Hay leyendas que hablan de guerras,
leyendas de tesoros y amores....Entre todas ellas, una habla de una
edad de luz dorada, cuando había orden en el caos mundial. Se dice
que unos seres caminaban entre los titanes con piel de tierra. Sus
números eran legión, y su voluntad era la voluntad de sus maestros.
Según las historias de la época,
estos seres de piedra cavaron las montañas y valles con sus propias
manos. Cada río, cada lago y cada cima de cada montaña se esculpió
según un plan divino.
Estos seres llamaron a su maestro titán
“La Tormenta”. Era su protector. Ellos eran una prolongación de
su voluntad: agentes del orden, obedientes y poderosos, forjadores de
un nuevo mundo […]
Algunas páginas parecen estar en
mal estado y su lectura resulta casi imposible; pasas las páginas
hasta encontrar algo legible.
En la literatura y
las artes de estas criaturas, existe una leyenda que se repite una y
otra vez. Es la leyenda de Sombra, Tormenta y Piedra. He aquí una
traducción aproximada de la transcripción más antigua de la
historia:
“La bestia de
siete cabezas expulsaba siete alientos. La tierra lloraba sombras y
el enjambre nubló el cielo. El más antiguo era supremo; Nadie osaba
despertar su ira. Hasta la llegada de la Tormenta. Primero llegó el
trueno y luego la piedra. El trueno era la voz de la tormenta, piedra
era su arma. Los rayos cruzaron el cielo. El enjambre huyó de su
luz. Piedra golpeó las cabezas de la bestia. Sombra sangró en la
tierra y en el cielo. Miedo y odio eternos. La voluntad de Tormenta
se cumplió. El propósito de Piedra se cumplió.” [...]
Pasas más páginas deterioradas por
el tiempo
Durante muchos años
estos seres protegieron las grandes obras de los titanes. Siempre
escucharon a su maestro. Siempre permanecieron obedientes. Con férrea
determinación, permanecieron en vigilia continua.
Incluso cuando su
maestro permaneció en silencio.
No he podido
encontrar escritos de la época en la que su piedra se volvió carne.
Qué horrible debió ser para ellos respirar, sangrar y morir.
Acudieron a su
maestro en busca de consejo, pero de nuevo permaneció en silencio.
Con la carne
llegaron las otras maldiciones de la mortalidad: orgullo y avaricia,
ira y miedo. Sin un propósito común, se separaron y se vieron
enfrentados entre ellos.
Los poderosos
señores de la guerra reunieron a sus seguidores y se declararon la
guerra unos a otros. Sus batallas destrozaron la tierra y
aterrorizaron a las demás razas mortales.
Y su maestro
continuaba en silencio...
La época de los
titanes había pasado. La tierra se sumía en el caos. Los señores
de la guerra luchaban por sus territorios y poder. Era la era de los
cien reyes.
Fue entonces
cuando, viendo los trabajos en ruinas de sus antepasados dispersos
por el paisaje desolado por la guerra, se alzó aquel que quiso
unirlos de nuevo. Los titanes no volvieron a hablar. Así que él
hablaría por ellos.
Pero eso fue mucho
después...antes de todo ello, antes de unificar a todos los clanes,
este cruento líder no fue más que un joven muchacho, hijo de un
señor de la guerra en la era de los cien reyes.
Como sus hermanos,
era fuerte y dominaba las artes de la guerra. Pero, al contrario que
otros de su misma generación, tenía otros intereses además de la
conquista. Las leyendas de sus ancestros estaban grabadas en su
corazón...
Cuando el futuro
rey creció y dirigió sus propias legiones, anunció sus intenciones
de despertar a los dioses. Solo sus seguidores más leales le
acompañaron donde ningún otro se atrevió a llegar: al corazón de
la Montaña del Trueno, el hogar sagrado de su antiguo maestro.
Un señor de la
guerra subió a la montaña, pero fue un rey el que regresó de la
misma.
Los días
anteriores a que este nuevo rey fundara el viejo imperio, existía
una meseta rodeada de una tormenta perpetua. Se llamaba la “Montaña
del Trueno”, y era el trono ancestral del que los de su especie
llamaron una vez “maestro”.
La historia no
habla de lo que encontró cuando subió a la montaña y desapareció
en sus entrañas. Pero, a su regreso, tenía el poder de mil
tormentas y declaró que la montaña sería su trono. En su cima
construyó una majestuosa ciudad prohibida.
Se rumorea que,
tras su muerte, la montaña no escuchó a nadie más y la tormenta
bramaba con furor. Los siguientes emperadores trasladaron el trono a
un lugar más amable, un valle lleno de vida y lejos de los bramidos
de la tormenta. [...]
Las siguientes dos páginas han sido
arrancadas por el autor.
El Cataclismo que
destrozó el mundo casi sumergió la montaña bajo las aguas, pero
quizás el último emperador pensó que merecía la pena protegerla.
O quizás temía el secreto de la montaña y quiso ocultarlo....
Armado
con el poder de las tormentas, el rey reunió a sus seguidores e
inició la conquista sistemática de los demás señores de la
guerra. La mayoría no aceptaron su autoridad; los que tuvieron
suerte fueron vaporizados por un rayo o resultaron aplastados por sus
legiones. A los demás los arrastraron con cadenas hasta que el rey
consideró que los habían "sometido".
Pero
muchos otros vieron en el nuevo rey un propósito definido que se
había echado de menos durante las generaciones siguientes al
silencio de sus maestros. Se congregaron alrededor de su estandarte.
Cumplían sus órdenes con pasión mientras esclavizaban a las otras
razas, creyendo, como creía el propio rey, que las razas
"inferiores" debían servirles, al igual que ellos habían
servido una vez a sus maestros.
El
idioma fue unificado, se estableció una única moneda, se
estandarizaron los pesos y medidas y se fundó un imperio.
Por
primera vez, estaban unidas todas las razas de la tierra. El rey
consideraba el sufrimiento de estas razas un pequeño precio a
pagar... Una simple debilidad de la carne. [...]
Al pasar la página una pintura a
mano alzada muestra una figura femenina, flanqueada por dos
masculinas armadas.
Poco hay escrito
sobre la última reina. No hay documentos que hablen de la duración
de su reinado, pero sí de su cruento final.
Dicen las historias
que aun pueden oírse sus lamentos al recorrer el antiguo palacio.
Leyendo su epitafio he podido traducir aproximadamente lo siguiente:
“Una corriente
fría recorre el cuerpo de todo aquel que se aventure en este lugar
y trae consigo un manto fantasmal de tristeza. Se cae el alma a los
pies mientras se oye el débil y melódico llanto de Monara, la
última reina.
Su dulce réquiem
surca el aire, doblándose hasta formar una mano espectral que toca
los corazones. Al aferrarlos, puede verse un destello de sus últimos
momentos...su asesinato a manos del futuro rey.
El canto se
convierte en pura tristeza y Monara llora. Sus lamentos son cada vez
más fuertes en la oscuridad.” [..]
Los oscuros y
abandonados pasillos son un lienzo de obras de arte y poesía. A la
luz de una antorcha las grandes figuras de piedra parecen moverse en
el juego de sombras y luces de las llamas. Continúo mi camino hasta
topar con una siniestra imagen. Una escultura cuya rostro ha sido
destruido...
En este punto la escritura resulta
algo borrosa, quizás sea debido a la falta de visibilidad y la prisa
de su autor.
“Meng-Tzi el
vengador, guardia personal de su majestad la reina Monara.”
Tengo en cuenta que
la palabra “guardia” parece haber sido borrada de forma poco
precisa y sobre ella figura la palabra “amante”.
“En el Otoño del
reinado de su majestad, se decretó una nueva ley, según la cual
castigaría con severidad la unión, colaboración o incluso el
simple nombramiento de este nuevo llamado rey de las tormentas.
Muchos fueron juzgados por esta ley. Meng-Tzi, el vengador, otorgaba
los castigos personalmente, su arma fatal era capaz de eviscerar en
tan solo unos segundos. Dicen que sus víctimas podían ver el
resultado de la ejecución de su danza mortal segundos después de
que la hubiera realizado y morir.
Pero ni toda la
destreza de Meng-Tzi ni el poder de Monara consiguieron detener al
futuro emperador.
Sus tropas llegaron
a la capital, arrasaron sus puertas y acabaron con toda resistencia.
El emperador Permitió que la reina y su escolta fueran los últimos
en quedar con vida, así podrían ver el desmoronamiento de su reino.
El final de la
pareja es por todos conocido, pero sólo los que lo vieron con sus
propios ojos pueden reproducirlo.
Ni siquiera el
poderoso arma de Meng-Tzi pudo con el emperador.
Desde entonces el
alma atormentada de su majestad la reina yace en los pasillos del
palacio...” [...]
Ten-bu, así
llamaban al arma de Meng-Tzi. Un arma desaparecida y que sólo el
emperador sabe dónde fue a parar.
Algunos poemas
hablaban sobre el extraordinario carácter de este arma, cuyo uso
estaba reservado al guardia de su majestad. Sin embargo los poemas
han sido borrados, quizás para evitar crear un arma de igual poder
capaz de hacer frente al mismo trueno, quizás porque sólo Meng-Tzi
podía blandir a Ten-bu. He de investigar más sobre ello. […]
La siguiente página muestra un
dibujo en blanco y negro de una esfera rodeada de figuras humanoides
con los brazos extendidos.
Estos seres
aprendieron de los titanes a crear y moldear la vida y, según
cuentan las historias, le arrebataron a su antiguo “maestro” la
esencia capaz de tales maravillas. […]
El emperador,
consciente del poder que cargaba consigo y los deseos que éste
pudiera levantar, mandó crear un gran sistema de defensa. Es por
ello que ordenó experimentar con nuevas formas de vida.
La lista de
experimentos es incontable, así como las atrocidades resultantes de
cada una de ellas; dragones mutados con múltiples cabezas venenosas,
aberraciones capaces de leer los corazones y mentes de los
“seguidores” del emperador a fin de saber sus verdaderas
intenciones, seres anfibios y seres robóticos dotados con la
misteriosa sustancia de la vida.
Es este último
tipo de experimento el que más ha llamado mi atención ¿Qué
significa la introducción de la sustancia insufladora de vida en
seres mecánicos?
He de investigar
más sobre ello. [...]