente en la selva...-murmuró el
caballero de la muerte.-Parece cuanto menos extraño que aquí
tampoco los haya.
-¿Los habrá matado ella?
-No seas estúpido...-dijo Ephdel
enarcando una ceja ante el comentario de su compañero.
Ephdel avanzó algunos pasos
acercándose a la puerta. Analizó los alrededores descubriendo
varios orcos que descansaban junto a una hoguera en uno de los
recovecos que llevaban de camino a la cumbre. El caballero de la
muerte hizo un gesto a su compañero y depositó la mano sobre el
círculo central. La puerta comenzó a abrirse nuevamente como había
hecho la anterior.
-Ulduar...-dijo Akuo mientras cruzaban
al otro lado.
Las rocas se convirtieron en muros
metálicos con paredes cristalinas, pero no se trataba del mismo
cristal que la puerta, sino uno de tonos azulados y dorados. El
edificio tenía numerosas decoraciones titánicas y aunque a simple
vista parecía desierto, se escuchaban un sinfín de sonidos que
reflejaban que allí había más vida de la que parecía.
-Es la tercera sala.-aseguró el
guerrero.
-Quedan cuatro más para salir de aquí.
-Lo malo es que... no tenemos mucho
tiempo. En menos de una hora comenzarán a cambiar una a una.
-Pues debemos encontrarla
rápido...-ordenó el caballero de la muerte.
Ephdel desenvainó su espada,
asegurándose en cada paso que no eran sorprendidos por algún
enemigo capaz de retrasarlos más aún si cabía. Aquel lugar era más
peligroso del que cualquier mortal pusiese llegar a comprender, cada
minuto, cada hora que alguien sobreviviera allí dentro, era un
milagro en si mismo, y no se refería a Ulduar, sino a algo
mucho mayor que englobaba todas esas salas. Titanes, bestias salvajes
u orcos no eran nada comparado al peor de los temores que pisaban
aquellos suelos de cristal.
Tanto el guerrero como el caballero de
la muerte recorrieron a prisa los largos pasillos, ocultándose de
aquellos enemigos que habitaban en el complejo titánico. Akuo no se
despegaba ni un segundo de los numerosos mapas encriptados a los que
había que añadir las decenas de pergaminos escritos por él mismo que guardaba en una gran bolsa a su espalda.
-¿Encuentras la puerta?-preguntó a
Ephdel mientras repasaba uno de los papiros.
-No debería estar lejos.- respondió
rápidamente.-Apuesto a que está dentro del invernadero.
-Opino lo mismo.
-¿Qué hay tras esa puerta?
-Un templo...pero.. no estoy
seguro.-susurró Akuo sin estar completamente convencido de sus
palabras.
-Pues vayamos.
Ambos ascendieron por los numerosos
peldaños que desembocaban en una especie de puente improvisado que
parecía ser brazos y torso de una estatua con forma de titán. Cruzaron hacia el otro lado
y continuaron hasta adentrarse en el sagrario interior de Ulduar.
Esperaron hasta que algunos de los metálicos enemigos desaparecieran
de su punto de visión, y después lograron por fin poner sus pies en
aquel jardín plagado de árboles y vegetación que deambulaban a sus anchas por la zona.
La fría mirada del caballero de la
muerte recorrió aquel lugar, sus ojos se centraron en cada una de
las ilusiones que había, sin embargo... sabía que esos espejismos
eran tan letales que no le hacía falta siguiera vacilar ante su mera
presencia. Tanto él como Akuo llevaban años custodiando aquel
lugar, quizás más de una década incluso. La torre era tan
peligrosa que tan solo en sus inicios logró mermar las unidades de
cada uno de los grupos. Poco después, el Consejo de la Orden había
ordenado mantener cerrado y vigilado aquel lugar, y para ello se
asegurarían formando un grupo compuesto por un miembro de cada
facción de la Orden. Había pasado ya mucho tiempo desde aquello... y
donde cinco habían sido los primeros en custodiar ese lugar
maldito,... ahora solo quedaban tres.
Ephdel se percató de que no estaban
solos cuando vislumbró entre la maleza una figura femenina. La
humana de cabellos rubios y piel morena, permanecía ensimismada mientras parecía extraer una sustancia de una gran flor de pétalos
anaranjados.
-¡Akuo!.-gritó el caballero de la
muerte mientras señalaba a la joven que se giró sobresaltada al oír
la voz de Ephdel.
-Por fin...-dijo el guerrero mientras
se acercaba a la maga.-Pensé que te habíamos perdido.
-¿Realmente crees que soy tan estúpida
como para perderme aqui?.-dijo Sharr sin mirar en ningún momento a sus
compañeros.
-Creo que eres estúpida como para
dejar pasar el tiempo y que acabes muerta aquí.-respondió Ephdel
mientras se acercaba.
Sharr levantó la mirada enarcando una
ceja ante el caballero de la muerte, a la vez que terminaba de
guardar las muestras que necesitaba.
-No vuelvas a arriesgarte tanto, ¿Me
has oído?-exclamó Akuo.
El guerrero de cabellos castaños y
barba poblada, que pasaba de los treina, frunció el ceño ante
la joven. Había perdido a muchos compañeros entre esas paredes, y
con cada pérdida había menguado sus esperanzas en recuperarlos,
incluso sus ánimos de destruir aquel lugar maldito se habían visto
afectados.
Un agudo pitido recorrió la estancia
repentinamente obligando al grupo a taparse los oídos por el dolor
que producía al taladrar cada una de sus mentes. Sharr miró a ambos
negando con la cabeza, los tres sabían lo que eso significaba, y si
alguno cometía el error... sus vidas pasarían a pender de un fino hilo.
La joven cerró con fuerza los ojos mientras intentaba vaciar su
mente de pensamientos sin sentido, de temores y miedos que no
dudarían en aniquilarla si les daba tal oportunidad.
El estridente sonido cesó tan rápido
como había aparecido. Sharr se incorporó mirando a sus compañero,
ambos parecían no haber sufrido daño alguno. Ephdel y la joven se
acercaron a Akuo, que permanecía paralizado sin soltar palabra. El
caballero de la muerte arrugó la frente mientras caminaba hacia el humano.
Frente a ellos apareció una nube de
humo negro que comenzó a acumularse expandiéndose y contrayéndose,
hasta que de ella surgió una figura. Sus botas negras cubiertas de
escarcha,.. sus armaduras oscuras,... su casco que dejaban ver esa gélida mirada de odio y poder... e incluso la gran espada conocida como
Agonía de escarcha se materializó frente a ellos. El rey exánime
miró sus manos mientras las abría y cerraba, recorriendo tras ello
con sus ojos la sala en la que se encontraba hasta detenerse en el
grupo.
-Enhorabuena Ephdel...-dijo Sharr.-Ya
lo has conseguido...eres tan predecible...
-No he sido yo.-respondió mirando a
Akuo.
-Sufriréis una muerte atroz...
vuestras almas serán mías...
La voz del rey exánime retumbó en los
oídos de los tres humanos, sin que ninguno de ellos logrará evitar
sentir un escalofrío ante la desgarradora voz.
-¡Corred!.-gritó la joven.
Ephdel agarró a Akuo el brazo y tiró
de él, mientras se percataba de como el suelo y todo alrededor de su
enemigo comenzaba a congelarse sin dilamiento. El grupo cruzó el
invernadero, evitando ser alcanzados por la marea de escarcha ni
tampoco ser asaltados por ninguno de los seres que allí se
encontraban. Sharr se adelantó al resto y depositó su mano sobre el
emblema central de la siguiente puerta de cristal. La misma se abrió
rápidamente y el grupo cruzó. La vegetación dio lugar a grandes
columnas con dragones tallados que ascendían alrededor de ellas, el
suelo de hierba se transformó en grandes losas con dibujos
geométricos de tonalidades verdosas, y las plantas andantes habían
dado lugar a monjes que se enfrentaban a otros pandaren corruptos.
-¡El templo de Jade, la siguiente está
en el mirador!-gritó Sharr.
-¡Rápido!
La puerta tras ellos se destruyó, y
Arthas depositó su pie lentamente en aquel lugar situado en
pandaria.
-Podéis intentar huir... pero no
escapareis...
Los guardianes corrieron por el templo
sin mirar atrás. Akuo intentó recomponerse, sabía que no estaba
ayudando a sus aliados, y que por su culpa quizás no lograran
escapar con vida de allí. El guerrero observó como las paredes del
templo comenzaban a congelarse, incluso los pandaren caían
petrificados por el hielo.
-¡Queda poco aguantad!- gritó el
caballero de la muerte.-¡Cerremos la puerta de la sala tras entrar!
-¿Servirá de algo?.-preguntó Sharr
-Al menos nos dará algo de
tiempo.-respondió el guerrero.
El grupo cruzó el gran portón con
dragones color jade tallados en la misma, y tras ello hicieron acopio
de todas sus fuerzas para cerrarlo antes de que comenzarán a
congelarse, intentando así frenar por unos segundos el avance del
enemigo.
-No tendremos mucho tiempo, debemos
cruzar a la siguiente sala.-dijo Ephdel
Una voz interrumpió la armonía de
aquel lugar con un desgarrador susurro que se adentró en los cuerpos de cada uno de ellos sembrando una gran duda irrefrenable.
-Rendios... o morir...
El Sha de la duda se materializó ante
ellos. Antes de poder reaccionar, la enorme criatura golpeó a Sharr
haciendo que saliera despedida por los aires. Akuo desenvainó
rápidamente su espada para atacar al enemigo, pero sus golpes eran
inútiles. El Sha golpeó al guerrero que cayó de bruces varios
metros atrás. Ephdel se mantuvo en guardia mientras observaba
preocupado a sus compañeros. El caballero de la muerte esquivó
varios de los golpes que aquel ser volátil intentaba asestarle. La
puerta tras él se quebró en pedazos, y la voz del rey exánime
logró hacerle más daño que cualquier golpe que hubiera recibido de
aquel residuo de dios antiguo. Arthas se detuvo ante la criatura, que a su vez logró ver en el señor de la muerte aquello que tanto anhelaba, la
duda. Ambos permanecieron enfrentados sin saber bien como reaccionar.
-¡Ephdel, rápido!-gritó Sharr que se
encontraba con Akuo junto a la puerta de cristal ya abierta.
El caballero de la muerte miró al rey
exánime y seguidamente al Sha.
-Creo que tenéis... asuntos que
resolver...
Los guardianes cruzaron la puerta
nuevamente. El balcón del templo se transformó en un gran muro de
piedra elevado a gran distancia del suelo, donde Klaxxis y Pandaren
luchaban sin descanso. Las grandes bolas de fuego cruzaban entre
ellos, las catapultas lanzaban grandes piedras y los dos bandos
lograban hacer de aquella batalla una devastadora guerra. Mientras
corrían por encima de la muralla, Akuo miró a su izquierda
observando como el sol se ponía en aquellas místicas tierras y
entonces chasqueó los dedos.
-Estamos en la puerta del sol
poniente.-respondió el guerrero sin dejar de correr.
-¿Cuantas salas queda?-preguntó
Sharr.
-Hemos cruzado Sholazar, Rocanegra,
Ulduar, el templo y esta...
-Nos quedan dos.-respondió Ephdel tras
mirar al frente y descubrir que la siguiente puerta se encontraba al
final del camino.
-Yo no crucé Sholazar... ni
Rocanegra.-insinuó Sharr respirando agitadamente sin detenerse.
-¿Cómo que no? Es por donde hemos
venido...
-Yo fui por Nexo y Cámaras de piedra.
-Eso no es buena señal...-respondió
Akuo.
-No queda mucho para que las salas se
transformen de nuevo, salgamos de aquí antes de que no haya salida
alguna.-añadió el caballero de la muerte.
El grupo avanzó hasta el final del
sendero esquivando numerosos ataques de los bandos que se encontraban
enfrentados. Akuo puso su mano en la puerta abriéndola, y
seguidamente se introdujeron en una sala totalmente oscura. La puerta
de cristal desapareció, mientra ambos intentaban recuperar el
aliento. Varios focos con una tenue luz de color púrpura comenzó a
iluminar la estancia, mostrando lo que parecía un castillo. Los ostentosos decorados,
las largas alfombras de color violeta, y las cortinas y cuadros adornaban aquel
siniestro lugar. Akuo desenrolló rápidamente el pergamino para
descubrir el lugar en el que se encontraban pero entonces Sharr lo
detuvo.
-No hace falta...-dijo la joven con la
voz temblorosa.-Es el castillo de Vicent Leproux.
Akuo y Ephdel se mantuvieron en
silencio, si bien ellos no habían llegado a enfrentarse a ese
enemigo, para Sharr había resultado un antes y un después en su
vida. La maga recordó aquella época, cuando no era más que una
cría y se vio obligada a obedecer a aquel desalmado brujo cuyo fin
era el de matar a los que eran sus compañeros, sus amigos.
Los guardianes de la torre caminaron
cautelosamente por los largos pasillos, manteniéndose alerta.
-Solo queda una sala más tras
esta...-susurró Akuo.-Si logramos encontrar la puerta... estaremos
prácticamente salvados...
-¿Sabes donde se encuentra Sharr?
-Es posible...
Sharr guió a sus compañeros por los
largos corredores de aquel descomunal edificio. Al parecer era bien
entrada la noche, haciendo que se encontraran pocos enemigos a los
que enfrentarse. Tras subir numerosas escaleras, encontraron la gran
biblioteca y allí, junto a las numerosas estanterías se hallaba
la penúltima puerta de cristal.
-¿Correteando como ratas por mis
dominios?- gritó la voz de un humano con un marcado acento
proveniente de Kul'tiras.
Sharr se quedó paralizada, reconocía
aquella voz, y lo que era peor... la temía. La maga se giró para
encontrarse con un joven ataviado con togas, de cabellos rojizos
oscuros que poseía una visible quemadura en parte de su rostro. Se
encontraba tal cual se hallaba en sus recuerdos, sin variar siquiera
un ápice, claro que después de todo aquello no era más que una
ilusión. Ilusión que había creado un desquiciado mago para
torturar a todos los miembros de la Orden, adentrando en la torre no
solo los peores temores de todo Azeroth sino también los de los
propios miembros de la misma.
-Sharr... debemos seguir...-susurró
Akuo.
La joven apretó los puños, era tal el
odio que sentía por Vicent que barajó la posibilidad de enfrentarse
a él haciéndolo desaparecer de una vez del listado de sus miedos.
-No hay tiempo.-insistió Ephdel
Tan y como había sucedido
anteriormente, un pitido volvió a asolar al grupo, sin embargo esta
vez, algunos de ellos no pudieron evitar caer en la tentación de
recordar aquello que más temían. Un estruendo irrumpió tambaleando
los cimientos de aquel imponente castillo. Parte de la habitación se
deshizo en pedazos, por el cual apareció un gran dragón infinito
que sobrevoló la estancia desprendiendo varios rayos que destruían
todo a su paso. Por si fuera poco, una nube de humo materializó la
figura de una sin'dorei, que levantaba su mirada arrogante ante el
grupo mientras sostenía un cristal violáceo sobre sus manos. Akuo
miró hacia atrás descubriendo el rostro temeroso de la joven maga
que negaba, y leyendo en sus labios lo que parecía ser una disculpa
por el error que acababa de cometer. El guerrero lanzó su espada sin
pensárselo dos veces. El arma cruzó la sala en segundos atravesando
el pecho de Kashadia que se desvaneció en una nube de humo negro.
Una bola de fuego derribó a Ephdel que hizo que diera varias vueltas
en el aire hasta impactar de nuevo contra el duro suelo.
-¡Sharr... necesito que lo
hagas!.-ordenó Akuo que recogía su espada del suelo.-¡Hazlo ya!
La joven humana asintió, sus ojos se
centraron en Vicent, que no cedía en sus ataques. Las explosiones de
fuego que desprendia intentaban golpear a Akuo repetidamente, sin
embargo el guerrero esquivó cada una de ellas colmando de gran
agilidad cada uno de sus movimientos. Las manos de Sharr comenzaron a
despender un aura de color cian, su ceño se frunció en un intento de
concentrarse en ignorar al gran dragón que seguía destruyendo todo a
su paso. Vicent mostró una sonrisa cuando de sus manos salió
desprendida una gran descarga del caos. El hechizo desapareció en el
aire, cambiando drásticamente el rostro del brujo, que se giró
instantáneamente hacia la maga. El humano realizó otro hechizo que
se anuló de igual manera. Los poderes de Sharr contrarrestaban cada
uno de sus ataques, dejándolo totalmente indefenso. La espada de
Akuo sesgó por la mitad el tronco de Vicent, que desapareció al
igual que había hecho Kashadia en una nube de humo.
Ambos corrieron hacia Ephdel evitando
los ataques del gigantesco dragón azabache y cían. Ayudando al
caballero de la muerte, el grupo llegó a la puerta y tras pulsarla el mecanismo que la abría, cruzaron una vez más.
El paisaje dio lugar a numerosas
plataformas de se hallaban suspendidas en el aire. Tanto el suelo
como el resto de superficies eran de color blanco, de un material
parecido al mármol. Varios torbellinos se erguían ante ellos girando
sobre si mismos manteniéndose a flote.
-Cumbres del vórtice...-murmuró Sharr
-¡La puerta está donde el
dragón de viento!-exclamó Akuo señalando hacia arriba.
Los guardianes avanzaron acabando con cada uno de los elementales y enemigos que intentaban plantarles
cara. En lo alto de la plataforma encontraron la puerta, protegida
por un dragón de gran tamaño que se hallaba suspendido en el aire.
Los tres miembros se pusieron alerta, tras el enemigo se encontraba
la verdadera salida, la única que les dejaría a buen recaudo.
Un haz de luz recorrió la sala, y en
pocos segundos todo comenzó a temblar. Akuo miró hacia un lado para
percatarse de lo que estaba sucediendo.
-Está... ocurriendo el cambio...
El cielo, el suelo y todo a su
alrededor comenzó a resquebrajarse, creando un sinfín de líneas
fracturándose repetidamente. El mármol sobre el que pisaban perdió su
esencia mostrándose tal y lo que era más allá de la ilusión,
cristal. Las columnas comenzaron a hacerse añicos, las plataformas se
deshacían en mil pedazos y todo lo que se encontraba tras el antiguo
paisaje ahora era negro. Ephdel observó como el mismo dragón
comenzaba a cristalizarse.
-¡Ahora!- gritó
Sharr, Akuo y Ephdel corrieron hasta la
puerta. La enorme criatura no dejaba de atacar a ciegas mientras su
piel se despedazaba y caía trozo a trozo. El grupo se agachó ante un
intento de derribo por parte del enemigo, que no pudo evitar que su
cola golpeara la plataforma rompiéndose en pedazos y quebrando la
superficie más de lo que se encontraba. Sharr usó una traslación
para adelantarse al resto logrando así abrir la puerta y cruzándola
al instante. Ephdel vio como el suelo cedía tras ellos, miró a Akuo
y asintió a la vez que ambos comenzaban a correr haciendo uso de
todas sus energías. Los humanos saltaron hacia el interior de la
puerta cayendo dentro de ella tan solo segundos antes de que todo
desapareciera al otro lado de la misma.
El grupo recobró el aliento mientras
descansaban sobre el suelo del vestíbulo de la torre. Allí todo era
de cristal, pero las ilusiones no afectaban a ese lugar, cobrando
vida solamente tras las puertas cristalinas.
-Sharr... no vuelvas a
hacerlo...-recriminó Akuo
-Intentaba buscar una forma de
solucionarlo... de buscar... un fallo en todo esto.
Akuo miró a la joven con lástima,
sabía que era lo que intentaba, llevaba años buscando la forma de
anular la magia que se concentraba en aquel lugar, pero el guerrero
sabía que era inútil. Por muy hábil que fuera la joven maga... el
creador de la torre se había tomado las molestias de que fuera un
lugar tan letal, que rara vez alguien pudiera salir con vida de allí.
La torre de cristal no era tan solo un
lugar de entrenamiento o una zona plagada de peligros...sino aquel
espacio donde los peores temores de cada uno cobraban vida...