martes, 23 de junio de 2015

Ricko Sietemares - Recuerdos en la tormenta (2.0)

(Flashback)

- ¡Al ladrón! - Gritaba el mercader de piel morena mientras corría por los callejones tropezando a causa de sus babuchas. - ¡Coged a ese ladrón!

El ladrón al que se refería le llevaba ya varias calles de ventaja y estaba seguro de que con un poco de suerte el mercader se cansaría y volvería a su puesto en la calle comercial. El chico esquivaba ágilmente cajas y barriles que se amontonaban en los callejones, encontrado un camino ahí donde otros encontrarían el paso bloqueado. La piel tostada del niño que se veía bajo las míseras ropas raídas estaba perlada por el sudor, generado más por el calor del sol que se encontraba en el punto más alto de su ruta que por la intensa carrera que estaba desarrollando.

Tras doblar dos esquinas más se metió en uno de los escondrijos que conocía, el hueco que se formaba entre un amplio alfeizar y un surco en el suelo que siempre quedaba tapado por un viejo carro cuyo propietario se debía haber olvidado de dónde lo había dejado. Se apretujo todo lo que pudo dentro del hueco, tratando de quedarse lo más quieto posible, mientras dejaba que su respiración se calmase y las voces del mercader se perdiesen en la distancia hasta desaparecer. Palpó el zurrón atado a su cuerpo para confirmar que su botín aún estaba ahí y suspiró aliviado al darse cuenta de que así era.

Cuando se hubo serenado y su cuerpo se había recuperado salió del escondrijo con cautela, siempre buscando a su alrededor la presencia oculta de algún guardia avispado que le hubiera visto meterse ahí. Tras asegurarse que estaba a salvo torció la esquina que le conducía a una empinada calle que desembocaba en el puerto. Más dejándose llevar por la gravedad que corriendo el chico recorrió los adoquines gastados hasta que se vio obligado a frenar para no caer al mar.

Esquivando las carretillas de pescado y los marineros beodos corrió sin descanso por tarimas y tablones, colándose por pasadizos tras los puestos mercantiles y buscando un camino que solo él conocía, por haberlo recorrido ya numerosas veces, y que lo llevaba a casa con rapidez. Había pasado casi toda su infancia en ese puerto. Mirando como los  grandiosos navíos y fragatas atracaban y se marchaban, como sus tripulaciones desembarcaban riendo y cantando, descargando mercancías, tropas o tesoros. Escuchando las historias de batallas, tormentas e islas con riquezas ocultas.

Pero ahora no tenía tiempo de mirar los barcos. No tenía tiempo de admirar su construcción, aprenderse cada bandera, cada nombre, el numero de cañones de cada uno. El chico llegó hasta el final del puerto donde empezaban las casuchas de más baja calidad y donde mendigos y borrachos se amontonaban para no dormir al raso. Llegó hasta su casa, que no era más que una placa metálica techando el espacio entre dos casuchas y una puerta y paredes improvisadas con madera y telas. Era un cubículo diminuto pero era lo único que habían podido encontrar para alojarles.

Apartó la cortina que les daba un poco de intimidad y la dejó atada a un lado para que entrara algo de luz al oscuro compartimento, pues era ya mediodía y su madre aun estaría en la cama. Un potente hedor le golpeó en la nariz. Su madre habría vuelto a defecarse encima. El niño suspiró acercándose al camastro de paja que le había preparado sacando el botín conseguido esa mañana: su comida de hoy. Abrió el zurrón sacando de él un par de melocotones cuyo olor no lograba tapar el de la habitación.

- Madre, he vuelto.- Dijo el niño arrodillándose frente a su madre. Le acercó el melocotón al rostro, esperando que el olor la despertara de su trance. Su madre estaba muy enferma. Al no poder pagar un médico no sabía que tenía pero cada vez iba a peor. Ya llevaba un tiempo que no podía levantarse de la cama y dormía gran parte del tiempo. Y cuando despertaba le costaba respirar, vomitaba y apenas tenía fuerzas para hablar. - Mira, he traído fruta. La fruta te gusta madre, come un poco.

- Ricko... Has vuelto... - Dijo su madre. Su voz era tan débil que apenas sobrepasaba el susurro. Palpó a ciegas el rostro de su hijo, asegurándose que no lloraba, que llorara por ella le dolería más que cualquier terrible enfermedad. Asió el melocotón con gran esfuerzo y se lo llevó a la boca para darle un pequeño mordisco pues no tendría energía para masticar pedazos grandes. Saboreó la dulce fruta que tantos recuerdos le traía y se le habría escapado una lágrima si sus ojos no estuvieran secos. Bien hecho... hijo... ¿Qué hora es?

- Es ya mediodía, madre. - Le decía Ricko quitándose el gorro rojo y dejando que sus cabellos rubios se desparramaran . - Deberías levantarte ya...

-No puedo cariño, sabes que no puedo... Déjame dormir un poco.... más... - Dijo su madre conteniendo un estertor. Le dolía que la viera así de débil e indefensa. Inútil hasta para cuidar a su hijo. Abrió un ojo para ver con orgullo el rostro de Ricko mientras este se dirigía a cerrar la cortina. Los cabellos dorados y los ojos azules como los de su padre y la tez broncínea como ella. Sería un hombre muy guapo cuando creciera, pensó sonriente pese a que su cuerpo se desgarraba por dentro. Ahogo un grito de dolor y en cambio exhaló un suspiro. - Tu padre pronto estará aquí.... Déjame dormir un poco más...

Ricko asintió a su madre. Había vuelto a hablar de su padre la semana anterior pese a que él los abandonó cuando ella estaba embarazada y nuca lo había mencionado apenas. Con la enfermedad volvió a surgir su nombre y el recuerdo del hombre. Pero Ricko sabía que nunca volvería. Nunca había aparecido durante su infancia y no lo haría ahora. Tampoco lo necesitaban, mientras él pudiera traerle comida a su madre... aunque ella comiera poco ahora...

Miró el rostro pálido y congestionado de la mujer deseando que se pusiera bien. Aprovechó que dormía para limpiar el cubículo, deshacerse del origen del hedor y ordenar. Cuando hubo terminado volvió a arrodillarse junto a su madre, reposando su cabeza en el hombro de ella. Su idea era solo reposar un poco pero terminó durmiéndose también.

Cuando despertó era ya entrada la tarde. Los rayos del sol se filtraban por las fisuras de las endebles paredes. Ricko levantó la cabeza lentamente, frotándose los ojos legañosos y bostezando. Miró a su madre. Ella parecía tranquila, durmiendo aún. Su piel antaño broncínea había empalidecido hasta adoptar el color de la espuma del mar.

-Madre, despierta. -Dijo sacudiéndola suavemente. - Tienes que comer algo, aunque sea un poco. - Al no responder Ricko la sacudió un poco más. - ¿Madre? Madre despierta. - Sin respuesta. Ricko vio que ella no respiraba, pero no quiso darle importancia, su respiración había sido débil desde que empezó a enfermar. Tampoco quiso ver que su tez estaba más pálida que nunca y que sus labios empezaban a ponerse azules. Solo podía llamar a su madre, luchando para no ver aquello que no quería ver. - ¡Madre despierta! ¡MADRE! - De sus ojos cayeron grandes lagrimones que mojaron el suelo y la cama. - ¡MAAADREEEEE¡

La luz inundó la habitación de repente, alguien había apartado la cortina dejando que el sol de la tarde bañara el diminuto cubículo. Ricko se volvió enfadado, ¿Quién venía a molestar justo ahora? Al girarse chocó con unas piernas vestidas con pantalones bombachos y enfundadas en unas botas de caña alta. Con los ojos llenos de lágrimas pudo ver una casaca azul llegaba hasta la cintura.

¿Padre? pensó Ricko. ¿A qué venía ahora? Ahora que ella ya no estaba. Pero fue una voz de mujer la que habló.

- ¿Cómo te llamas chico? - exigió saber la mujer de pelo largo y oscuro.

- Ricko. - Respondió entre sollozos. Al instante se paró a pensar porque le había respondido. Su madre le había dicho siempre que no hablara con desconocidos. Miró desconfiado el rostro de la mujer, limpiándose las lágrimas de los ojos, pero en los ojos de ella solo había bondad, fría y dura pero bondad al fin y al cabo.

- ¿Cuántos años tienes, Ricko? - Le preguntó agachándose para que sus ojos quedaran a la misma altura.

Ricko levantó una mano, mostrando sus cinco dedos en alto mientras con la otra solo levantaba un dedo. En ese momento otra mujer entró en el cubículo. La recién llegada tenía el pelo rubio recogido en una coleta y vestía elegantemente. Sin percibir a Ricko se dirigió a su compañera.

-Catherine, ¿Qué estas hacien...? - Elisabeth se calló al ver el cadáver de la mujer y al darse cuenta del crio frente al cual estaba agachada la almirante. Rápidamente entendió la situación y volvió a salir para dejarles solos.

Catherine pasó una mano acariciando los mechones rubios de Ricko mientras esbozó una sonrisa.

-Dime Ricko: ¿Has oído hablar de los Espadas de la Tormenta? - Cuando el chico negó con la cabeza preguntó de nuevo sin perder la sonrisa. - ¿Te gustaría aprender a navegar por los siete mares?


(Fin de Flashback)



-¡Coge el timón! - gritaba la Almirate Catherine con su potente voz. - ¡Maldita sea Ricko! ¡Coge el timón!

Ricko Sietemares sonrió. Hacía tiempo que no recordaba a su madre y el recuerdo de ella siempre le producía una mezcla de sensaciones. Pues el día que la perdió fue el día que entró en los Espadas de la Tormenta, su nueva familia. Y junto a ellos creció. Aprendiendo a navegar bajo la tutela de la misma Almirante Catherine, surcando los mares y enfrentándose a piratas. Sobreviviendo a la más cruenta de las situaciones.

Eso le recordó... que quizás en mitad de una tormenta no era el mejor momento para ponerse a recordar.

Dejando que la lluvia lo empapara y los truenos le dieran fuerzas gritó a la tripulación para inspirarla:


- ¡Vamos bastardos! - Reía mientras giraba la rueda del timón. - ¡Esta tormenta no es nada! ¡La suerte nos acompaña!


jueves, 18 de junio de 2015

Zephiel Daroudji - El pequeño lobo (2.0)


(Flashback)

El eco que producían las pisadas del caballo al entrar en contacto con el suelo de piedra, era uno de los pocos sonidos que podía oírse por aquellas tierras, acompañado quizás del graznido de cuervos y otras rapaces que aguardaban con curiosidad sumergidos en la frondosidad de los árboles. Zephiel cabalgó pacientemente cruzando aquellos bosques mientras pensaba que a pesar del paso del tiempo, y de los numerosos sucesos que habían poblado Azeroth en todos estos años... el norte de los Reinos del Este seguía estando cubierto de muerte y putrefacción. Los árboles grisáceos cubrían todo lo que abarcaba la vista, y la vegetación, aunque había logrado sobreponerse, no dejaba de parecer un tanto artificial, un tanto...corrupta. Los Bosques Argénteos llevaban años desolados, abandonados... nadie pisaba aquellas tierras excepto viajeros, maleantes o algún que otro aventurero descarriado. Ni siquiera los renegados continuaban habitando esa zona, lo cual en parte era un alivio tanto para el guerrero como para los suyos, los cuales durante años habían tenido que resistir numerosos ataques por parte de éstos para intentar hacerse con el control de Molino Ámbar.

Zephiel miró hacia el horizonte, iluminado por los primeros rayos de sol que aparecían allá donde su vista ya no llegaba a vislumbrar. La ciudad de Entrañas debía alzarse frente a él, ocultando con su tenebrosa sombra el camino por el que vagaba, sin embargo, tan solo una torre en ruinas se mantenía ahora en pie. Donde antes había estado la ciudad de los renegados, ahora no había más que un agujero en el suelo, además de los últimos resquicios que denotaban que allí antaño hubo algo más que lo que ahora podía verse. Un cráter de gran profundidad cubría el sur de Tirisfal, lugar donde la ciudad se había venido abajo misteriosamente, sepultando consigo a gran parte de aquella abominable raza. Sin embargo... la muerte jamás se detiene, y los supervivientes renegados habían partido en busca de un nuevo o quizás añorado hogar: Stratholme, donde habían hecho de sus restos, su principal capital.

Las largas horas a caballo habían bastado para que el sol se alzara imponente frente al guerrero, cegándole durante gran parte de su recorrido. Ni un alma se había cruzado en su camino en el día y medio de viaje que había sufrido desde su partida desde el Molino. El guardián Marther Strang había insistido en requerir la ayuda de un mago para facilitarle su travesía, pero el guerrero se había negado tajantemente, ahora ya no había peligros ocultos entre las sombras por aquellos lares, y aunque el paisaje no era extremadamente fascinante como para disfrutarlo, Zephiel había preferido cumplir su llamada en solitario y marcado por sus propios pasos. El Molino Ámbar había dejado de ser lo que era hacía mucho, quizás tanto que ya ni él ni sus compañeros lograban asegurar cuando había tenido lugar esa transformación. Los restos de aquel mágico lugar, construidos en madera, la cual se iba pudriendo y desmoronando con el paso del tiempo, había dado lugar a un pequeño pero acogedor fuerte erigido en piedra, donde no solo cualquier miembro de la Orden o del Kirin Tor, sino cualquiera que perteneciese a la Alianza o a una facción neutral, podía hacer parada allí y disfrutar de una gran acogida y aquello cuanto fuera necesario. El gran fuerte cubierto de grandes piedras blanquecinas como el mármol, la gran torre de magos o incluso la taberna, hacían de aquel enigmático lugar un punto de descanso que animaba cada noche y cada día gracias al bullicio de los numerosos viajeros y habitantes que lo poblaban.


Ónice resopló sonoramente indicando al guerrero cual era su nivel de agotamiento por el incesable avance. Zephiel acarició el cuello del caballo color grisáceo oscuro, dándole varias palmadas y prometiéndole que no quedaba mucho hasta llegar al lugar al que se dirigían. Tan solo poco más de una hora le permitieron descubrir la excepcional ciudad de Nueva Gilneas, donde había sido enviado a acudir en nombre de la Orden. La ciudad, situada al norte de Tirisfal, había sido construida sobre los cimientos de las tierras que habían formado parte de los Escarlata. La derrota definitiva de éstos, sumada a la catástrofe de Entrañas, habían favorecido la situación para que la Alianza se adueñara de uno de los lugares militarmente más estratégico al norte del continente. La guerra contra los renegados duró años, sin embargo, una extraña e inesperada tregua mediada entre ambos bandos, por parte de la Cruzada, permitió a los no muertos ocupar parte de tierras de la peste tomando allí su nueva capital. Los huargen habían demostrado ser un pueblo con coraje y valor, y aunque tan solo una parte de su gente habían decidido dar una oportunidad a la nueva ciudad, aún quedaban algunos que miraban con recelo la nueva urbe, temiendo que tarde o temprano cayese nuevamente como había ocurrido tiempo atrás, o lo que era peor, que sus murallas terminaran por comenzar una vez más nuevas disputas con sus aliados.


Nueva Gilneas no era más que una mera imitación de lo que había sido su predecesora, sin embargo, los edificios, el ambiente y la posición geográfica en la que se encontraba, hacían de ella una versión más radiante y luminosa que la que ahora se sumía en ruinas. Zephiel recorrió a caballo las amplias calles, donde a esas horas del medio día, eran cubiertas por un gran alboroto y gentío que se dedicaban a sus quehaceres rutinarios. El guerrero se percató de que todos allí adoptaban su forma lupina, haciéndole sentir un extraño entre ellos. Aún así los lugareños no reparaban siquiera en él, no era de extrañar que miembros del resto de razas aliadas visitaran la ciudad ocasionalmente, y más cuando su creación aún era reciente. Zephiel continuó serenamente hasta detenerse ante un gran edificio, suponiendo que debía tratarse del ayuntamiento de la ciudad.


El humano esperó pacientemente en el vestíbulo, tal y como le había indicado un anciano huargen que posiblemente se encargaba de los asuntos relacionados con la administración. Zephiel peinó sus cabellos castaños con los dedos para rehacer de nuevo la cola que mantenía su larga cabellera recogida. Esperó mientras caminaba en círculos por el descansillo, reparando en cada detalle de aquel lugar. Si bien, aunque el guerrero había visitado la ciudad en alguna ocasión, e incluso había luchado durante un tiempo en la guerra que había supuesto, nunca había visitado la metrópolis con suficiente tiempo como para centrarse en aquello que para otros pasarían desapercibido.

Una gran puerta se abrió dejando ver al anciano que anunció al guerrero que ya podía pasar. Zephiel asintió y rápidamente asió su talega y se adentró tímidamente en la sala, oyendo segundos después de como el huargen se marchaba cerrando la puerta tras de sí. La teniente Thorn levantó la mirada de sus escritos fijándose en la presencia del humano. La huargen manteniendo su forma humana sonrió y se puso en pie rápidamente, apartando hacia un lado la larga trenza que reposaba sobre su hombro.

-Vaya.-dijo la huargen.-Esto si que es toda una sorpresa.
-Espero que buena, teniente.-dijo Zephiel dibujando una sonrisa en su rostro mientras se acercaba hasta el amplio escritorio cubierto de pergaminos y libros.
-Comandante.-corrigió.
-Pensé que había confianza como para dejar a un lado las formalidades, Alexia.
-Tranquilo Zephiel, siéntete como en tu casa.-dijo Thorn mientras le indicaba que tomara asiento.- Es solo que me esperaba que viniera el cruzado, o quizás el pandaren. Después de que rehusaras durante tantos años las invitaciones...
-El maestro Monlee ya no forma parte de la Orden en el Molino, se encarga de algo mayor.-interrumpió Zephiel algo nervioso.-Y Marther,... está demasiado ocupado con sus asuntos...-mintió.
-Osea que te has visto obligado a venir.-añadió Alexia en tono de burla.
-Realmente no, podría haber venido Alice o James.-respondió.-Pero me apetecía hacerte una visita.
-¿Después de cinco años?... Es curioso, y más curioso es que supieras que yo estaría aquí, sobretodo cuando ni siquiera sabias que me han nombrado comandante...
-Tuve un presentimiento.-dijo el humano tras una sonrisa.-Aun así supongo que no estoy aquí para hablar de mi, ¿Me equivoco?
-Tan esquivo como siempre...

Zephiel comenzó a sentirse cohibido, cosa que no era normal en él. Antes de partir había barajado la posibilidad de encontrarse con Alexia, sin embargo, ni en la misiva que habían recibido, ni tampoco en las palabras del cruzado, habían comunicado que el encuentro sería expresamente con ella. Aunque años atrás la relación entre ambos había sido algo más estrecha, las cosas habían terminado por torcerse, dejando esos recuerdos enterrados años atrás.

-Aun así tienes razón... no te he hecho venir para verte, y menos expresamente a ti.-continuó la comandante a lo cual Zephiel enarcó una ceja ante el comentario de la huargen..- Tenemos un pequeño problema entre manos, y esperaba que después de la ayuda que os ofrecimos con el asunto del Molino... podríais devolvernos el favor.
-Pensé que con nuestra colaboración cuando os enfrentasteis a los renegados... la deuda estaba cubierta.
-Es posible...-improvisó Alexia, que había olvidado por completo ese aspecto.-Pero bueno, sabéis que Nueva Gilneas abastece en muchos aspectos vuestra base, y que gracias a nuestra posición... pocos se atreven a asaltaros, haciendo de vuestro hogar un lugar seguro...
-Molino Ámbar ha resistido ahí desde antes incluso de que cayera la primera Gilneas.-recalcó Zephiel frunciendo el ceño.-Aún así te conozco lo suficiente para saber que no cederás en tu intento de pedirnos algún favor, así que ve al grano.
-Está bien, está bien.-respondió la huargen.-Verás, resulta que tenemos un problema. A pesar de que hemos resistido las adversidades que refrenaban lo que... hemos logrado.-dijo señalando a su alrededor mientras se refería a la ciudad.- Hay algo que se nos escapa de las manos.
-¿De qué se trata?
-No muy lejos de aquí, hay unas tierras que pertenecen a un humano de clase noble.-Alexia extendió varios pergaminos hacia el guerrero.- El caso es que dentro de sus tierras se halla un pequeño puerto... que como comprenderás, nos sería bastante útil para la ciudad. Es cierto que al norte de aquí se encuentra el mar, pero la altitud a la que se encuentra la ciudad hace que sea demasiado laborioso crear tanto una ruta de escape como un camino para transportar cargas y bienes. Sin embargo, el puerto del señor Darkhollow sería... ideal si pudieran ser de uso y disfrute para Nueva Gilneas.
-Entiendo, pero, ¿Qué tenemos que ver la Orden en todo esto?
-Tanto los míos como yo, hemos intentado convencerlo de un sinfín de formas, pero el problema es que se niega a ceder. No aceptará oro, ni favores, ni nada que se le parezca. Un ''no'' rotundo es la única respuesta que hemos recibido de él en cada uno de nuestros intentos.
-¿Me estás pidiendo que lo mate?-preguntó Zephiel extrañado.
-¡No, claro que no!-exclamó la comandante.- La razón por la que ni siquiera nos escucha... es porque somos huargen. Por eso he pensado que quizás con vuestras palabras entre en razón, además es un mago bastante cualificado... o eso parece, quizás después de todo encontréis un nuevo miembro para vuestra causa. Sobretodo... ahora que como bien has dicho, el pandaren mago os ha dejado.
-No tengo claro en que momento de la conversación el favor que os íbamos a hacer se ha convertido en un favor que nos estáis haciendo a nosotros...
-Vamos Zephiel, no lo veas así... míralo como algo con lo que todos ganamos.
-Te conozco lo suficiente como para saber que a pesar de ayudarte, te seguiremos debiendo una...
-Entonces me conoces bien, pero después de todo eso es lo de menos...¿Nos ayudarás?-preguntó la comandante impaciente.
-¿Qué ocurre si no recapacita? Si no cede... no creo que pueda hacer mucho más que convencerlo con mis palabras, a no ser que...

La puerta se abrió de repente interrumpiendo la tensa conversación que ambos mantenían. Tanto Alexia como Zephiel se pusieron en pie rápidamente. La comandante frunció el ceño, aunque ya estaba acostumbrada a las interrupciones, no dejaba de ser algo que detestaba tremendamente. Sin embargo su rostro de enfado se transformó drásticamente cuando un niño cruzó la estancia corriendo hasta ella. El guerrero siguió con la mirada al crío que abrazó a la huargen sin dudarlo un segundo. Tras el pequeño, un hombre entró también en la sala, sus cabellos rubios y su poblada barba hacían juego con su tez pálida.
-Thomas, ¿Qué te he dicho mil veces de ir corriendo por aquí armando jaleo?-recriminó Alexia.
-Lo siento... se me escapó de entre los brazos y no pude detenerlo.-dijo el humano que asintió en forma de saludo ante Zephiel.
-Oh, Zephiel, este es mi marido Baros Alexston.-anunció la huargen
El guerrero ni siquiera se sorprendió, ya que la noticia había volado tan rápido como el viento cuando ambos se habían comprometido años atrás.
-El famoso arquitecto supongo.-dijo el guerrero mientra estrechaba la mano al humano.
-¿Famoso?...Tampoco creo que sea para tanto.-respondió Baros con una carcajada.
-Baros, él es el señor Daroudji, uno de los guardianes de Molino Ámbar.
-Vaya...te doy mi más sincera enhorabuena, ver en lo que se ha convertido ese lugar... es toda una proeza.
-Hacemos lo que podemos para que sea un lugar seguro.
-Y estoy seguro de que vuestros esfuerzos se ven gratamente recompensados.-añadió el arquitecto.
-Thomas, es de mala educación no saludar a los invitados.-espetó Alexia.
El niño se acercó hasta el guerrero, que se acuclilló para estar a la altura del pequeño, cuando el pequeño Thomas saludó tímidamente. Zephiel observó al crío con curiosidad mientras despeinaba sus cabellos azabache en forma de saludo.
-¿Podéis esperar abajo?-preguntó Alexia a Baros.-No creo que tardemos mucho más aquí.
-Esa era la intención que tenía.-respondió el arquitecto.-Pero Thomas está más nervioso de lo normal... con eso de que es su cumpleaños.
-Así que es tu cumpleaños...-dijo Zephiel que aún permanecía agachado.-¿Cuántos cumples?
-Cinco años.-dijo el pequeño
-Vaya,...ya estás hecho todo un hombretón.
-Thomas, no molestes al señor Daroudji.-dijo la comandante y seguidamente el niño se acercó a su padre agarrándole de la mano.
-Espera un momento.-dijo Zephiel haciendo un gesto a la huargen para que entendiera que no era molestia alguna.-Creo que tengo un regalo para ti.-anuncio a la vez que buscaba en el interior de su talega.- Debe de estar por aquí...
Thomas miraba con curiosidad mientras permanecía impaciente, ilusionado por aquel misterioso regalo.
-Aquí lo tengo...
Zephiel enseñó al pequeño una figura que extrajo de su bolsa. La estatuilla tenia la apariencia de un cuervo, tallado en madera cobriza, el cual poseía cada uno de los detalles y características que podía poseer un anima así, haciendo que fuera tan perfecta como realista.
-¿Ves esta figura? Es un cuervo.-dijo el guerrero.-Me lo regaló un amigo, me dijo que me traería suerte... y hasta ahora lo ha hecho.
Zephiel le entregó el regalo al crío.
-Quiero que te lo quedes, así te traerá suerte a ti a partir de ahora.
-Pero... pero... es tuyo...-dijo Thomas.
-No te preocupes, cuando vuelva a casa le diré a mi amigo que me haga otro igual.
El niño asintió agradecidamente mientras miraba con sus ojos verdes, la estatua ensimismado.
-Creo que esperaremos abajo a que tu madre termine.-dijo Baros, y seguidamente ambos abandonaron la sala.
Zephiel no pudo reprimir un suspiro mientras observaba al pequeño marchar.
-¿Cinco años?-preguntó el guerrero mirando a la huargen con el ceño fruncido.-¿Tuviste un crío hace cinco años?
-Tranquilo, no es tuyo.-respondió Alexia bajando considerablemente el tono de su voz.
-¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Cómo...?
-Baja la voz...-ordenó.
El guerrero cerró los ojos masajeándose la frente.
-Zephiel, no es tuyo y punto. Además, aunque lo fuera... él ya tiene un padre, uno que puede mantenerlo y encargarse de él, cosa que tu... no puedes.
-Eso no significa nada...
-¡Eso lo significa todo Zephiel!-exclamó.-Mira... no voy a tener esta conversación contigo... y menos después de todo este tiempo.
-Está bien, no soy quien para meterme en tus asuntos. He pillado la indirecta.

Zephiel cogió los pergaminos sobre el asunto de las tierras de Azrhael Darkhollow y los metió en su bolsa arrugando parte de ellos, seguidamente cargó con su bolsa al hombro y abandonó la sala malhumoradamente.



Los rayos del sol se filtraron a través de las cortinas que intentaban fallidamente cubrir el ventanal. El reflejo golpeó el rostro del joven mago que cerró aun con más fuerza sus ojos mientras se cubría con la sábana por encima de la cabeza para seguir durmiendo unos minutos más. Varios golpes sonaron en la puerta y Thomas reaccionó rápidamente abriendo los ojos y echando a un lado la ropa de cama entre la que se escondía del la luz matinal. El joven huargen recorrió la distancia que lo separaba de la puerta para seguidamente abrirla. Thomas no encontró a nadie al otro lado, así que se asomó confiadamente para ver si se trataba de una broma de mal gusto, sin embargo a sus pies encontró una pequeña caja de madera. Tras cerrar la puerta de nuevo, el mago se sentó en el regazo de su cama con el objeto entre sus manos. Su corazón palpitaba de emoción, sabía que era un regalo ya que era el día de su cumpleaños, pero además estaba seguro de quien provenía tal detalle. Thomas abrió la caja con cuidado, deteniéndose en cada una de las particularidades y grabados de la misma, y fue entonces cuando en su interior encontró una figura de madera. Los dedos del joven se aferraron a ella extrayéndola de su interior, mientras que su rostro sonreía de alegría al verlo. Era un lobo, tallado en madera, un fuerte y fiero lobo que parecía estar en posición de ataque. Thomas sabía que las habilidades de Zephiel a la hora de esculpir quedaban lejos de las de James, pero sin embargo, para el joven mago, aquellas figuras eran el regalo perfecto e insuperable por ningún otro. El joven huargen se levantó de su cama y caminó hasta una estantería llena de libros, mientras se percataba de que en la cama contigua su amigo Khairos comenzaba a despertarse.

-Felicidades Thomas.-dijo el sacerdote mientras se desperezaba.
-¡Gracias Khai!
-¿Es un regalo?-preguntó el joven mientras observaba con curiosidad la figura.
Thomas asintió mientras colocaba la estatuilla del lobo en la estantería, junto a al menos media decena que componían su colección.
-¿Quién te lo ha regalado?
-Mi... padre.-contestó el joven huargen en lo que fue un susurro casi inaudible
-¿El arquitecto?-preguntó Khairos dubitativamente.
-No, él no..., me refiero a alguien... que realmente se preocupa por mi como si lo fuera.-Thomas hizo una pausa.-Alguien que me quiere más que si fuera su propio hijo...

Khairos asintió en silencio, él más que nadie sabía lo que era tener un padre al que no podía ver nunca, y que nunca había estado ahí cuando lo necesitaba, sin embargo, el joven sacerdote se sorprendió de la madurez con las que el pequeño Thomas había escogido sus palabras, y lo parecida que podían llegar a ser sus historias después de todo.


El joven mago observó cada una de las figuras que habían sido objeto de regalo un año tras otro. Un cuervo, un caballo, un búho,... sin embargo esta era especial, era un lobo, y sabía qué era lo que significaba. Quisiera él o no, el tiempo pasaba y ya había dejado de ser un torpe lobezno para convertirse en alguien capaz de luchar junto a los suyos, luchar como lo haría un lobo de los de verdad, por los suyos, por su manada, por la Orden.


miércoles, 10 de junio de 2015

Espadas de la Tormenta 2.0 - Han vuelto


Demian paseaba tranquilamente por los jardines de la mansión cuando el joven Thomas apareció corriendo entusiasmado como de costumbre.

-¡Demian, Demian!-gritaba el pequeño emocionado mientras daba brincos en cada una de las zancadas que recorrían la distancia hasta donde se encontraba.
-¿Qué ocurre esta vez Thomas?-preguntó el corsario reparando en la presencia de Lorraine que salía del edificio alertada seguramente por los numerosos gritos del joven mago.
-¿Qué es todo este escándalo?- dijo la chica cuando se aproximó hasta ellos.
-Zephiel nos ha mandado una misión, tenemos que ir al puerto, a ayudar a los Espadas a descargar cajas del barco... o a traerlas, creo que algo así.- asintió eufórico el joven por querer participar en algo junto al resto del grupo, al contrario que Lorraine, que no le hacía demasiada gracia todo aquello.

Tras unos minutos meditándolo, Demian decidió bajar al puerto a ofrecer la tal esperada ayuda de carga y transporte la cual le habían encomendado. Se preguntó donde se encontrarían el resto del grupo, y por qué cada vez que había que arrimar el hombro todos se esfumaban como alma que lleva el diablo, dejándole la mayoría de las veces casi todo el trabajo a él.

Una vez llegaron al puerto se encontraron con algo que jamás hubieran imaginado. Uno de los suyos, un miembro de los Espadas de la Tormenta yacía en el suelo herido de muerte. Una gran herida cubría su pecho que teñía de rojo la camisa que vestía. El último aliento del corsario solo sirvió para decir ''Emboscada''. Demian se temió lo peor, y rápidamente instó al resto del grupo a que debían marcharse de aquel lugar. Si los que habían hecho eso estaban aun por la zona... ellos podrían convertirse en un objetivo fácil, ya que tan solo se encontraba él con dos jóvenes inexpertos en combate real, y ni siquiera conocía de quien se trataba ni cuantos componían el bando enemigo. Las posibilidades no estaban de su parte, pero antes de que siquiera pudiese pensar un plan, Thomas se había adentrado corriendo hasta el puerto a toda prisa, situándolo en una ratonera sin salida. Demian maldijo para si mismo, pero no podía abandonar al crió a su suerte.

-¡Thomas vuelve aquí!- gritaron tanto el corsario como Lorraine esperando que se diese la vuelta y volviese. Sin embargo dicha acción fue en vano y no tuvieron más remedio que seguirlo.

Por todo el puerto podían verse varios cadáveres de mercenarios miembros de los Espadas, pero ninguno de los asaltantes, o al menos no dejaron los cuerpos en el campo de batalla, donde al parecer habían masacrado a algunos de los suyos.

-Esto es peligroso... vamonos de aquí, informaremos al jefe y los demás.

Tras decirlo, los tres se volvieron y en el único camino para abandonar el puerto apareció un hombre que vestía ropajes rojos como la sangre.

-¡¿Así que aun quedaba más escoria de esta?!-gritó el que parecía ser el jefe del grupo.
-Así que erais vosotros...-dijo Demian mirando de arriba a abajo al hombre que se plantaba ante él. El corsario reconoció los ropajes e incluso el tabardo, denotando que aquellos enemigos pertenecían a los Dagas Rojas, un grupo mercenario que hacía meses o incluso años atrás se habían enemistado con Espadas de la Tormenta.

-¡Vamos muchachos, acabad con ellos!

De la nada salieron tres hombres vestidos el mismo modo que el primero. Tras mirar a ambos lados, intentando encontrar una ruta de escape, Demian no consiguió encontrar escapatoria alguna, y ordenó a los jóvenes que permanecieran alerta para enfrentarse a sus enemigos.

Todos los allí presentes se enzarzaron en un brutal combate por la supervivencia. Luchaban contra todo pronóstico hasta que consiguieron acabar con los tres Dagas Rojas que habían obedecido las órdenes de su líder. Cuando de pronto, el jefe del grupo llamó aún a más de sus hombres. Cinco fueron los piratas que aparecieron rodeándolos dispuestos a terminar con cada uno de ellos, y atacándolos sin cuartel.

Demian se enfrentaba a dos de ellos mientras el líder miraba, disfrutando del espectáculo, lo cual enfureció al corsario.
-¡Sucia rata cobarde!, mandas a tus perros a hacer el trabajo sucio, mientras tu lo disfrutas...-gritó Demian.-¡Enfréntate a mi si tienes lo que hay que tener!¡Vales menos que las prostitutas de puerto, esas viejas que nadie quiere por lo usadas que están!.-terminó Demian ardiendo en furia.

El pirata se dio por aludido y avanzó para unirse a la batalla junto a sus hombres, y atacando directamente a Demian logró asestar una estocada antes de que pudiera siquiera reaccionar. El corte desgarró sus camisa por el costado abriendo una gran hendidura en su piel, sin evitar que el corsario reprimiera un grito de dolor.

-¡Maldito seas!.-gritó enfurecido y compungido a partes iguales.-¡No eres más que una basura cobarde y asquerosa! ¡Hoy morirás aquí, pagarás por todos los que has matado!
-¡Respalda tus palabras con actos!-respondió el pirata mientras se lazaba hacia Demian en un sinfín de ataques y forcejeos que tenía lugar entre ambos.

Demian recibía numerosos cortes y heridas al no poder esquivar los ataques proveniente de los tres enemigos, que parecían ponerse de acuerdo en atacarlo a la vez. De repente vio su oportunidad cuando el joven Thomas lanzó un ataque arcano que desarmó a uno de los cinco enemigos, y acto seguido el corsario saltó hacia él, cogiendo rápidamente el arma del enemigo y lanzándosela al mismo. El puñal cruzó la distancia entre ambos clavándose en la cabeza del Daga Roja, acabando así con su vida.

El líder del grupo enemigo gritó lleno de ira al ver como algunos de los suyos caían ante los numerosos ataques del grupo, mientras que los que aún se mantenían en pie seguían luchando con todas sus fuerzas. El jefe se le abalanzó repentinamente provocando que ambos cayesen al suelo. Demian forcejeó con el pirata, intentando quitárselo de encima. Con un poco de esfuerzo logró alcanzar un pequeño revolver que guardaba en su cinturón y disparó a quemarropa a su adversario. El disparo no resultó mortal, pero logró poner distancia entre ellos. Demian levanto de nuevo el arma de fuego y apuntó al pirata, pero entonces una daga atravesó su mano obligándole a dejar caer el arma que salió despedida varios metros a lo lejos.

Demian se agarró las mano sintiendo como una gran punzada le atravesaba de dolor. Aunque había sido herido anteriormente, notaba como sus fuerzas y sus ánimos menguaban. Fue entonces cuando Jace apareció de la nada. El monje realizó un sinfín de extraños movimientos que lograron revitalizar al menos momentáneamente a parte del grupo. Juntos siguieron luchando, enfrentándose a los enemigos como su fueran uno solo. Los ataques de Lorraine lograban distraer y herir paulatinamente a cada uno de los piratas, dejando la oportunidad a Thomas de lograr acertar en los hechizos que lanzaba sin descanso. Demian intentaba rematar a cada uno de los cuales el agotamiento y las numerosas heridas se habían adueñado de ellos, mientras que Jace se concentraba en mantener vivo al grupo.

El jefe del bando enemigo se tambaleo agotado, observando como sus hombres caían uno a uno hasta que solo quedaba él en pie. Demian se lanzó hacia él dispuesto a terminar con la vida del mismo. El pirata paró el ataque, sin embargo, Demian contraatacó de nuevo dejando su guardia completamente descubierta, momento en el que Thomas aprovechó para lanzarle una enorme bola de energía que termino con su vida.

Tras lo ocurrido, el grupo tomó unos minutos para descansar, mientras Demian se dedicaba a apilar los cadáveres de sus compañeros caídos. Una vez terminó, los bañó en óleo y lanzó la llama de una antorcha que servía para iluminar el camino hacia el puerto, dándoles una despedida honorable. Al terminar, cortó la cabeza del jefe enemigo, y pusieron rumbo al castillo nuevamente.

El corsario subió cada uno de los peldaños del lugar en el que se hospedaban, alejándose del resto del grupo. Llamó a la puerta donde se encontraba los aposentos de Brandon, que obviamente coincidían con los de la Líder de la Orden Eterna, la señorita Alice. Se oyó un fuerte grito proveniente de su interior, el cual pertenecía al líder de los Espadas interesado malhumoradamente en saber quien era aquel que interrumpía sus quehaceres.

-Soy Demian señor, tengo algo que seguro le interesa.
La puerta de la habitación se abrió, dejando ver al mercenario pelirrojo que tan solo vestía un pantalón ligero, dejando su torso al descubierto. Brandon entrecerró la puerta tras de sí, saliendo al pasillo donde aguardaba el joven corsario.
-¿Se puede saber qué es lo que quieres? Espero que sea importante.-Alzó la voz el líder de la compañía.
Tras la pregunta Demian abrió un saco donde se encontraba la cabeza del cabecilla de aquel pequeño grupo de los Dagas rojas. Sus ojos se encontraron con los de Brandon que convirtieron su rostro en un semblante lleno de dudas y preocupación.
-¿Estás seguro de que eran ellos?.-preguntó el mercenarios
-Al menos un pequeño grupo de ellos, señor.
-Bien, reúne a los Espadas y a los miembros de la Orden, si han llegado hasta aquí... estamos en grave peligro.

-Así lo haré señor.


Escrito por Akuo