viernes, 30 de agosto de 2013

Areil Vientoestival

Los fuegos consumían todo a su paso. Las vastas regiones alrededor del árbol del mundo eran atacadas por legiones de demonios, liderados por el temible Archimonde. Los druidas del Círculo de Cenarion se congregaban para hacer frente al enemigo y proteger su amado árbol del mundo.

-¡Hermanos! - dijo un gran druida mientras paseaba mirando las filas de elfos – Nuestro enemigo desea la destrucción de todo lo que es bueno y fértil. Nuestro señor Malfurion Tempestira nos necesita para proteger nuestro Árbol. El enemigo cree que puede calcinar y destruir todo lo que tiene a su paso. ¡Pero yo os digo que mientras me quede una gota de sangre en el cuerpo, jamas permitiré que esos malnacidos de las tinieblas profanen nuestro hogar!!! ¡¡POR ELUNE HERMANOS!!!

Los gritos enfervorecidos resonaron por toda la floresta después de que Mellithorn Vientoestival encendiera los corazones de los combatientes, que ya empezaban a ver como los demonios se abrían paso. Los elfos se lanzaron contra los atacantes. Tigres y osos, cuervos y ciervos, dríadas y druidas con los ojos encendidos cargaron contra ellos. Aeril sintió miedo cuando vio la devastación que se cernía, pero cuando su padre pronunció esas palabras no pudo sino rugir enfervorecida y cambiar su pavor por odio y rabia. La lucha fue feroz entre gritos, rugidos y hechizos de naturaleza y fuego. La primera carga hizo que los demonios retrocedieran y hasta huyeran despavoridos, pero tras ello se reagruparon volviendo como la fuerza de las mareas del océano. Parecía que todo estaba perdido cuando de pronto, unos cuernos sonaron y una lluvia de flechas de penachos plateados volaron sobre los atacantes. Las centinelas acudían a la llamada de la lucha y ahora la contienda estaba más equilibrada.

Areil se entregó por completo a su bestia interior, cargó y derribó; mordió y arañó hasta los mismos huesos de los engendros. Siempre permanecía al lado de su padre que le daba fuerza y confianza para combatir esa plaga. Saltó encima de un sátiro que iba a lanzar un hechizo y sesgándole la garganta de un zarpazo, clavó sus colmillos en el cuello de un guardia vil y luego encarándose con una criatura ciega con unas antenas extrañas. El perro arremetió contra Areil dispuesto a matarla. El embate hizo que la elfa perdiera momentaneamente sus poderes, devolviéndola a su forma original. Trató de lanzar unos cuantos hechizos al demonio, pero sus poderes parecían haberse agotado. Una flecha se hundió profundamente en la carne del animal, alojándose en su cabeza y extinguiendo su vida. Areil viéndose libre de la opresión del manáfago, volvió a la contienda. El tiempo pasaba, pero la marea de demonios parecía interminable. Los elfos perdían a muchos en la batalla y los supervivientes empezaban a estar extenuados. Fue entonces cuando la tierra tembló y unos rugidos se oían en la floresta. “¡¡Por Lordaeron, Por Kalimdor!!!” gritaban mientras cargaban y se unían rompiendo las filas de La Legión Ardiente. Los demás habían llegado. Jaina había mantenido su palabra para alivio de los combatientes, al igual que Thrall que cargaba junto a ella con sus huestes de orcos y tauren. La victoria parecía estar asegurada, pero entonces unas figuras se perfilaron en una loma fuera del alcance de las centinelas. Una hueste de sátiros se había separado del grupo principal y lanzaban andanadas de flechas sobre el campo de batalla. Areil trató de cubrirse entre cuerpos y personas pegándose lo más posible al suelo pero todo parecía ser en vano pues corría el riesgo de ser aplastada por los caídos. En su carrera no vio un gran demonio alado que se le ponía delante y este tuvo tiempo para acertarle con su hacha y abrirle una herida importante. Mellithorn miró hacía donde estaba su hija.

-¡Nooo!!!! - gritó mientras ciego de ira se lanzaba contra el gran demonio alado.

Asestó varios hechizos que acertaron en el blanco y luego congregó a ramas y raíces que apresaron al ser, aplastándolo contra el suelo. El demonio frenético de rabia y dolor comenzó a cortar los tallos de las plantas que lo apresaban. De los dedos de Mellithorn surgió un fuego blanco que quemaban la carne corrompida del ser alado que arremetía contra el viejo druida. Unos cuantos druidas intentaron sumarse a la pelea, pero estaban demasiado ocupados para poder socorrerlo. Y entonces, un joven druida de poblada barba y pelo azulado, saltó unos cuantos cadáveres apilados, enredaderas y con un grito de guerra arremetió contra el demonio. Los dos elfos lanzaban hechizos por doquier hasta que finalmente lograron derribarlo. Mellithorn corrió hacia su maltrecha hija. Frenéticamente le palpó buscando el pulso. Areil aún estaba viva, pero la herida había sido más profunda que a simple vista, y su vida se le escapaba. 

La batalla continuaba y también se cernía sobre Areil y su padre que no se dio cuenta que el demonio alado aún no estaba completamente derrotado. Este arremetió con su hacha y partió limpiamente el brazo de Mellithorn. Este gritó de dolor mientras se volvía lanzando un hechizo que hizo que los árboles cercanos cobraran vida y arremetieran contra el demonio. Invocando a los poderes ancestrales, consiguió contener la sangrante hemorragia de su brazo. Un joven druida corrió a socorrerle en ese momento pero Mellithorn le cogió con el brazo que le quedaba y le dijo 

-No a mi no, coge a mi hija y llévala a salvo. Cúrala .

-Pero maestro – dijo el joven – Necesitais ayuda con ese engendro.

-No hay tiempo – dijo Mellithorn – Por Elune hazme ese favor, llevate a mi hija a salvo. Puedo con él.

El joven druida cargó con el tigre de pelaje claro que era Areil a su espalda y corrió entre las filas. Nunca se sabrá si fue pura suerte o si el espíritu de Elune estaba con el joven pues aunque corría por un campo de batalla ni una sola flecha, ni un solo enemigo se fijó en ellos. Cuando corrió unos cien pasos volvió la vista atrás un momento para ver al demonio alado alzar la cabeza del druida con el que habló momentos antes. Pero ahora no podía detenerse, tenía que cumplir la promesa que le hizo a éste. Consiguió atravesar las lineas del frente y llegar al campamento que habían habilitado para los heridos. Areil había perdido mucha sangre y sus fuerzas la abandonaban. Su salvador por su parte la tendió en la mullida alfombra del bosque y comenzó a hacer complicados movimientos, con palabras en el idioma desconocido de los elfos, implorando a los dioses que salvaran a la chica. Del druida surgieron entonces espíritus de hojas que rodearon a Areil, rodeando las heridas y cerrándolas. Cuando acabó de realizar el hechizo, el tigre abrió sus ojos dorados y se dispuso a levantarse, pero el elfo negó con la cabeza diciendo

-Aún es pronto para que te muevas, mejor descansa.

El tigre hizo caso omiso, pero cuando había dado un par de pasos se derrumbó como si el peso del mundo lo aplastara.

-¡¡Irothem!! - dijo entonces otro elfo desde una pequeña colina – Vamos Tenemos que seguir combatiendo.

Areil vio como el druida que la sacó de allí se alejaba, mientras su forma de tigre comenzaba a desvanecerse. Su cabeza empezó a tornarse más estirada, sus zarpas comenzaron a reducir a unas manos delicadas, mientras las patas se transformaban en brazos y piernas desnudos. Las orejas comenzaron a estirarse más y más y los dientes a hacerse más pequeños. 

Solo pudo oír la batalla desde lejos y luego gritos de victoria por parte de los elfos y humanos que luego se tornaron en terror al ver a lo lejos una figura demoníaca subiendo por el árbol. Tal vez habían vencido a La Legión, pero su líder trepaba por el árbol dispuesto a destruirlo. Nadie estaba lo bastante cerca como para impedírselo, y entonces desde un altiplano el gran maestro Malfurion Tempestira, alzó el cuerno de Cenarius y sopló con toda la fuerza de sus pulmones. El bosque se inundó con el grave sonido del instrumento. De repente de los mismos árboles del bosque, mas de un millón de espíritus se dirigían al árbol, hacia la criatura que lo escalaba impíamente. Los fuegos fatuos rodearon a Archimonde que trataba de quitárselos de encima como si de mosquitos se tratara, pero todo fue en vano. Los fuegos fatuos fueron explotando uno tras otro destruyendo pedazo a pedazo a  Archimonde que gritó con agonía y fue desintegrándose poco a poco. Pero el precio a pagar fueron las fértiles tierras que rodeaban al árbol calcinándose y haciéndolas baldías y secas. Areil lo vio todo desde el campamento mientras acostada, se recuperaba de sus heridas. 



Cuando todo acabó y los combatientes volvían, intentó escudriñar y reconocer de entre todos a su querido padre. Reconoció al joven que la rescató de ese infierno con la cara ensangrentada de una sangre que no era suya. Iba a darle las gracias cuando un anciano elfo amigo de su padre, se acercó a ella; su rostro decía sin palabras lo que quería decir. Se limitó a negar levemente con la cabeza mientras de sus ojos brotaban lágrimas de tristeza. Areil gritó de desesperanza mientras trataba de volver a lo que fue el campo de batalla y Atherus la retuvo contra sí. Areil golpeó el pecho del viejo druida con rabia porque la dejara ir mientras seguía llorando desconsoladamente. Al final terminó por abrazar al amigo de su padre.


Los años posteriores, fueron para Areil como la vida de otra persona. Se limitaba a cumplir las órdenes, mantener limpio el lugar donde dormían los sables de la noche y alimentar a estos. Nada mas, ya ni siquiera se molestaba en hacer uso de sus poderes druídicos. El dolor de la pérdida de su padre era punzante. Pero más aún el no poder haber podido despedirse una última vez de él. Los demonios no dejaron ni rastro de su cadáver. Y así pasaron varias décadas donde Areil parecía que mejoraba; pero solo creaba una pared de piedra entre el mundo y sus sentimientos. 

Una noche mientras se ocupaba de sus tareas, fue convocada en la casa del maestro Loganaar, para un importante asunto.

-¿Me habéis llamado maestro Loganaar? - dijo Areil

-Ah pasa, joven pasa – dijo Loganaar - ¿Puedo ofrecerte un té?

-No, gracias maestro.

-Como quieras hija. Veras, te he mandado llamar porque creo que ya va siendo hora de que vuelvas a tus responsabilidades como druida.

-Sirvo a Elune y a Cenarion, su voluntad he de cumplir – dijo ella

-Bien – dijo Loganaar. Te voy a enviar a Vallefresno, los orcos de esa zona se han movido mucho desde hace tiempo y queremos que investigues que tramas y vuelvas para contármelo todo ¿De acuerdo?

-Si, maestro.

-Bien, podrás partir al amanecer, duerme bien Areil.

Areil hizo una reverencia a Loganaar y se retiró a sus aposentos dispuesta a guardar sus pertenencias y emprender el viaje. A la mañana siguiente fue al puesto de hipogrifos del claro de luna.

-Hombre Areil – dijo la encargada - ¿Vas a alguna parte?

-Sí – dijo la joven – El maestro quiere que vaya a Vallefresno a investigar.

-Bueno parece que no vas a estar sola, pues otro druida partió hace apenas dos días hacia allí. Un joven fuerte de melena azulada y larga y unos ojos penetrantes que te entran ganas de perderte en ellos. 

-¿Sabes como se llama?

-Claro, su nombre es Irothem

Los ojos de Areil se abrieron como platos recordando el momento en que ese mismo druida lo sacó de la batalla.

-¿Qué pasa? - dijo la cuidadora - ¿No te encuentras bien?

-Sí – dijo Areil – estoy bien, solo ha sido un momento. Que Elune ilumine tu camino.

-Lo mismo digo hermana.

Subió a uno de los hipogrifos y espoleándolo, se perdió en el horizonte dispuesta a cumplir su misión.


Escrito por Iruam Sheram

domingo, 25 de agosto de 2013

Karin Darkfield


PROLOGO: EL SURGIR DE LA BESTIA


El tiempo era desapacible en las lejanas tierras próximas a las tierras de Tirisfal. Tras la imponente muralla de Cringris, Gilneas se salvó de la fatídica plaga que aconteció hace ya bastantes años. Pero para los gilneanos eso carecía de importancia, pues estaban a salvo.... por ahora. La mañana transcurría lentamente como un somnoliento transeúnte que se toma su tiempo cuando sale de casa y se dirige a su trabajo aprovechando al máximo el aire de la mañana. La figura resultó ser una joven delicada y bien arreglada. Su largo pelo rojo como el fuego se plegaba dentro de la capucha. Tenía los ojos del verde intenso del mar y una piel y un cutis tan blanco y suave como la porcelana. Sus rojos labios contrastaban con la claridad de su piel y su forma de caminar era como si bailara cada vez que daba un par de pasos. Su vestido largo de color carmesí hacía juego con su pelo, y lo llevaba recogido en un dobladillo para no mancharse de barro. Lo único que podía desentonar con ese aspecto eran el par de botas gruesas usadas para esos climas húmedos. A pesar de solo tener quince años, era una de las solteras más codiciadas de la ciudad; y su dote no era precisamente algo que un mercachifle de tres al cuarto pudiera pagar, puesto que Karin pertenecía a una de las más prestigiosas familias de mercaderes de toda esa tierra.  



Caminaba por las bulliciosas calles de Gilneas, dirigiéndose a hacer sus labores que eran tales como pasear, leer un libro, tomar el té en una prestigiosa taberna enterándose de los chismes de sus amigas y también ir de compras. Bajo su capucha y su paraguas, Karin se estremeció levemente. ¿Tal vez sería el frío ? ¿Tal vez un presentimiento? No podía estar segura y en su mente bullía más las ganas de contarle a sus amigas el nuevo pretendiente que su padre le había propuesto. Karin traspuso el umbral de La Castaña Caliente y dejó su abrigo de cuero y su paraguas en un rincón, mientras con una sonrisa tras reconocer a Raquel, Marie y Lucy se sentó junto a ellas y pidió un té a la camarera.

-Bueno cuéntanos – dijo Lucy expectante sacudiendo sus rubios rizos de un lado a otro cuando se ponía un poco tensa - ¿Le has visto ya?

-Si dinos Karin – dijo Raquel tratando de moverse lo menos posible puesto que hacía ya unos meses, su marido le bendijo con el milagro de un hijo - ¿Es guapo ese tal Creedy?

-Solo piensas en el aspecto externo – le replicó Marie que era la más pequeña del grupo y también la menos agraciada desde que un brote de viruela le dejara la cara marcada, obligándola a taparse con su tupido pelo castaño con lo que le daba un aspecto un poco misterioso solo mostrando media cara.

-¿Queréis que os lo cuente o no? - dijo Karin haciendo una pequeña mueca viendo que habían dejado de prestarle atención.

-No, no – dijeron las tres a coro – Cuéntanos, cuéntanos.

-¿Es atractivo? - dijo Raquel

-¿Es rico? - preguntó Lucy

-¿Tiene un gran.... - preguntó Marie. Todas la miraron –  porte?

Todas rieron porque entendieron el tono de su amiga.

-Bueno – empezó Karin – Sí, es guapo, joven y fuerte. Es dueño de una tierra de cría de caballos. Creo que mi padre por fin ha acertado y que es el definitivo.

-Aaaaaaah!!!!! - gritaron las tres chicas que componían su auditorio de la excitación – cuéntanos más cuéntanos más, ¿Ya lo has visto? ¿Has salido ya con él?

-No, aún no – dijo Karin sonriente – pero esta noche quiere que cenemos a la luz de las estrellas en su casa.

-Tu y é solos – dijo Raquel bebiendo un poco de su té.

-No, mi padre quiere que vayamos todos nosotros, y él está de acuerdo. Quiere que todos disfrutemos de su hospitalidad. Pero puede que más tarde quiera dar un paseo a la luz de la luna.

Todas rieron en voz baja para que no se oyera en la taberna, aunque la mayoría de los clientes del lugar eran señores bien arreglados y damas con chismes y cotilleos que dormirían al confesor más cotilla que hubiera.

El tiempo arreció durante el día apaciguándose al anochecer. La familia Darkfield se dirigió a la casa del hombre que se casaría con Karin. Para la ocasión, Karin se puso un vestido de noche de color negro de satén, acompañado por un chal de madreperla para protegerla del frío de la noche. El lugar era esplendido y la opulencia y el lujo deslumbraba por toda la casa. Su anfitrión no era menos. Amable y galán, no era el típico burgués arrogante y pomposo. Se decía que el mismo trabajaba con sus empleados y que las “aficiones del rico” eran para aquellos que solo vivieran para ver por encima del hombro a otros. Así era Edward Creedy. El mismo los esperó en la puerta de su mansión enfundado en un traje negro de montar pero de una exquisita confección y pulcro como sacado del sastre. Su pelo negro recogido en una coleta hasta casi la altura de los hombros le daba un aspecto de bandolero y sus ojos del color marrón de la tierra transmitían su determinación y su fuerza. Pero su rostro no era severo sino una mezcla entre la entereza y la dulzura.

Con un solemne y rápido movimiento abrió la portezuela del carruaje sin dar tiempo al mozo de la familia, sonrió a su prometida y se dio cuenta de que sus botas habían dado con un charco de barro. Retrocediendo y quitándose la casaca, la depositó en el suelo y ayudó a bajar tanto a Karin, como a su madre, Sophie y a la hermana pequeña, Victoire. Al pequeño Vincent lo alzó levemente sonriéndose y alborotándole un poco el pelo. Y en cuanto al padre, Adrien, un fuerte apretón de manos, símbolo de respeto entre los caballeros de Gilneas.

Sean bienvenidos a mi morada – dijo con una voz potente y agradable al mismo tiempo.

Entraron en la casa y durante horas cenaron los manjares exquisitos que sirvieron, todo regado con un exquisito vino. Tras esta, Edward les invitó a quedarse en su casa y al final aceptaron la invitación puesto que aunque había dejado de llover, la niebla dificultaba la visibilidad para volver de nuevo y además Edward poseía habitaciones más que de sobra.

Mientras Sophie y Adrien acostaban a los niños, Edward y Karin salieron por una puerta de la cocina y corrieron hacia los prados en dirección a una cercana arboleda. 

-Creo que tu padre me odiara por esto – dijo riendo Edward.

-Créeme – dijo Karin riendo con él – después de ver todo esto no creo que te odie en toda su vida.

-Karin. Si esto te va precipitado, o si no quieres esto; aun puedes decirlo. No quiero tenerte como esposa solo por pagar por ti como un caballo. Si no me quieres, lo entenderé pero por el amor que te tengo mantendré a tu familia en momentos de necesidad. Te lo prometo.

-Edward. ¿Cómo no quererte? Te quería cuando corrías conmigo por los bosques y los arroyos hasta que nos manchábamos de tal manera que a veces nuestros padres tenían que quemar nuestra ropa. Eres todo lo que una mujer podría desear. No eres uno de esos rudos hombres que solo piensan en sí mismos, eres guapo e inteligente.

Ambos jóvenes se sonrieron fundiéndose en un cálido abrazo y un tierno beso. Todo parecía que encajaba en la vida de Karin, todo parecía que iba a ir bien. Pero un ruido de ramas despertó a los jóvenes de su romántico momento. 

-¿Quién anda ahí? - preguntó Edward.

De la arboleda se oía un gruñido en aumento seguido por una figura oscura que saliendo de los árboles se iba perfilando. Parecía un lobo, o eso creyó Karin. Pero era más grande de lo normal. Unos ojos penetrantes inyectados en sangre, un pelaje negro como el carbón y una hilera de dientes amenazantes que podía partir un cuello como una rama seca. Edward sacó su espada dispuesto a enfrentarse a la criatura.

-¡¡¡Atrás!!! - gritó poniendo a Karin detrás de él protegiéndola.

-¡¡Aaaaahhh!!!! - gritó Karin con miedo.

-¡¡¡Corre Karin!! - gritó Edward – Yo me encargaré de él, busca ayuda, corre a la mansión. Coge mi mosquete.

Karin cogió la pistola del cinto de Edward, se recogió el vestido y comenzó a correr hacia la casa. No había dado cien pasos cuando oyó el grito de su prometido y volviéndose lo vio con el lobo encima de él mientras se debatía intentando quitárselo de encima. Karin se armó de valor y volvió adonde estaba el lobo cargando la pistola. A punto estaba de disparar cuando algo duro y penetrante se cerró en torno a su pierna derecha y vio que se trataba de otro animal como el anterior que de un mordisco la desequilibró y dispuesto estaba a sesgarle su delicada garganta cuando de pronto la pistola se disparó perforando el corazón de la criatura. El otro engendro al oír el estruendo y ver caer a su compañero, huyó como alma que lleva el diablo al interior de la floresta.

-¡¡Edward!! - gritó Karin mientras se arrastraba hasta donde su amado yacía - ¡¡¡Noooo Edward!! ¡¡¡No!!

El joven tenía múltiples heridas por las que sangraba copiosamente. Intentaba inutilmente presionar en la herida más grande que tenía en el cuello. Ahogándose poco a poco.

-K....a ..r.ii.n – intentó decir – Es....c...u...c.h...ame

-No hables – dijo Karin tratando de tapar la herida – Te pondrás bien, no dejare que mueras.

El tono de la piel de Edward se tornó del ceniciento blanco de los muertos y sus labios se amorataron.

-Tengo frío – dijo escupiendo sangre.- Tee.... quiero....

Su vida se apagó como la de una vela en los brazos de Karin que lloró abrazando a su amado. Más tarde cuando la encontraron yacía como muerta en la húmeda hierba. La llevaron de vuelta a casa y el médico le curó las heridas. Por el pobre Edward solo pudieron llorarlo y enterrarlo. 

En cuanto a Karin, al cabo de los días su estado de salud empeoró, postrándola en cama con unas fiebres que la llevaban incluso al delirio. Su madre y sus hermanos se desvivieron por cuidarla, pero ningún remedio parecía curarla. Y entonces una noche, de madrugada en la que su hermana y hermano pequeños dormían en la cama al lado de la suya, Karin empezó a tener convulsiones y poner los ojos en blanco. Su rostro comenzó a tensarse, sus miembros a crecer. Su pelo pelirrojo se tornó azabache como la noche y de su cabeza surgió más y más pelo al resto de su cuerpo. Sus dientes crecieron hasta hacerse tan grandes como pequeñas cuchillas. Sus ojos se tornaron de un salvaje color amarillo y sus delicadas uñas bien cuidadas en unas garras capaces de sesgar y cortar como una espada. Su ropa y su cama se rajaron y rompieron dejando un rastro de harapos y sangre. Los dos pequeños solo pudieron gritar, al ver que su hermana mayor se convertía en una aterradora bestia y que luego se lanzó sobre ambos, despedazándolos con una rabia incontenible. La puerta del cuarto se abrió y Sophie gritó espantada mientras Adrian entraba mosquete en mano dispuesto a matar a la criatura. Karin sintió una quemazón en el hombro izquierdo y un segundo más tarde se lanzó contra la ventana de su habitación, corriendo por el empinado tejado como si de prado se tratara. Saltó sobre el tejado de la casa de al lado y así estuvo hasta que saliendo del pueblo, un hombre ataviado en una túnica de color púrpura pronunció unas palabras y del suelo surgieron unos pilares de hielo que haciendo un círculo contuvieron a la alocada bestia que se debatía por salir a zarpazos.

Adrian llegó minutos más tarde y encañonó a la loba dispuesto a matarla.

-¡No Adrian! - gritó el hombre de la túnica – No lo hagas

-Esta bestia mató a mis niños – gritó desesperanzado el viejo mercader.

-Tal vez viejo amigo, pero el matarla no te devolverá a tus pequeños.

-¿Osas enfrentarte a mi , hechicero? - dijo lleno de ira

-No, pero seamos constructivos Darkfield. Tendrás tu venganza, pero antes debes confiar en mi criterio, por favor.

Lleno de ira, Adrien golpeó con la culata de su rifle a la bestia y se fue a su casa clamando venganza. El hechicero invocó una gran masa de agua que cogió a Karin y ambos se alejaron de la ciudad....


(Para leer el capítulo 1 haz click aquí)


Escrito por Iruam Sheram



sábado, 10 de agosto de 2013

El camino del Anacoreta - La pérdida de Argus

Este relato es una ficción. El personaje Iridi del relato no tiene nada que ver con el mismo de "La noche del dragón".



Música






Todavía la recuerdo, puedo verla, sentirla, noto la brisa jugar con mi pelo, el cielo estrellado       matizado con un toque púrpura...púrpura como la luz de la ciudad.
-<<McAree>>- Su nombre me susurraba al oído. Sus templos del saber se erigían sólidos y orgullosos, tallados en piedra preciosa y ornamentados con runas como alarde de poder, riqueza y prosperidad. La ciudad púrpura, la ciudad santa del conocimiento.
Desde aquél balcón podía ver los meandros de los ríos a través de la gran urbe, unos ríos que desprendían un fulgor tal que en la propia noche no se necesitaba de ningún alumbrado.
Mi ciudad, el lugar en el que nací hace tanto tiempo, que tanto me ha dado, que tanto recuerdo.
Pero algo estaba cambiando. La ciudad se fue tornando de un color verdoso, los ríos se estaban secando, las luces apagando, la brisa ya no soplaba...
McAree ya no era mi ciudad, ni ésta era ya mi tierra. Hemos sido condenados a un exilio permanente. Los otrora hermanos nuestros nos han traicionado y condenado a muerte.
Esta es la historia de un pueblo sin hogar, mi pueblo...

***
En la cima más alta del monte Kaarinos los primeros rayos de la mañana fueron barriendo todo el campamento. Allí el gran Profeta nos pidió que esperásemos la señal que nos salvaría de nuestros enemigos. Durante dos meses estuvimos viajando sin tregua, víctimas de emboscadas y ataques. ¡Pero hoy era el gran día, el Profeta lo había visto así! No podíamos hundirnos ahora, solo había que esperar un poco más...
Los niños permanecían dormidos, protegidos con los cuerpos de sus padres. Cada día eran menos, muchos no despertaban del sueño de la noche, pero nuestra fe era nuestra única fuerza.

Amún me despertó y su mirada cansada se encontró con la mía, sus blancos y brillantes ojos me habían reconfortado más de mil años, pero aquella luz estaba más apagada de lo habitual.

-Iri, es hora de levantar, amor mío.-
Hacía una hora que estaba despierta, pero me gustaba guardarle el gusto de despertarme.
Me incorporé y recogí mi capa para resguardarme del frío exterior.

-¡Por fin es el gran día!- sonreí – Podremos ser libres de nuevo-

Poco a poco todos los refugiados Eredar fueron despertando.
Amún me cogió la mano, sus dedos fueron envolviendo mis helados brazos y juntos fuimos hasta el centro del campamento, donde ansiosos esperábamos la arenga de Velen.

De una tienda de cuero cubierta de nieve surgió una imponente figura de tez pálida. Mientras se dirigía al centro de la multitud que se iba congregando alzó las manos para pedir silencio:

-¡Queridos amigos, todos hemos podido contemplar el horrible destino de nuestros hermanos. Aceptar el don del Oscuro supone caer en su trampa y, ahora, no son más que simples marionetas de sus desígnios. Sé que habéis tomado una decisión difícil y que por ello estamos sufriendo las consecuencias, pero no estamos solos en esta batalla, tenemos aliados que nos ayudarán en la lucha.
Hermanos, debemos seguir las enseñanzas de la Luz, lo he visto, lo he oído. La Luz representa la antítesis de aquellos que quieren acabar con nuestro hogar y nuestro pueblo.
El día de hoy será recordado para siempre en nuestras mentes como el día en que nuestro pueblo fue salvado por la Luz!.


Todos vitorearon al Profeta tras el discurso, estaban seguros que sus penurias iban a acabar de una vez por todas. Los niños abrazaron y besaron a sus padres.
Amún se giró hacia mí, me sujetó ambas manos:

-Seremos libres, Iri, nadie nos podrá someter nunca más y, lo más importante, nadie podrá hacerte daño.

Iridi acarició la cara de Amún y colocó la palma de su mano en su pecho como muestra de afecto, muy común entre su pueblo.

-Amún, mi querido Amún, de qué sirve vivir eones sino puedo estar contigo.- Iridi sonrió.

Un cuerno de alerta resonó causando un molesto eco en la montaña.

-¡Man'ari, se aproximan en gran número, Man'ari!

La felicidad que reinaba en el campamento se disipó y el pánico se adueñó de sus moradores.

-¡Todos a sus puestos, llevad a los niños y las mujeres a la parte más alta!

Amún soltó mis manos y su alegre mirada se tornó en preocupación. Un soldado se acercó a nosotros

-Vamos, necesitamos a todos los hombres- Ordenó el soldado.

Nuestra abrupta separación nos dirigió a cada uno en sentido contrario.

-Profeta, por favor haced algo- Una mujer suplicó a Velen -¡Nos prometísteis que hoy sería el día!-

Velen miró a la mujer y asintió.

-La hora ha llegado- pensó.

Una primera línea de defensa se organizó en la base del campamento a la espera de la llegada de los atacantes.
El cuerno que había dado la voz de alarma a tan sólo unos kilómetros había dejado de sonar.

Amún fue colocado junto con los demás hombres en la línea de defensa. Nada se oía ahora salvo sus pezuñas en la nieve y el sonido de sus armaduras y telas al moverse.
Frente a ellos el bosque permanecía acechante.

-¡Algo se ha movido por ahí!- señaló un Eredar en dirección a unos árboles.
-Yo no veo nada- dijo otro.
-¡Permaneced alerta!

Amún vio un fulgor verdoso entre la maleza, como si dos pequeños orbes se aproximaran. A esos dos orbes se le sumaron otros dos y otros...

-¡Se aproximan!

El grupo quedó petrificado ante lo que se les venía encima.

-¡Por lo más sagrado, qué son esos seres!- Dijo un soldado a la izquierda de Amún.

-Esos ya no son nuestros hermanos- Contestó otro.
Pero los Eredar corruptos no vinieron solos; un ejército de criaturas dantescas les acompañaba. No sólo eso, sino que esas criaturas parecían estar a las órdenes de aquellos que un día fueron como ellos. Los ahora Man'ari comandaban un ejército de demonios y criaturas de otros mundos que habían caído bajo el yugo de la Legión Ardiente.

-¡No dejéis que lleguen al campamento!-

En lo alto de una roca Iridi podía ver el campo de batalla y rezó para que aquellos demonios no acabaran con lo que quedaba de su pueblo.

-¡Atacad!- Ordeno un fornido capitán-

Amún junto con los demás magos se dispuso a lanzar una salva de descargas arcanas mientras los soldados cargaban contra aquellas bestias.
La primera línea de combate chocó de forma virulenta. Eredar y demonios se enzarzaron en una sangrienta batalla mientras, desde una posición segura, los corruptos Man'ari observaban y comandaban más tropas con la intención de acabar con los renegados.

Un soldado Eredar luchaba, maza en mano, contra un demonio de dimensiones colosales, piel rojiza y cuyo cuerpo estaba únicamente protegido por casco, brazales y botas. A aquel ser parecía importarle poco tener el torso descubierto, su hacha gigantesca hacía las veces de escudo.
Amún, viendo las dificultades del soldado, centró su atención en aquella criatura. Acumuló toda la energía que pudo para ralentizar a aquel coloso. El soldado, viendo lo ocurrido, aprovechó para hundir la maza en el pecho del demonio, causando que un río de sustancia verdosa la salpicara la armadura.

A su alrededor tres Eredar intentaban combatir en vano una mole de rocas unida por algún tipo de energía vil que amenazaba con aplastarles.
Amún intentó ayudar nuevamente; quizás una descarga arcana hiciera trastabillar a aquel engendro.
Se dispuso a canalizar la magia en un punto concreto, sin embargo el cansancio se apoderó de él súbitamente. La poca energía que había acumulado se disipó de sus manos.

Amún giró la cabeza. -Maldita sea, he bajado la guardia- pensó.
Una criatura cuadrúpeda estaba muy cerca de él. Su carencia de ojos no parecía importar a la hora de saber dónde estaba su objetivo. Unos tentáculos emergían de su espalda apuntando diréctamente al mago. Aquella criatura abrió las fauces mostrando dos hileras de afilados dientes.

En la cima del campamento Velen recordó las palabras del Naaru que le prometió la salvación. Pero nada ocurría.

-Profeta, los están aniquilando ¡Profeta, por favor!- Lloraba una mujer.

Desesperado por la falta de señales, Velen comenzó a dudar sobre la veracidad de lo que aquel ser le había dicho. Quizás era todo mentira, quizás estaba en camino, quizás...
Velen sacudió la cabeza y descartó todos esos pensamientos. Sí aquel ser de energía llamado K'ure le había prometido su ayuda, estaba seguro de que vendría. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde cuando esa ayuda llegase...

Mientras tanto, Iridi se hizo cargo de un grupo de jóvenes que asustados temblaban y lloraban.

-No os preocupéis, mis niños, pronto nos iremos, pronto habrá acabado todo- En su túnica guardaba una daga de puñal engemado; esperaba no tener que usarla, sin duda era mejor morir así que en las manos de aquellos monstruos...

Aquella bestia come magia se dispuso a saltar sobre Amún. Consciente de ello, el mago agarró con fuerza su bastón coronado en ambos lados por una gema azul.
La bestia come-magia gruñó y se abalanzó sobre el Eredar. Gracias a su adiestramiento tuvo la rapidez de interponer el bastón entre las fauces de aquel demonio y su propia cara.

-Intenta comerme engendro, te daré ardores de estómago-

El demonio rugió llenando de saliva el rostro del mago. Amún aprovechó el propio impulso del come-magia para propinarle un bastonazo que le partió unos cuantos colmillos. Enfurecido volvió a gruñir.
Aprovechando los valiosos segundos, echó un rápido vistazo al campo de batalla, buscando algún posible aliado. Pero no lo halló, los pocos Eredar que quedaban en pie se encontraban en su misma situación o peor.

Aquel cánido demoníaco volvió a tomar impulso, pero no pilló esta vez desprevenido al mago. Amún se tiró al suelo y apuntó su bastón con fuerza haciendo que el propio impulso del demonio le empalara con su peso.

Desesperado, Velen alzó el cristal Ata'mal, la reliquia que consiguió llevarse consigo. Aquella reliquia había pertenecido a los Eredar durante miles de años, mucho antes de que el propio profeta naciera y, había permitido que su sociedad se desarrollara de forma increíble. No podía permitir que acabara en malas manos . Sin embargo aquella reliquia estalló dividiéndose en miles de fragmentos.

Iridi, asombrada, miraba cómo el tesoro de su sociedad se desvanecía ante ellos y dio un grito ahogado. Pero algo extraño ocurrió. Una cúpula se interpuso entre el campamento y las filas enemigas. Aquella cúpula dorada parecía estar hecha de otro tipo de energía, una magia que no conocía.

-Velen de los Eredar, he venido tal y como prometí, tu pueblo aun puede salvarse- Dijo una voz en su mente – Rápido debes conducirlos hacia esta nave que hemos dispuesto-
En ese momento lo que parecía una roca gigante se materializó dentro del campamento. Aquella roca brillante como una gema y de grandes dimensiones abrió lo que parecía una compuerta.

-¡Retirada, todos a la nave, mujeres y niños primero!- Gritó el profeta.

Iridi no perdió el tiempo y dirigió a los niños hacia aquella mole brillante.

-Entrad, yo he de buscar a alguien, volveré en seguida-

Uno a uno los supervivientes fueron entrando en aquella nave mientras los pocos soldados que quedaban entraban en la cúpula, que por alguna extraña razón, los demonios no podían traspasar.

Iridi bajó colina abajo hasta el límite de dicha cúpula buscando a una persona, Amún. Frente a ella una hembra de rasgos humanoides y seis brazos, cada uno portando una espada, golpeaba con fuerza la cúpula y emitía chillidos agudos y siseos de ira y frustración. Aquello hizo frenar a la Eredar, pero al momento recordó el motivo de su búsqueda.

-Amún...¡Amún!- Chilló

Pocos soldados quedaban fuera de aquella cúpula y a los dos que pudo ver cayeron aplastados bajo el pie de una mole de piedra vil.

-¡Iri, vete de aquí, no bajes!-

Una silueta cojeaba a unos pocos metros de donde ella estaba. Sin lugar a dudas era la persona que buscaba.

-¡Amún!- La mujer se dispuso a salir de la cúpula pero la criatura de seis brazos se interpuso en su camino. Afortunadamente no llegó a salir.

El mago, a pesar de sus heridas en la pezuña izquierda, anduvo lo más rápido que pudo, sólo un par de metros le separaban de la cúpula. Estaba a punto de traspasarla cuando perdió el equilibrio y cayó de bruces en el suelo. Un látigo se había enredado en su tobillo derecho, haciendo que el mago cayera violentamente.
Iridi levantó la vista y vio el origen de aquel látigo; una hembra de rasgos hermosos, alas en su espalda y cola espinosa. Aquel ser tiró con fuerza del látigo alejando a su amado y adentrándolo en las filas enemigas.

-¡Amún, noooo!-

Todos los refugiados habían entrado en la nave menos dos. Pero eso a Iridi poco le importaba, no iba a ir a ningún lugar sin su Amún. Se dispuso a atravesar aquella cúpula dorada para ayudarle pero unas manos se lo impidieron.

-¡Suéltame, Yoro!- Aquel fornido Eredar negó con la cabeza.

-Es demasiado peligroso, no puedes salir ahí fuera, hemos de irnos. Amún hizo lo que pudo y gracias a él muchas vidas se han salvado.-

Iridi intentó soltarse con todas sus fuerzas, pero fue imposible. Yoro se llevó a la mujer a la nave mientras ésta lloraba.
                                                                      
                                                                               ***


Desde aquella ventana podía verse Argus hacerse cada vez más pequeño a la vez que se precipitaban al vacío abisal. Iridi miraba a través de la ventana mientras peinaba con sus dedos el cabello de una niña que dormía en su regazo.

-Ésta es la historia de un pueblo sin hogar, mi pueblo...-


CONTINUARÁ...



Escrito por Iridi/Chantalle

miércoles, 7 de agosto de 2013

Serpientes y Trols

(Anexo Cap - VIII - La máscara de Rastakhan)

     La misteriosa humana caminaba junto a varios trols por aquellas tierras desconocidas hasta ahora para ella. Los dos fornidos guerreros que la guiaban tenían la piel verdosa, una cresta de color rojizo y unos prominentes colmillos. Ambos eran de un tamaño superior al de un trol común, por lo que seguramente debían desempeñar el papel de guardia o algo similar. 
Ivy los observó detenidamente con repugnancia. El hedor que desprendían podía olerse a bastante distancia, las venas cubrían los fuertes brazos de éstos y el resto de su aspecto no les favorecía mucho más. Se fijó entonces en las enormes armas que llevaban y se preguntó si podría llegar siquiera a levantar una de ellas sola.

Las altas paredes de piedra hacían que aquella aldea pareciera un laberinto. Las calaveras decoraban cada rincón de aquel lugar, y la frondosa vegetación se encargaba de ocultar el resto. la humana miraba a su alrededor mientras avanzaba, más de aquellos seres verdes se ocultaban observándola en sigilo. 

Los trols de aquel lugar no temían a seres tan débiles como lo eran los humanos, no temían a esa humana, pero sí temían lo que ello significaba. Pocos seres se aventuraban a adentrarse en aquellas tierras,  y cuando alguien lo hacía era porque buscaba la muerte. Sin embargo pocos, muy pocos, habían sido escoltados hasta el líder de la aldea y eso solo podía significar una cosa, que necesitaban algo de ellos.



En el corazón de la aldea se hallaba un pequeño templo de piedra. Los trols sin mediar palabra la guiaron hasta dentro del mismo. Un misterioso trol se hallaba en el interior del templo. La presencia del grupo no le inmutó en absoluto, continuó realizando una especie de rito. A veces vertía algo sobre un gran caldero que desprendía un vapor verdoso, y otras veces se detenía a desmembrar alguna de las alimañas que se pudría en una roca que debía usar como mesa. 

El rostro del trol estaba cubierto por una máscara, pero aún así no infundía ni la mitad del miedo que los trols que la habían guiado hasta allí.
- ¿Habeis logrado vuestro cometido?- se aventuró a preguntar la humana.
- ¿Ha' logrado tu eh tuyo?- respondió el trol dejando de lado las tareas que realizaba.
- Así es,acabé con la sacerdotisa hace meses.- la humana hizo una pequeña pausa antes de continuar, pensando detenidamente las palabras que debía usar.- Si he venido hasta aquí es porque el maestro está preocupado de que no estés...realizando bien tu trabajo.
- Lo que el mae'tro pie'se me da iguah...
- El maestro os dio la mascara para que cumplierais vuestra labor, no creo que esté muy contento de ver los pocos avances que habéis hecho.
- ¿Pie'sas que te'go miedo a un humano?- El trol soltó una carcajada.
- Sabes que no es un humano normal. Consiguió venir desde otra época...
- ¡Dile a tu mae'tro que que ya co'seguí lo que quería!- Interrumpió el trol dando un puñetazo en la mesa.-¡Que ve'ga a bu'carlo y se large para sie'pre!
- Era tan fácil como decirlo desde un principio.- La humana sonrió asintiendo al trol y puso rumbo hacia la puerta donde esperaban los dos trols que anteriormente la escoltaban.
- ¡Dile que el e'piritu de la gua'diana se halla en e'ta vasija!
La humana se detuvo en seco y se giró para observar de nuevo al trol.
- ¿Guardiana?- preguntó mientras cambiaban las facciones de su rostro.
- Asi eh, la gua'diana...

El trol no pudo terminar la frase. Ivy, sacó una pequeña aguja rápidamente del brazal derecho y se la lanzó al trol clavándose en su brazo. Aunque el pinchazo no era extremadamente doloroso, el trol gritó cayendo de rodillas. Acto seguido los guardias se abalanzaron hacia la humana. 

Ivy rodó por el suelo esquivando un hachazo, cogió una daga impregnada de veneno que guardaba en el tobillo. Tras incorporarse esquivo rápidamente un segundo golpe, esta vez del otro trol. La humana se movía agilmente entre los lentos trols. Logró acercarse lo suficiente a uno de ellos y le hundió la daga en el costado. El trol se quedó paralizado por el veneno y segundos después se desplomó. Ivy esquivó varios ataques del segundo trol, y aprovechó la lentitud de éste para subirse en su espalda y degollarlo desde atrás.
Los dos guerreros estaban muertos mientras su líder se retorcía de dolor.
-¡ Me ha' e'venenado...!
- Tranquilo, no morirás, pero si sufrirás un inmenso dolor durante algunas horas.
- Pero... si he cu'plido el cometido...

Ivy le asestó un fuerte puñetazo en la cara que hizo que la máscara rodara por el suelo, dejando a la luz el repugnante rostro del trol.
- ¡La que has atrapado con tu vudú no es la guardiana, estúpido!
- Que...
- ¡El guardián es el paladín, repugnante trol!- Gritó Ivy y seguidamente le asestó una patada y lo agarró de la cabellera.
- ¡Arreglare lo ocurrido, eliminaré al gua'dian!  

La humana soltó al trol. Se alejó hacia donde estaban los cadáveres de los otros trols y agarró con fuerza el hacha que había portado uno de ellos. Ivy se sorprendió de poder levantar a duras penas la pesada arma. Asestó un certero corte a uno de los cadáveres decapitándolo. Seguidamente dejo caer el hacha al suelo y sostuvo la cabeza decapitada.
- Supongo que será señal suficiente para que los trols de ahí fuera no me ataquen...
El líder trol asintió
- ¡La próxima vez cruzaré la puerta pero con tu cabeza!
- Matare al gua'dian, lo aseguro...
La humana salió por la puerta y al poco tiempo entraron varios trols a auxiliar a su líder.
- Matare... al gua'dian, y depue' acabaré co'tigo ma'dita bastarda...- susurró para sí mientras varios trols se acercaban a él.
- ¿La matamo' ante de que se vaya?- preguntó uno de los trols
- No..., quiero que liberei' a Zarohk.- ordenó el líder  y entonces la expresión de los allí presente cambió por completo.
- ¿A Zarohk? Pero... no' matara...
- Te'dreis que guia'le...ha'ta nuestro' enemigo'... y reza a los diose' para que logremo' mata'lo luego...
Tras la orden del líder trol se oyó en toda la aldea sonar varios tambores seguidos de un estruendoso gong. 

Un sonido que hizo temer hasta al más valiente de los trols. Un sonido que solo significaba muerte y destrucción. Un sonido que paso a ser sustituido por otro aún peor, el rugir de una criatura con una sed de sangre incontrolable.


Ficha de Zarohk <---Click

Ficha de Ivy <---Click

jueves, 1 de agosto de 2013

Guias Rol

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