Los días pasaban en la fortaleza y Akuo terminó
recuperándose de todo el daño que recibió
a lo largo de lo vivido en Draenor desde que llegaron. El trabajar para la
teniente no era más que unas vacaciones remuneradas. Sin embargo necesitaba
acción, necesitaba sentir hervir su sangre.
En uno de los entrenamientos que llevaba a cabo con los
novatos, los cuales la teniente le ordenó entrenar, los sacó fuera de los muros
de la ciudadela para que manchasen sus manos por primera vez, aunque fuese un
simple animal salvaje, ya que sus habilidades no estaban a la par de ningún
enemigo. Quizás alguno de los sobresalientes podría hacer frente al reto. Los
demás solo servirían para ser aniquilados por el enemigo.
Fue entonces cuando caminando por un sinuoso camino de barro
que se adentraba en el bosque pudieron ver a lo largo del mismo un escarpado
acantilado que llevaba a un paso en caída libre. En la cima de esa elevación
del terreno un grupo de orcos festejaba su victoria por la emboscada sobre
ellos. Acto seguido alzaron sus fusiles amenazantes hacia el grupo.
-¡Corred! -. Grité,
haciendo que los soldados se retirasen y volviesen a la fortaleza mientras me
quedaba distrayendo al enemigo.
-Pero… Señor -. Dijo Peter preocupado.
Sin mediar palabra con él, desenvainé mi espada y empuñé mi
escudo. Estaba deseoso de combate y no pensaba en la superioridad numérica de
la que disfrutaba el enemigo. Solo en hundir mi hoja en su carne. Tras mi
reacción pude escuchar como Peter se daba la vuelta y retornaba a la ciudadela
junto al resto de mis aprendices.
-¡Vamos! -. Grité a los orcos momentos antes de lanzarme
corriendo, atravesando rápidamente el camino hasta adentrarme en el bosque,
librándome por poco de los disparos de esas bestias con el cerebro del tamaño
del de un ogro.
Tras varios minutos conseguí hacer que se moviesen. Estaban
al alcance de mi hoja y sin tenerme a la vista. Había recibido algunos balazos,
pero nada grave. Me subí a un árbol para conseguir la ventaja de la altura y,
cuando el primer grupito pasó, me abalancé sobre ellos con una sed de sangre y
un deseo de derramar sus entrañas por el suelo insaciable.
-¡Moriréis hoy! ¡Preparaos para reuniros con vuestro creador,
bestias repugnantes! -. Ataqué como si no hubiese mañana. Sin perder de vista
los movimientos de los enemigos que quedaban en pie, enfrentándome. Visualizaba
sus movimientos, esquivaba y lanzaba certeras estocadas así como tajos a los
puntos vitales de los orcos, intentando acabar lo más rápido posible. Conseguí
matar a todos los del grupo, pero con la mala suerte de ser herido en una
pierna. Nada grave que no se pudiese recuperar, solo que no era el mejor
momento para una herida así.
Los demás orcos me encontraron y ni se atrevieron a venir
cuerpo a cuerpo. Se mantenían a cierta distancia con sus fusiles en alto,
dispuestos a matarme con cobardía y traición. Fue entonces cuando una jabalina
atravesó el cráneo de uno de ellos. Eran Jared y los demás que venían en mi
ayuda liderados por Ephdel. Tras ver esa escena me alcé y, lanzando un brutal
rugido que llamó la atención de los orcos, les di una oportunidad para masacrarlos
mientras estos estaban distraídos.
Caí al suelo agotado aunque satisfecho. Había sido capaz de
plantarles cara y proteger a mis alumnos, aunque al final las cosas se
torciesen y tuviesen que ayudarme ellos. Tras eso volvimos al cuartel y me
dediqué a recuperarme y a adiestrar a los muchachos para que fuesen aún mejores
guerreros en el futuro.
Escrito por: Akuo