lunes, 29 de abril de 2013

Capítulo VI - Forjadores del destino

El capítulo elegido por Marther (ganador del Quiz de la orden) ha sido ''Forjadores del destino'' en el que Daelian Whitestorm guiará a los miembros de La orden eterna en busca de su nuevo destino. Desde el misterio que rodea a los titanes en Rasganorte, los eternos desiertos de Uldum y el corazón de Azeroth en Infralar, la orden viajará en busca de las piezas que forjará la nueva reliquia: El talismán del destino.





Prólogo Capítulo VI 



Mas relatos de la trama


El veneno de la serpiente

El guardián de la orden

Otros relatos

El sueño (Giordano Levi)



El capítulo elegido por Marther (ganador del Quiz de la orden) ha sido ''Forjadores del destino'' en el que Daelian Whitestorm guiará a los miembros de La orden eterna en busca de su nuevo destino. Desde el misterio que rodea a los titanes en Rasganorte, los eternos desiertos de Uldum y el corazón de Azeroth en Infralar, la orden viajará en busca de las piezas que forjará la nueva reliquia: El talismán del destino.



Difícil decisión


Capitulo 6


 ¿Forjadores del destino?                                            ¿La orden de los mares?


Novedades importantes en el rol

Saludos a todos!

Escribo este post para comunicaros un cambio importante que se implantará en el funcionamiento de la trama de rol principal de La orden eterna.
Aunque los integrantes de la trama ya estáis al tanto, este post servirá para solventar las dudas que tengáis o informar a futuros roleros que se unan a la trama.

El caso es que el funcionamiento de la trama de rol funcionaba de la siguiente manera:




Los capítulos iban en el orden que el master rol decidía y tras terminar un capítulo comenzaba el siguiente, continuando siempre un orden más ''monótono'' en la trama.

El cambio que hemos ideado generará más juego y variantes en la trama principal, siendo sus propios integrantes los que decidirán el avance o camino que seguirá la trama, afectando así a los capítulos posteriores.

En resumen, el nuevo funcionamiento consistirá en que cuando un capítulo finalice, habrá dos capítulo opcionales a elegir, cada uno con distinto argumento, enemigos, artefactos...








Tal y como aparece en el esquema, al terminar el capitulo, se elegirá entre dos opciones, la opción ganadora será el capitulo que se roleará (x) y la opción no elegida (y) volverá a salir a la palestra junto con un capítulo nuevo(z) la próxima vez que haya que elegir.

El método de elección del capítulo será:
Mediante la votación de los integrantes de la trama, la mayoría gana, o bien podrá ser elegido por un solo miembro como premio por haber ganado alguna competición.

Cuando los capítulos estén disponibles se pondrá un post en el que podréis ver datos acerca de cada uno. 

Ejemplo:




Espero que os haya gustado la iniciativa y que entre todos podamos decidir el destino que aguarda a los miembros de La orden eterna ^^

Mareas de sangre.

Tocaban las doce en el reloj del puerto, el cambio de guardia se había realizado como planearon. Chantalle Leproux fue la primera en llegar y comprobar que su capitán, John Anderson, había preparado La Rosa de los Mares como le había encargado Giordano. Aunque La Rosa de los Mares fuera el buque insignia de la compañía mercante de Leproux, no vaciló en dejarlo a la disposición de su amado y la misión de este.

Comenzaron a llegar los oficiales y la tripulación de La Bruma de Poniente, un navío estremecedor. Al fin y al cabo era un barco corsario convertido en navío de línea Real. De armazón y velas negras, pero blasonadas con el León de Ventormenta y abanderado del mismo modo. En el mascarón de proa un grifo de acero dorado, colocado en posición amenazante, con las garras en ristre y el pico abierto. Como botalón de proa una serie de piezas del mejor acero, que bajan hasta hundirse bajo el casco, usado para embestir las embarcaciones y destrozarlas, a la vez que la tripulación aborda la cubierta.

Chantalle esperaba en la cubierta de La Rosa de los Mares, nerviosa e impaciente, pudo ver como el general Buchard subía a bordo de La Bruma de Poniente, pero no había rastro de Giordano. La tripulación de La Rosa cambiaban la mercancía transportada por una batería de cañones que instalaron en la proa y en las bodegas, mientras tanto Giordano hizo acto de presencia.

-¿Está todo como preparamos, querida?
Chantalle se sobresaltó y quedó boquiabierta. Nunca antes había visto a Giordano así. Con su uniforme de capitán de la Armada Real, aunque curiosamente no era azul sino rojo, dos pistolas a cada lado, sable y daga.
-Madre mía...- no pudo omitir Chantalle.
-¿Eh?
-Quiero decir, sí. Está todo listo, están subiendo los últimos cañones. ¿Cuándo partimos?
-Tengo que pedirte un último favor antes de eso, Chantalle.
-¿Si?
-Quédate en tierra.
-¿Qué? No, pienso ir contigo.
-No soportaría perderte, y mas sabiendo que es por mi culpa. Espérame y nos encontraremos al alba.
-Está bien...

Al tiempo que bajaban de la cubierta al puerto, se toparon con Adalberth Selwyn.
-¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó Chantalle sin dilación alguna.
-Venía con mi aprendiz a filosofar un poco, mirando al mar.
-Esta noche la mar será distinta, barón.- respondió Giordano.
-¿Y a qué se debe, conde Lévi?
-Esta noche la mar se teñirá con la sangre los traidores aromatizada con el olor a azufre y a pólvora.
Chantalle bufó entre satisfecha y excitada mientras Adalberth asentía al ver que había ayudado a tomar una decisión a su amigo.
-He de partir.- Giordano agarró a Chantalle del brazo y la besó pasionalmente al tiempo que Adalberth quedaba sorprendido.- Cuidádmela barón.
-No se preocupe, mi señor.

La Rosa de los Mares se adelantó a salir para tender la trampa a El Velador y su traidora tripulación. Giordano subió al navío Real y la tripulación formó filas a la espera de las palabras de su capitán.

-Se prepara la revuelta, pero muerta nacerá, regaremos la mar con la sangre de esos traidores. Timonel, pon rumbo a Kalimdor siguiendo la estela de El Velador. Tomaré el timón en cuanto lleguemos a los arrecifes.

Giordano se situó en la popa, mirando como se alejaba de la escollera y dejaba atrás a Chantalle.

-No he vivido hasta hoy. ¿Cómo podré vivir cuando estemos separados?-Giordano susurraba mientras se alejaba.
-Mañana estarás en un mundo afuera...
-Mañana estarás en un mundo afuera... - ambos decían lo mismo mientras veían como se alejaban el uno del otro.
-Y, sin embargo, contigo mi mundo ha comenzado...
-Y, sin embargo, contigo mi mundo ha comenzado...
-¿Nos volveremos a encontrar?
-¿Nos volveremos a encontrar?
-He nacido para vivir contigo.
-He nacido para vivir contigo.
-Y juro que seré fiel...
-Y juro que seré fiel...

Chantalle se retiró llorosa al interior del puerto, entonces un soldado que le faltaba una pierna, con aspecto demacrado y algo bebido, le emboscó con una afirmación.

-Mi señora, no lloréis por el capitán... De entre los hombres que navegan el Mare Magnum el es uno de los mas sagaces... Hubo un tiempo en que yo creía ser el mayor azote a bordo de un navío ¡Ja! Pero ese hombre... es un auténtico perro sin miedo, causante de estragos y caos, le he visto despejar el solo la cubierta de un galeón Thalassiano sin pestañear, luchar como si fuera el mismísimo Sargeras vestido de hombre. Y es listo de verdad, sabe como moverse por cada peñasco y cada grieta de estos mares. Así que no temáis por el...

Chantalle parecía algo mas relajada, pero no podía dejar de pensar en el y en si algo pudiera acaecerle. 

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-Señor, La Rosa de los Mares se dispone a hacer la llamada de socorro a El Velador. Nuestras tropas en el mercante se dispondrán a abrir fuego y abordar El Velador en cuanto tengan opción.
-Acércame el catalejo.- Giordano contempló la cercanía de los barcos y como La Rosa hacía señales mientras El Velador se acercaba, todo iba bien, hasta que la cercanía de ambos barcos era la correcta. Entonces, El Velador alzó otra bandera, la de El Martillo Crepuscular, se habían amotinado y tomado el barco.- Malditos sean... ¡Virar a babor! ¡Cargad munición encadenada!
-¡Lévi! ¡¿Qué cojones estás haciendo?! -vociferó el general Buchard- ¡No puedes disparar contra un barco de la armada!
-¡Prefiero ver ese barco en el fondo del mar antes que en manos crepusculares!
-¡Eres un majadero Lévi, pero llevas razón! ¡Haced caso a las ordenes del capitán, soldados!

El Velador disparó una salva de artillería ligera contra la cubierta de La Rosa. Esta respondió abriendo fuego desde las bodegas. Los mercenarios del Culto se disponían a abordar cuando las bolas encadenadas de La Bruma silbaron en el aire, se enredaron en los mástiles arrancándolos y dejándolos caer sobre la cubierta, aplastando a varios insurrectos de El Valedor.

-¡A toda vela! ¡Dadlo todo por La Bruma de Poniente! ¡Embestid ese buque!
-¡Mi capitán! ¡¿A qué nos enfrentamos?!
-¡¿Qué importa a qué o quiénes nos enfrentemos si tenemos la victoria asegurada?!
-¡Jaja! ¡Por La Bruma!

La Rosa pudo zafarse de las salvas del buque y La Bruma envistió con una fuerza tremenda al buque. Arrancaron parte de la proa del buque en la maniobra y colocaron los cañones listos para disparar.
Entonces se hizo el silencio entre las naves, Giordano se colocó en el centro de la cubierta con soldados dispuestos a abordar, mientras que en lo que quedaba de proa del otro barco colocaron de rodillas a los soldados prisioneros.

-¡Ahora escuchad, os habla la armada! ¡No habrá vida tras esto, no hay salvación, salid de ahí! ¡¿Por qué queréis morir?! - vociferó Giordano a los tripulantes del barco.

Al terminar sus palabras, el que parecía estar al mando de los mercenarios dio la orden de ajusticiar a los prisioneros, rebanandoles el cuello delante de los soldados de La Bruma. Acto seguido, dispararon a los pies de Giordano. El sonido del disparo se enmudeció cuando tornó el eco de los cañones de estribor destrozando El Velador desde su proa, entre el humo y el fuego los soldados abordaron el barco siendo el primero en saltar Giordano.

La batalla había comenzado, apenas sin visibilidad, fuego y humo los enemigos al rededor. Giordano motivaba a sus tropas a pleno grito.

-¡Quiero ver como lucháis todos con Giordano!
-¡No se rinde Courfer!
-¡Ni tampoco Damian!
-¡Hay muchos más que seguirán luchando por la libertad! ¡Haced honor a lo jurado! ¡Por Ventormenta y la Alianza! - Giordano se movía en una danza macabra. Desenfundó sus pistolas al unisono y disparó certeramente a los pechos de dos asaltantes. Blandió su sable e incluso le arrebató otro a uno de los insurrectos, era la viva imagen del caos. Utilizando solo artes mundanas y mortales...

Cuando el buque fue tomado por la armada Giordano se propuso dar fin a su misión, dar caza a los cultores.

-¡¿Dónde están los nobles?!
-¡Jajaja! Ya han empezado el ritual... todas estas muertes solo han servido para acelerar el proceso...
-Hijos de puta...

Giordano bajó rápidamente hasta la última bodega donde vio con horror como los tres cultores rezaban al recién completado ascendiente y el cuerpo, aún con vida pero mutilado por la corrupción, del almirante Reginald.

-Ph´nglui mglw´nafh C'thun Ahn'qiraj wgah´nagl fhtagn
-¡Ïa, ïa, C'thun fhtagn!

El rezo de los cultores resonó como un martillo contra un yunque en la cabeza de Giordano.

-¡Parad, parad esta locura! - Giordano desenvainó su sable.
-¿Giordano... de verdad piensas hacernos frente con eso? - Quink se autoensartó con la espada de Giordano hasta poner muy cerca de su cara.- Hemos sido bendecidos por el Antiguo, se necesita algo mas que una espada para acabar con-... - De repente, Giordano le agarró la cara con la mano izquierda desnuda y comenzó a arder en un fuego verdaceo y purulento.
-¡Siente el poder que trajeron los demonios de la legión! - Al tiempo que calcinaba con fuego vil al cultor, iba perforando los órganos vitales uno a uno y repetidas veces, hasta que cayó al suelo completamente muerto. Los otros dos salieron huyeron hacia la cubierta, esa falta de fe le ocasionó la perdida de sus poderes y fueron capturados con facilidad por los soldados.

-Ahora solo quedamos tu y yo, Giordano. - Dijo la voz de Oliver Domwell, La Mano del Rey, desde el fondo de la instancia, irreconocible. - Bailemos... - El ascendiente se puso en guardia y encaró a Giordano.


Comenzaron a luchar estrepitosamente en una perfecta danza de fuegos y oscuridad. Giordano tuvo que recurrir a su mas poderosa habilidad. Se invocó a sí mismo a modo de metamorfosis parcial... unas enormes alas moradas decoraban su espalda y sus golpes y lengua se tornaron en la de un demonio. Los golpes abrieron la cavidad torácica del ascendiente y dejó ver su corazón negro. Justo cuando se disponía a golpearlo, este explotó atravesado por una bala, el hecho hizo salir del trance a Giordano y perder sus habilidades demoníacas.

-Aún me queda alguna fuerza... - masculló el almirante desde el suelo, sujetando su pistola. El ascendiente se desplomó y su cuerpo comenzó a arder hasta convertirse en polvo.
Giordano sacó el calcinado y purulento cuerpo de Reginald hacia la cubierta.

-Giordano, necesito que me hagas un favor.
-Lo que quieras amigo.
-Déjame hundirme con mi barco, llévate mis pertenencias y dáselas a mi hijo.
-Así será mi amigo.
-Giordano, has hecho bien, has salvado al reino.

Giordano colocó a Reginald cerca del timón donde se pudo erguir apoyándose en este. Los soldados embarcaron de nuevo en La Bruma de Poniente y desde el castillo de popa Giordano hizo un saludo militar al almirante, antes de que la bodega de pólvora explotara y El Valedor se hundiera con su almirante.
Buchard abrazó a Giordano, a modo de consuelo.

Al regreso, el domingo por la noche, llevaron a los prisioneros a las mazmorras y Giordano se dirigió directamente al Cordero Degollado en busca de Chantalle...

Ambos se abrazaron delante de todos los brujos, dejando claro su situación sentimental y regresaron a casa.

Al día siguiente Giordano debía acudir al senado donde se elegiría la nueva Mano del Rey.




domingo, 28 de abril de 2013

El contrato sombrío




Era una noche fría y tranquila en la ciudad de Ventormenta, un hombre caminaba solitario por el distrito del barrio viejo, se dirigía al famoso callejón donde hay rumores que dicen que pueden contratarse y comprarse mercancía a los que algunos llamaría ilegal. 
El hombre, con una gran capa negra como la noche con capucha que le tapaba al completo, manteniéndose el rostro oculto, preguntó a uno de los malhechores que pasaba por ahí:

-Busco al que llaman ''el asesino fantasma''.-preguntó el extraño
-No sé a quien se refiere, tengo mala memoria.- le respondió uno de los maleantes con el que se había topado.

Entonces el hombre le arrojó unas monedas al maleante y le volvió a repetir la misma pregunta.
- Comienzo a recordar.- dijo mientras se agachaba a recoger una de las monedas que se le había caído.- Suele estar al fondo del callejón, pero le advierto que tenga cuidado con él, tiene un carácter un poco...irascible, al último que se dirigió hacia él con tono chulesco le degolló al instante, y eso que se trataba de un noble adinerado.
- Gracias.- respondió el extraño fríamente
Entonces el hombre se dirigió a la profundidad del callejón y se encontró con aquel al que buscaba, el cual se hallaba rodeado de un aura misteriosa y sombría. Le apodaban asesino fantasma porque asesinaba y desaparecía al instante sin dejar rastro alguno.

El hombre encapuchado le observó detenidamente y se atrevió a preguntar: 
- ¿Eres tú al que llaman el asesino fantasma? ,vaya... no esperaba que fueses tú francamente, un antaño noble caballero al servicio del rey.. 
- Ahórrate las paparruchas, eso era en el pasado, sé que soy  calvo borracho, dime a que has venido y no me hagas perder más mi tiempo.
- Tengo un encargo para ti,o mas de uno según se mire, te pagaré generosamente.
- Dime el encargo, si lo acepto es solo porque eres un viejo amigo de mi padre. 
- Quiero que vigiles y si en necesario protejas a esta chica.- El hombre le entregó un pergamino con el retrato y el nombre de la chica que había mencionado.

El asesino le respondió:
- Si es una siempre sacerdotisa... hay gente en este callejón que haría el trabajo mas barato que yo.
- Puede ser pero dicha sacerdotisa tiene una cosa muy valiosa...
- ¿Y como sabes que no me apoderare de eso tan valioso que posee?
- Porque te conozco bien y espero que cumplas con tu palabra
- Está bien, ¿Y el otro encargo?
- Tienes que vigilar a dos personas pero estas no las tienes de proteger.
- ¿No las protejo?
- No -le entrega los pergaminos con la información de estas dos personas.- A estas, llegada la ocasión quiero que las elimines.
Entonces la cara de asesino fantasma se le ilumina y sonríe.
- Si, son gente importante, es mas, uno de ellos mató a un amigo mio.
- Bien, ¿Tenemos un trato pues?
-Si
-Buena suerte, Señor Silvo. 
-Adiós monje borracho.....

Escrito por Alasios Doe

De como conocí a Abenthy (Parte 3)


(Música del relato: http://www.youtube.com/watch?v=04yq13nNaXw)


“La verdadera maestría de las Artes es saber cuándo no utilizarlas.” 
- Archimago Valven Fireseal


Abrí los ojos lentamente, iluminado incómodamente por la luz de la lámpara mágica de la
habitación en la que estaba durmiendo hasta que oí los pasos de alguien entrar a mi habitación.
Eran pasos tranquilos, pero sonoros, propios de alguien que quería que se supiera de su presencia.
Me incorporé con delicadeza de la cama, y observé a quién tenía delante mía. Para mi sonrojo, era
una mujer, una adolescente como yo: tenía la tez oscura, los cabellos recogidos prácticamente en
un moño que dejaba ver su delgado cuello de cisne. Vestía unas sencillas y nada aparatosas togas
rosas (para dolor de mis cuencas oculares), que no ensalzaban ni sus virtudes femeninas ni sus ojos
castaños, como su pelo. Me miró de arriba a abajo, arrugó la nariz con desprecio y me dijo:

- El maestro Abenthy quiere hablar con usted, maese Selwyn. Le hemos dejado ropa en el armario
y un balde lleno de agua. - la humana sonrió repelentemente, mientras yo la miraba desde la cama,
apoyado con los codos en el mullido cojín que me había regalado sueños. Hablaba con una voz
parecida a la del elfo, pero con un indudable acento de Dalaran.

- Lo primero, niña. ¿Dónde estoy? - tras el desafortunado dónde, apareció una nota menor en mis
cuerdas vocales que provocó un gallo, lo que provocó que la humana se echara a reír en mi cara.
Éramos más o menos de la misma edad, y obviamente, yo sería más inteligente, mas no se me
ocurrió otra cosa que decir que - ¿Tú no tienes gallos, o qué?

- Lo cierto es que no, repelente alteraquiense. Será mejor que vayas a lavarte y te presentes ante el
maestro Abenthy. Vestido adecuadamente. Hemos tenido que quemar... - en esa ligera pausa, sentí
ganas de saltar sobre ella. - tus harapos. ¿Todos los alteraquienses vestís así?

Respiré aliviado, ya que no habían tocado mi libro, que reposaba tranquilamente sobre la mesita de
noche de la habitación.

- No, ¿pero dónde está tu maestro? Ese Abenthy - pregunté, exaltado con la niña, que se creía con
derecho a tutearme y a tratarme con condescendencia. Nunca he soportado a esa gente. Quizás por
eso no me suela soportar en ocasiones.

- El maestro Abenthy está en la Ciudadela Violeta, niño. - la adolescente se marchó, con el cuello
bien alto y la nariz arrugada. Para mí mismo, me dije que posiblemente tendría antepasados
quel'dorei. Y más tratándose de una dalaraniense como ella; apuesto a que tenía las orejas
puntiagudas.

Sin más dilación, me puse en pie y me dirigí a la bañera repleta de agua, en la que lavé mi cuerpo
y me aburrí soberanamente. Una vez me sequé con las toallas violetas, me vestí con la ropa que
me habían prestado, llevando una toga más larga que yo, caminando incómodo usando una prenda
de ropa interior que no era mía. Salí en silencio de mis aposentos, bajé las escaleras, no sin antes
pisarle la cola a un gato sin “pretenderlo”, ganándome la iracunda mirada de la camarera, que era
una muchacha pelirroja de unos veinte años.

No sé que clase de magia hay en gran parte de las tabernas del mundo, pero las camareras de éstas
disponen de un amplio arsenal femenino y unos cabellos rojos. Siempre me han fascinado las
mujeres pelirrojas, así que me acerqué a ella y le pedí algo de beber. En aquella ocasión, fue la
primera vez que bebí coñac fuerte. Tras pagar la consumición con mi poco dinero, me dirigí con
pasos tambaleantes hasta la Ciudadela Violeta, pero con parsimonia, pompa y porte; portando la
esbelta varita de mi padre colgada al cinto.

Cuándo caminé lentamente por las escalinatas de la estructura, me topé con un aprendiz de
mago castaño, con entrecejo poblado y cara de despistado, vestido de rosa, con pintas de ir
bastante atareado, sujetando unos libros que pesaban posiblemente más que él. Decidí mostrarme
magnánimo y ayudarlo con el peso de tales joyas, pero este, apurado, trató de negarse como
buenamente pudo. Ya sabéis, la típica negación de aquel que la necesita pero no la acepta por su
orgullo; así que no insistí.

Me perdí varias veces por la Ciudadela, hasta que un muchacho de aspecto serio y circunspecto
me guío por la mayor sede de saber de Azeroth. Abrimos varias puertas de las que nos topamos:
en la primera, nos encontramos con dos gnomas femeninas, una vestida con una falda corta y unas
medias negras y la otra vestida con unas togas blancas y con un moño recogido que enmarcaba
su gigantesca barbilla. No diré que estaban haciendo, pero huimos. En la siguiente puerta,
interrumpimos una magistral clase, dirigida a un público adulto y protagonizada por un gnomo. Y
a la tercera, fue la vencida: hallamos a un hombre viejo con una amplia calva y una barba corta,
vestido con unas togas grises y con un collar en forma de piedra, que alzó la mano y saludó:

- ¡Ah, Adalberth, saludos! Gracias por traerlo, Ethel, puedes marcharte. - el viejo lo echó con la
mano, en un gesto amable, pero imperativo. Tras marcharse Ethel, el viejo me sonrió ampliamente y
me dijo:

- Bienvenido a casa, Adalberth.




Escrito por Adalberth Selwyn

viernes, 26 de abril de 2013

La ciudad violeta (Parte 2)



"El hechizo no hace al mago, si no la forma en que lo utiliza" – Archimago Gareus Tuercaplata.

Dalaran, por aquel entonces, estaba repleta de bullicio y vida. Siempre recordaré la ciudad más sabia e igualitaria como mi ciudad. Al haber perdido yo mi hogar, necesitaba un nuevo refugio, y lo encontré en la Ciudad de la Magia, en la cruenta y sangrienta Segunda Guerra. Muchos la insultan, diciendo que no es más hogar que el de magos pomposos y cobardes, o de jóvenes ambiciosos y curiosos. Yo soy ambos, y me enorgullezco de ser de la violeta ralea de Dalaran, pese a mi condición de brujo y la sombra bajo la que me veo envuelto para lograr la más bella de las utopías.

En definitiva, llegué a Dalaran vestido con harapos, armado con la varita de endrino de mi padre, con profundas ojeras enmarcadas en mi rostro, sin más oro que el de mis sucios cabellos y un libro colgado en el cinturón, que por cierto, cada vez apretaba menos conforme viajaba por las llanuras níveas. No me acerqué a ninguna población, puesto que suponía que los asesinos de mi estirpe estarían allí, de modo que, imprudentemente, fui por viejas sendas y crucé las llanuras. Sobrevivir en la nieve habría sido una proeza heroica digna de una canción si no hubiera sido por aquel viejo chamán que me salvó la vida: un orco. Exactamente, has leído bien. En mis devaneos por las Montañas de Alterac, caí al suelo, muerto de hambre, pensando en alimentarme de la misma nieve a mi alrededor. Y, como una titánica sombra, se personó ante mí el viejo orco, que, no sé por qué me dio agua que beber y comida que comer. Me llevó a la tosca cueva en la que vivía, encendió mediante su magia chamánica un fuego y esperó hasta que despertara. Cuándo lo hice, me aferré a la arcana varita de mi padre y apunté al orco:

- ¿¡Quién eres!? - osé gritar, por encima del crepitar de las llamas de la hoguera que iluminaba el rostro de aquel ser al que tenía por animal.
- Drem'lok tral 'el nodar osh tar. Nosh. - se golpeó el pecho con fuerza. Mis conocimientos del idioma orco se limitaban a una burda imitación de sangre y trueno, ya que solía compararlo con el idioma que tendrían los perros si ladrar lo fuera.

Nunca recordaré su nombre, pero sí su rostro, repleto de negros tatuajes, enmarcado con unos ojos rojos como la sangre, ni su barba blanca como la nieve de mi reino. Pero, sobre todo, recuerdo su expresión: tenía miedo.

Tras separarme del orco y salir de su mugrosa cueva, sin decir una palabra, caminé paso a paso por el camino nevado; era pleno invierno en plena Alterac, una tortura que espero no volver a pasar. Llegué a Dalaran, observando ensimismado las gloriosas y esbeltas estructuras, fruto de la mezcla de los estilos arquitectónicos de los altos elfos y los humanos, violeta y oro superpuesto sobre la nublada bóveda azul. Cuándo atravesé las piedras protectoras de la ciudad, me sentí seguro tras siete días de miedo. La primera vez que me lanzaron un conjuro de miedo, recuerdo haber visto la luna llena y la nieve interminable ante mis ojos. Definitivamente, odio Alterac en invierno.

Las puertas de la ciudad estaban obviamente cerradas, por la guerra, pero un alto elfo guardián vestido de violeta y de dorado se me acercó con parsimonia, enarcando una de sus largas cejas al ver mi desharrapado aspecto, pero alzando la otra al ver la varita de mi padre. Su voz cantarina tenía un deje burlón, y eso casi me enfureció. He de decir que el elfo se recogía la coleta negra sobre el pecho y tenía una perilla bastante curiosa. Alcé la mano, reuniendo fuerzas, abrí la boca, dispuesto a soltar una bordería, pero de mis labios con el imperativo y parsimonioso tono de noble pomposo, salieron unas inquisitivas palabras:

- Soy Adalberth Selwyn de Alterac. Llévame ante el Consejo de los Seis.

Lo cierto es que no sé como me llevó ante el Consejo de los Seis, pues nada más pronunciar la ese caí en el delicioso sueño del desmayo.


Escrito por Adalberth Selwyn

Luz en la nieve (Parte 1)



“La Primera Ley: No hablar con demonios.” - Bayaz, el Primero de los Magos.


Todo lo que sé es gracias a mi curiosidad. El pilar del sabio es el ansia de saber más todavía de lo que se sabe. El conocimiento no ocupa espacio, y mi más deseado objetivo es saber y que los demás sepan. Forjar nuevas ideas desde las viejas; reemplazar viejos protocolos por los nuevos; aprender del pasado pero pensar en el futuro. Un mundo justo sería aquel en el que todos fueran sabios o fueran capaces de entender lo que se les dice. Muchas veces, un tirano cualquiera ha pasado a engrosar la lista de déspotas de este mundo gracias a la ignorancia, bajo el precepto de que la ignorancia es paz. ¿De qué vale la paz, cuándo tu propio pueblo no es capaz de pensar que es ésta?
Utopías, me temo. Castillos de naipes, meras sombras. El mundo no puede cambiar en la mortal vida que puede llevar mi raza. El legado que dejaré es lo que hará que tiemblen hasta los cimientos de la Tierra. Jamás permitiré que mi nombre se desvanezca en el tiempo para siempre. Y por ello, te estoy mostrando a ti, atento lector, mi historia.

En el año nueve después de la Apertura del Portal Oscuro, nací en el castillo de los Selwyn de Alterac. Al contrario de lo que se pueda suponer, mi señor padre no era un borracho dado a las cacerías, si no más bien, era un mago que portaba su título de señor a regañadientes. El último del linaje de los Selwyn, para su desgracia. Cuándo se abrió el portal, mi abuelo y mis tíos murieron en las Tierras Devastadas, mi padre tuvo que venir desde Dalaran a Alterac para cuidar de Torre de Plata y cómo es natural, jamás volvieron. Lo primero que hizo fue reconstruir la destartalada biblioteca con la ayuda de mi madre, Lyanne, una hechicera de la más arcana burguesía de Dalaran. Si hay algo de aquellos años que recuerde con cariño es la biblioteca del Castillo. Era mi hogar, mi refugio y mi puerta para saciar la curiosidad insana. El amor por los libros no es hereditario, pero mi padre solía bromear que yo había nacido con una vela y un libro en la mano. Tanto Adelbern como Lyanne me contagiaron su pasión por la palabra escrita y por ello los honro.

Ah, por supuesto, toda historia tiene una parte oscura. Cuándo el destino del protagonista se trunca, se parte en dos y éste se ve obligado a dejar atrás su anterior vida. Recuerdo con odio aquella conversación entre mi padre y mi madre. No fueron estas sus palabras exactas, pero:
- Adelbern... lord Perenolde nos ha vendido a la Horda. Una coalición de la Mano de Plata y el ejército de Lordaeron está ya al norte de Alterac. Y vienen hacia aquí. - dijo como es obvio mi madre.
- Lyanne, amor mío, no hay de qué preocuparse. Somos gente pacífica.

Mientras escuchaba aquello, no podía dejar de pensar cuán equivocado estabas, oh, padre, que me diste el amor por la lectura, que me concediste el don de la vida y que me entregaste mi fiero corcel, Bucéfalo. Recuerdo con claridad el sonido de los cuernos de los paladines cuándo intentaron obligar a nuestra exigua guarnición a rendirse. Aquellos últimos meses, yo había empezado a tontear con la magia, y no con mujeres por dos sencillas razones: había pocas y no tengo tiempo para eso, ni jamás lo tendré, pues no hay mayor dicha que la de sentir que la magia me llenara, inflamara mis pulmones y hinchiera de orgullo y poder mi delgado pecho; era lo que más amaba después del conocimiento que poseía, poseí y poseeré, pues quería ser un prócer archimago. Oh, por supuesto, mi padre intento dialogar con los rectos paladines, pero una maza en la caja torácica le hizo cambiar de opinión. Jamás le he preguntado, pues murió en el acto. A Lyanne, mi madre, la mataron también, no sé como y lo cierto es que preferiría no saberlo: la guarnición del castillo, fue ejecutada por traición: una bonita palabra que sueltan los estultos cuándo no saben justificar su injusticia y estulticia.
Cuándo los paladines ya habían entrado al castillo y estaban llegando a la biblioteca, oí a la voz desconocida en mi mente, por primera vez, en el momento en el que yo me hallaba escondido en la biblioteca, esperando la muerte; estoico como un héroe que afronta su destino. Bueno, realmente no, me meé encima. ¿Qué? Tenía doce años y ellos tenían mazas y escudos. Siempre he opinado que las mazadas deberían dejarse a los carpinteros.  La cosa está en que la voz me habló, y aún guardo recuerdos de su modulado tono, de su atemporal volumen.
Escribiré exactamente lo que me dijo, que fue:
- Adalberth. - susurró, con una voz redundantemente susurrante, baja.
Al principio, creí que eran meras imaginaciones mías. O eran los paladines, que por asaz del destino, sabían mi nombre. Más tarde se repitió, cuándo la llamada resonó otra vez en mi mente.
Sin pensarlo si quiera, me dirigí al fondo de la biblioteca, dónde reposaba el dorado atril en el que mi padre solía recitar sus ignotos conjuros. Y justo allí, por casualidad, estaba su libro de hechizos, con unas letras escritas en oro brillando.
Ante el atril, en un círculo de arena y velas que mi padre usaba para hacer mediciones acerca de conjuros, se personó una figura vestida con una túnica negra, encapuchada, con una barba larga que parecía un erizo a medio erizar y una nariz aguileña. La figura, tornándose incorpórea por momentos, me dijo:
- Tengo la clave de tu salvación, pequeño humano.
Sentí miedo. Mucho. ¿Para qué negarlo? Encima, los paladines aporreaban la puerta de la biblioteca. ¿Qué harían con MIS libros? Si se atrevían a tocarlos, tendrían que pasar por encima de mi cadáver. Y eso harían. Eso predicaba la Luz Sagrada, la destrucción del conocimiento del que querían librarse; un pueblo ignorante al que controlar y adoctrinar conforme a sus anticuadas creencias; puesto que la Luz no era más que una manifestación de la Magia. Mire a la figura vestida de negro, enarcando una ceja dorada.
- Salvaré tu vida y tú, a cambio, deberás... - entonó la figura, con voz susurrante y sugerente. Nada que ver con el viejo decrépito que tenía delante; solo de pensar que alguna vez terminaría así, sentí un dolor tan irremediable e inevitable como la muerte que algún día me alcanzaría, inexorable pero lentamente.
- No salvarás mi vida, anciano, pues con gusto la entregaré si salvas este tesoro de las manos de los autoproclamados elegidos de la Luz. - contesté, reuniendo los pedazos de valor que me quedaban, temblándome con profusión las rodillas, pero intentando mantenerme heroico
- Intentaré hacerlo, pero te necesito vivo. - el viejo desaparecía por momentos.
No lo intentarás. Lo harás. - ordené, tomando posesión de mi cuerpo el espíritu inquisitorial, estúpido y repelente que tienen todos los nobles que han sido criados bajo la férrea y firme doctrina de los inútiles estamentos sociales, anticuados para una raza pensante como la nuestra.

Con la ayuda del viejo, siete días más tarde un niño de doce años, al borde de la inanición, casi muerto de frío y con un libro de hechizos bajo el brazo llegó a la Ciudad de Dalaran.


Escrito por Adalberth Selwyn

jueves, 25 de abril de 2013

Diario de Iruam - Parte 2


El despertar oscuro

La ventisca asolaba las faldas de la montaña aposentándose uniformemente, cubriéndolo todo como un manto blanco. Parecía como si una voz cruel se abriera paso entre los copos de nieve violentos deseando la peor de las suertes a quien pasara por allí. Iruam tiritaba bajo sus ropas y su gran abrigo de piel de yak. Hacía ya dos semanas que escapó de la cuadrilla que lo secuestró antaño y lo obligó a descifrar el contenido de unas tablillas antiguas que ubicaban artefactos de gran poder, que conferiría a esos hombres la fuerza suficiente como para provocar un alzamiento entre las filas de Kirin Tor y hacerse con el control de la orden de magos. Cuando inspeccionaba un templo en los bosques de jade, en un descuido de los guardias, corrió hacia un acantilado y sin pensárselo dos veces se precipitó al vacío. Rayos, fuegos y flechas silbaban a su alrededor tratando de abatirlo. De repente uno de los mortales proyectiles mágicos acertó a su blanco a la altura de una de sus manos, cercenando de cuajo uno de sus dedos. El dolor era agónico y la pérdida de sangre, bastante importante. En los últimos segundos, pronunció unas palabras entrecortadas y su caída se vio reducida considerablemente, aunque su estado le impedía hacer magia y dio con sus huesos en la fría agua del océano. Probablemente le dieron por muerto, puesto que cuando salió del agua y pataleó tratando de mantenerse a flote y llegar a la costa, no vio que lo siguieran.

Iruam recordó el momento de su huida y sintió un picor donde habría estado su dedo anular de la mano izquierda. Desde que perdió a sus captores, emprendió su marcha hacia el norte de Pandaria, una tierra que se transformó del bosque a una estepa y seguidamente montañas nevadas que se cobraban más de una vida de tanto incautos como expertos escaladores. Algunos lugareños ya advirtieron a Iruam de esos peligros, pero hizo oídos sordos dado que el tiempo apremiaba. Así pues cambiando algunas menudencias se hizo con un abrigo, un par de yaks y dos criaturas extrañas y enanas enfundadas en tupidos abrigos que hablaban de un modo extraño pero que parecían conocer las montañas.

-¡¡Señor!! Tenemos que refugiarnos – dijo uno de los pequeñajos intentando alzar su voz por encima del viento.
-No podemos parar, ya nos acercamos, lo presiento – dijo con voz entrecortada Iruam mientras observaba un instrumento redondo con una aguja que cambiaba de dirección cada vez que se movía.
-Es una locura – dijo el otro – Si seguimos avanzando por la ventisca, nos perderemos y posiblemente muramos, tenemos que encontrar una caverna o construir un refugio o nos helaremos.

Fue entonces cuando, de entre las sombras que formaban las paredes de piedra de la montaña y la nieve, hielo y viento surgió un imponente edificio tallado en roca viva y coronado por estatuas gigantescas de criaturas fascinantes y terroríficas. Bípedos y fuertes, con unos brazos y piernas que podrían destrozar a un hombre con facilidad y unos rostros que reflejaban el odio y la maldad, las estatuas se erigían a ambos lados de lo que parecía ser unas grandes puertas cerradas a cal y canto.

Iruam sonrió levemente.

-Lo encontramos – dijo

-Señor – dijo uno de los guías – Este lugar es sagrado para los mogu. No es un buen sitio para guarecernos, menos aún para adentrarnos en él.

Iruam miró al principio con extrañeza al pequeño, se permitió una risa sardónica y pasó de largo. No había recorrido tantos kilómetros para que ahora le dijeran que volviera atrás. Su objetivo lo tenía muy claro. Debía ir antes que ellos en conseguir los artefactos y esconderlos.

Cuidadosamente estudió las runas erosionadas que estaban talladas en la puerta, soplando y descubriendo con las manos desnudas los surcos que formaban palabras y frases escritas en la roca. Pronunció palabras en mogu para intentar abrir la puerta, empujó las pesadas hojas sin resultado, hasta se arriesgó con magia, pero todo fue en vano. La puerta se encajaba firmemente negándose a ser abierta. Se planteó la posibilidad de probar por otra entrada. Descansó un momento apoyado contra una de las estatuas y entonces algo sonó en las bisagras de la entrada. Las puertas se abrieron hacia afuera lentamente, amenazando con cerrarse debido a la ventisca. Cuando se abrió lo suficiente como para que pasara una persona, comenzaron a ceder hacia adentro de nuevo cerrándose. Iruam corrió lo más rápido que pudo y se lanzó hacia el interior oscuro del templo. Justo cuando consiguió franquear la entrada, las pesadas hojas de la puerta de roca batieron hacia adentro y se cerraron de nuevo violentamente.

El interior de la tumba estaba oscuro y húmedo. Olía mal y sonaba el eco del agua por todas partes. Iruam chasqueó los dedos haciendo aparecer en su palma una pequeña llama. Avanzó por un pasillo cuesta abajo franqueado de vez en cuando por más estatuas imponentes como las de la entrada. Al cabo de unos minutos que parecieron horas, llegó a una gran sala de techo alto, amplia y con lo que parecían ser altares. El mago siguió sinuosos pasillos, adentrándose más y más adentro de la tierra. Su herida en la mano le latía como si su dedo aún siguiera ahí, pero hizo caso omiso y siguió adelante.

Por fin llegó a lo que parecía ser el final de la tumba. Una gran sala abovedada con antorchas en las paredes, surcos de tumbas excavados en la roca, ánforas y caros jarrones narrando en imágenes historias apasionantes. Pero Iruam solo tenía ojos en el único premio que le interesaba. Lo halló en brazos de la escultura más grande e imponente del lugar. Se alzaba en el fondo de la sala, con los brazos en alto sosteniendo un orbe a diez metros de altura como si se tratara de un preciado tesoro o un premio ganado a precio de hierro. Iruam se acercó y subió trabajosamente por la estatua. Se subió a horcajadas a uno de los brazos y se acercó hacia la esfera. La tocó levemente moviéndola de su lugar. De repente, el objeto se desprendió cayendo. El joven mago, se lanzó al vacío protegiendo el delicado objeto, aunque su brazo no tuvo tanta suerte saliéndose de su sitio en un ángulo extraño.

-Jajajajajajajajaja, siempre supe que eras un necio Sheram, pero listo después de todo – dijo una voz que salió de entre las sombras. - Ahora dame el orbe y volvamos al trabajo de nuevo. Vamos Iruam, bien sabes que el poder que rige el Kirin es débil y merece ser purgado por sangre más joven, más poderosa. Sangre como la tuya y la mía.
-Di lo que quieras Valkyas – dijo Iruam incorporándose trabajosamente – Pero veo la mentira en tus ojos. No habrá un nosotros porque estás loco. No alcanzas a entender que estos objetos que anhelas y buscas están manchados con la oscuridad más pura. ¿No escuchaste mis palabras cuando traduje las tablillas? Os dije que la búsqueda era inútil puesto que quien usara estos artefactos no habría vuelta atrás para él. Sobre ellos pesan maldiciones que no alcanzáis a comprender.
-Mi querido discípulo – dijo el anciano - ¿Cuál fue la primera lección que te di sobre la magia y el poder? Que a veces el poder no es el que posee uno, sino del que puede servirse de sus semejantes – Endureciendo su rostro añadió: Y ahora, dame el orbe.

Iruam sabía que no podría hacer frente a su viejo maestro, tanto que también sabía que sus secuaces probablemente lo esperaran fuera si intentaba escapar. No había escapatoria. Había pecado de impaciente y ahora pagaba cara esa osadía. Desde siempre para ser un mago era bastante impulsivo e impaciente.

-¡¡ Dámelo!! - dijo fuera de si Valkyas pronunciando la primera parte de un hechizo.

Las antorchas de la estancia titilaron hasta apagarse. El aire se volvió frío de repente, convirtiendo la respiración en puro vaho. Una densa neblina negra empezaba a inundar toda la cámara, como también susurros escalofriantes, que hablaban como una sola lengua y muchas al mismo tiempo.

-Presas – decía la niebla con mil voces – presas frescas que domeñar, hacía tanto tiempo que nadie aparecía por aquí.

Iruam fue el primero en reaccionar, sin pensárselo dos veces agarró a su antiguo maestro por un brazo y lo empujó, al cúmulo de oscuridad que se arremolinaba en torno a ellos. La nube negra engulló a Valkyas. El viejo gritaba de terror, mientras sus manos, sus brazos, sus piernas, su cabeza y el resto del cuerpo era cubierto con una sustancia negruzca entre fango negro y volutas y nubes del mismo color. Por sus ojos, boca y otros orificios la sustancia penetraba en él. Iruam decidió no quedarse a ver el espectáculo y salió corriendo del lugar. Una marea negra lo perseguía por los pasillos, derribando todo lo que encontraba a su paso. Al final, la mancha lo acorraló frente a una pared. Su magia era inútil contra aquel ser o seres. En el momento en que la mancha empezó a inundarlo, el orbe que guardaba en su bolsa comenzó a brillar con más luz que la del sol, haciendo retroceder la oscuridad, como si le doliera la luz que despedía el objeto. El orbe sin embargo, se volvía más tenue por momentos. Impresionado por lo que acababa de pasar, solo le dio tiempo a Iruam a echar a correr por otro pasillo que desembocaba en paredes de hielo. La marea negra reemprendió su rápida marcha tras él dispuesto a engullirlo como hizo con Valkyas.

Tras girar una esquina, vio luz por entre el hielo, luz del día. Se lanzó contra la pared del glaciar. La fina capa de hielo cedió ante el embate del hombre e Iruam cayó ladera abajo golpeándose contra la nieve y algunas rocas. Al final de su caída, se dio contra algo duro y perdió el sentido. Justo antes de desvanecerse, solo pudo entrever una silueta que se acercaba a través de la nieve, y se desmayó.


Escrito por Iruam Sheram

Los Comicios del Senado


Giordano se lavó la cara y se miró frente al espejo, su rostro mostraba odio e ira, expresiones tiempo atrás perdidas. Se afeitó y colocó sus togas de gala, rojas y blancas con bordados en hilos de oro. Tomó sus hojas y subió decidido a su habitación, mas el lecho estaba vacío... aunque efímero, el tiempo que pasó con Chantalle le había marcado, pero ya no estaba.
Tomó su corona de conde y la miro por unos momentos.
-¿Qué es un hombre sin mujer...? ¿Qué es un conde sin condesa...?
Aunque doloroso, se colocó la corona y comenzó a caminar hacia el castillo. Su porte y semblante recordaba a un joven acomodado y altivo, mas su escaño era el militar.

Al llegar al patio del castillo el general Buchard, el cabo Damian y el almirante Reginald le esperaban.
-¡Giordano, mocoso flacucho! ¿A qué se debe esa cara?
-Una mala noche, mi general.
-Vamos, vamos, alegra esa cara.
-Aunque quisiera no puedo.
-¡Al menos ten compostura, soldado! ¿Qué capitán se derrumba ante sus hombres? Hoy se decidirá quienes partirán a Kalimdor para la reunión con los elfos. ¡Tenemos que comernos a esos nobles de mierda! - recalcó Buchard. El general Buchard, un viejo barbudo y cuya panza era comparable con la de tres enanos juntos, era un tipo con poco educación mas con mucha experiencia y sabiduría en sus palabras.
-Ahí he de darle la razón, mi general. ¿Está todo preparado, os ha informado Damian?
-Completamente, Giordano. El almirante Reginald se unirá a ellos a modo de topo, vamos a acabar con esos traidores.
-Pero hay algo que no me cuadra, piensan asesinar a la Mano del Rey mientras la escoltan, es una locura, debe de haber algo mas.
-Vamos jovenzuelo, cada vez que se te mete algo en la cabeza nos pones en grave peligro, céntrate en dejar en ridículo al escaño de Licinio y urdir nuestro plan.

Entraron al castillo, a su paso coincidieron con Licinio Sura, quien dedicó una mirada penetrante a Giordano. No retrocedió un ápice ante el ataque visual.
Todos los senadores tomaron asiento, en el centro del semicírculo, Oliver Domwell, la Mano del Rey.

-Se abre la sesión para elegir los senadores que acompañaran a la Mano del Rey al encuentro en Darnassus. Tiene la palabra el senador Egidio Stephano.
-Gracias, señoría - respondió el anciano senador, un reputado mago.- Ante la creciente amenaza en alta mar por los ataques de la Horda, mi señor, creo conveniente que a esa unión de senadores se le ceda una escolta militar.
-¡Eso es completamente innecesario! Señoria...- Tomó la palabra Licinio.- la guardia que acompañará a la Mano del Rey está completamente entrenada y labrada en la protección de dicha figura, además de nuestras escoltas personales. Mas que una carabela con un grupo de diplomáticos, aquello parecerá un buque de la armada.
-¿Y quién ha confirmado que sea una carabela? -alzó la voz Giordano.- Para eso estamos aquí hoy, para decidir las condiciones del viaje, y he de decir que apoyo la moción del senador Stephano y añado además que sea la propia Armada de Ventormenta quien escolte la nave, ya que es su Mano del Rey la que viaja en ella.
El senado aplaudió las palabras de Giordano, el senador Sura no era muy agraciado entre los escaños.

-Aceptamos la propuesta... mas, el escaño conservador se presentará para formalizar el grupo de senadores que acompañaran a la Mano del Rey.- Añadió George Quink, mano derecha de Sura.
-¡Eso ha de ser votado, su señoría!.- Vociferó el anciano Stephano.
-Licinio Sura, George Quink y Geralt Rowflek, serán la comisión que me acompañará.- Se pronunció Domwell.
-¡Eso es intolerable! ¡La decisión de los senadores no se ha tomado! ¡Esto es el colmo!- Como un estruendo los senadores de casi todos los escaños se pusieron en pie y se comenzaron a marchar del Senado. Giordano se irguió para levantarse pero fue contenido por Buchard.

-Muy señor mío, Oliver Domwell.- tomó la palabra Buchard.- Propongo para la escolta que la comisión diplomática viaje abordo de El Velador del almirante Reginald Valentrhoup.
Los conspiradores miraron hacia Buchard con desprecio pero su rostro se tornó al cruzarse con la mirada de Giordano, ¿Significaría eso que apoyaban su asesinato?
-Estoy conforme, su señoría.- Añadió Sura.

-Entonces sea así...

Mientras los militares y los conservadores firmaban el acuerdo, un gran estruendo azotó el pasillo, gritos y el silbar de las espadas de la guardia.

-¡Han asesinado al senador Stephano!
-¡Victoria para el Culto Cr...- la exclamación de victoria ensordeció al tiempo que uno de los guardias degollaba a un senador que había resultado ser un traidor.

El rostro de Giordano palideció. Buchard le miraba sin saber que decir o hacer.
-Mi general, nos reuniremos esta misma noche, creo que tengo la clave...- Giordano salió corriendo del senado, bajó las escaleras del castillo a un paso fervoroso hasta que tropezó con alguien y ambos cayeron rodando un par de peldaños.- ¡Oh, lo siento, yo...! ¡Chantalle! Has venido... quiero decir, ¿Qué haces aquí?
-Sí, te traía unos pasteles pero ya... están en el suelo.
-Tenemos que largarnos, han asesinado a un senador, te contaré por el camino.
-¿Pero a dónde vamos?
-A Crestagrana.

Durante el camino, le explicó todo lo sucedido y el plan urdido para dar caza a los conspiradores. Su destino, era la casa del filósofo Adalberth Selwyn, a la que no tardaron en llegar.

-Vaya Giordano y Chantalle, que grata sorpresa. Mas me temo que no venís a tomar el té precisamente.
-Adalberth, necesito de tu ayuda, mi mente está en shock ahora mismo.- Giordano le contó toda la historia.- ¿Qué crees que hay tras esto?
-Interesante, sin duda muy interesante... podrían ser del culto sí... o no. Nunca se sabe. Si quieren matarlo ha de ser alguien contrario al culto.
-El caso es que encaja a la perfección en el, todos encajan, y el destacaría sobre ellos.
-¿Cual es el fin de un cultor, Giordano?
-Ser ascendido a elemental.
-¿Y me dices que el destacaría sobre todos ellos? ¿Qué conclusión sacas?
-Él... ahora lo entiendo. Él va a morir, sí, pero no lo van a matar, Domwell es un ascendiente... el viaje a Kalimdor es una falsa, tomarán la ruta del Mar Muerto de Silithus, para recurrir a la energía de Ahn'qiraj...
-No te diré que debes hacer, mas si te lo preguntaré ¿Que vas a hacer?
-Voy a darles caza, tengo un plan.

Giordano y Chantalle regresaron al mesón, se sentaron juntos y hablaron de lo ocurrido la noche anterior.

-Lo siento, Chantalle, perdí los estribos.
-No pasa nada, pero te cegaste demasiado, me dejaste escapar.
-Llegué incluso a amenazar a la guardia si te perdía...
-Algo he oído.
-Mas rezaré de estúpido, pues ya te he perdido y no voy a cumplir la amenaza.
-Giordano, no me has perdido. Me sentí rara durante la noche, sin ti. Créeme, estoy aquí para ti.
Giordano sacó una pequeña caja de joyería, dentro había un anillo. La arandela forjada en oro con grabados en metales preciosos, formaba una diminuta y para nada llamativa, cabeza de dragón que sostenía un trabajado granate de la reina. El anillo dibuja la esencia del dedo de Chantalle, mas no sobresalía ni destacaba, parecía que Madler había tallado una obra perfecta.
-Giordano, no deberías haberte molestado por esta tontería...
-No es por esto, es por todo, lo bueno y lo malo que, al fin y al cabo, nos componen. No hay fortuna mayor a haberte conocido.

Los amantes se besaron y permanecieron juntos toda la mañana y tarde, hasta la salida de El Velador durante la noche.



miércoles, 24 de abril de 2013

Siempre alerta




Una rata salió ahuyentada por los firmes pasos de Marther mientras avanzaba por la rampa de la antigua embajada de El Alba Argenta. Pese a su tamaño reducido resultaba ser bastante acogedora, Marther con su gesto habitual se quitó el yelmo, colocándolo bajo su brazo derecho antes de entrar. Se encontró la puerta entreabierta, escuchándose a los pocos miembros de la embajada en su interior, la empujó mientras entraba

- ¡Marther! Habéis vuelto justo a tiempo. ¿Os habéis decidido ya?

 En la sala estaban sentados junto a la mesa del fondo dos protectores de la cruzada argenta y el sargento Gregor Benk, los cuales miraban a Marther Strang con intriga. Por lo que había sobre la mesa, dos odres de agua y un poco de queso de Ventormenta, debió de llegar justo cuando se disponían a cenar.

- Si, y debemos actuar cuanto antes. - Tomó asiento junto al resto en la única silla disponible que quedaba, algo maltrecha por no tener su debido mantenimiento.
- Bien, haré que traigan hombres... - Marther cortó las palabras de Gregor con un gesto de la mano, miró fijamente a Gregor y se dispuso a hablar.
- He decidido algo distinto Gregor, quiero que los tengáis vigilados, día y noche... os doy mi permiso para actuar según veáis conveniente en caso de ocurrir algo repentino. - Tras decirlo las facciones de su cara tornaron más serias mientras observaba las reacciones de los presentes.
- ¿Sólo eso? Por lo poco que me comentasteis si no aseguramos todo cuanto antes serán muy graves las consecuencias. - No estaba conforme con la decisión de Marther, pero estaba dispuesto a cumplir sus ordenes.

 Marther escuchaba las palabras de Gregor mientras se mesaba la perilla pensativo. Sabía mejor que todos ellos las posibles consecuencias, pero no podía permitirse un movimiento en falso. Durante el regreso a Ventormenta tras la conversación con Ephdel fueron muchas las ideas que pasaron por su cabeza, muchas disparatadas, lo cual temía ya que no quería acabar como los fanáticos de la Cruzada Escarlata.

- Si, sólo eso, yo me encargaré del resto, estaros alerta para cualquier cosa y recalco el que no traigáis más hombres Gregor. 
- Entendido, y así será. Vuestras ordenes serán cumplidas inmediatamente.
- Gracias Gregor, pronto volveremos a vernos, ahora debo de volver con Beatrice, tenemos otro asunto más que atender, que pasen buena noche y que os sienten bien los víveres caballeros. - Se levantó de la silla mientras se colocaba el yelmo, giró sobre si mismo y abandonó la estancia, donde le aguardaba una apacible noche.


Escrito por Marther Strang

A mal día, mala noche (Parte 2)

Entraron entonces en el mesón donde se alojaban. Chantalle se sentó en una silla y esperó a que Giordano continuara con su relato.

-Entonces...

Giordano tragó saliva en silencio. Sabía que habían enviado a Licinio Sura porque era de raíces lordaerienses como él, porque pensaban que entre lordaenienses se entenderían. Giordano respetaba a Licinio. En eso habían estado acertados en el Senado, pero de ahí a sumarse a una conjura para asesinar a la Mano del Rey, por muy loco que éste pudiera estar, había un gran camino que recorrer, un camino muy peligroso en el que Giordano no estaba dispuesto a adentrarse. Él, como Licinio, compartía la preocupación por la debilidad de las fronteras de Ventormenta, del norte y de Kalimdor y, como Licinio, sabía que si él, Giordano, o el senescal Nigrino en Kalimdor o algún otro militar influyente en cualquier esquina del Reino, iniciaba una rebelión tras un posible asesinato de la Mano del Rey, las legiones tendrían que abandonar las fronteras para una guerra civil sin cuartel y que entonces tanto los Renegados al norte como muy en particular el Jefe de Guerra Garrosh en Kalimdor se lanzarían sobre las posesiones de Ventormenta en estos territorios, para empezar. Garros era especialmente mortífero y podría apropiarse de una vasta extensión del  Reino de Ventormenta y afianzarse; luego, si alguna vez concluía la guerra civil entre las legiones, sería ya imbatible y no se podría recuperar el terreno perdido. Giordano ponderaba todo esto cuando uno de los médicos que cuidaban a su padre entró en el edificio escoltado por el cabo Damian. Fue este último, un cabo con un brazo tullido que los senadores imaginarion herido en alguna acción de guerra, el que se atrevió a hablar interrumpiendo aquella tensa reunión al poner palabras al silencio feío del médico.

-Tu padre está peor - Dijo Damian.

Giordano Lévi se levantó de su asiento y, sin decir nada, salió sin mirar a nadie, escoltado por un atribulado médico y por el propio Damian.
Los tres senadores se quedaron a solar en el salón. Licinio Sura era un hombre paciente y pragmático. Aún no habían recibido una respuesta a la pregunta que habían realizado.

-Esperaremos - Dijo Licinio Sura-. Esperaremos a que regrese.

-Sáltate esa parte, Giordano. Se que lo estás pasando mal y que la respuesta de tu "padre" fue un rotundo no...
-Exacto, Chantalle. Como iba diciendo...

Giordano regresó a su hogar. Como imaginaba, los senadores no se habían movido y allí estaban esperándole, aguardando su respuesta. Fue Licinio el que, una vez más, se atrevió a interpelar al capitán de La Bruma de Poniente.

-Sentimos mucho la enfermedad de tu padre - empezó con tono conciliador, sin expresar la más mínima queja por la larga espera.
-¿Os han traído algo de comer y de beber? - preguntó Giordano. Era su forma de agradecer el comentario de Licinio.
-Damian se ha ocupado de nosotros y hemos dispuesto de todo lo que necesitábamos. Somos gente frugal, una costumbre algo perdida ya en la Ventormenta de nuestros días - apostilló Licinio Sura.

Giordano captó la sutileza del final de intervención del senador lordaeniense y guardó unos instantes de silencio.

-Supongo que seguís esperando una respuesta - dijo Giordano al fin.
Licinio asintió.
Giordano inspiró profundamente. Se debía a la promesa hecha a su padre, se debía la lealtad eterna de los Lévi a la dinastía Wrynn y sus elecciones, sin embargo, el nombre de Domwell atronaba en su mente como un orco que se arrastrara por las entrañas de las empalizadas que rodean los campamentos.
-Mi familia siempre será leal a la Mano del Rey, hasta el fin, hasta el último día de su electorado. Nunca me rebelaré contra Domwell ni contra ningún descendiente de la dinastía Wrynn o cualquiera de sus allegados. Ya no. - dijo Giordano con rotundidad y sintió algo de paz en su interior por satisfacer el deseo de su padre -. Ésta es mi respuesta, senadores.
Se levantó y pasó entre ellos, dispuesto a retornar junto al lecho de su padre enfermo, cuando Licinio Sura insistió una vez más.
-Pero ¿Y si la Mano del Rey muere? Todos morimos alguna vez. ¿Qué hará Giordano si la Mano del Rey muere de forma violenta o por enfermedad? Entonces, ¿Qué hará el gran capitán de La Bruma de Poniente?
Giordano se detuvo. La insistencia de Licinio resultaba ya impertinente. Damian vio cómo los labios y la barbilla de amigo temblaban y temió lo peor. Vigiló con el rabillo del ojo la empuñadura de la espada del capitán, al tiempo que no se desentendía de las manos desnudas de los senadores, que quería tener siempre a la vista. Los habían registrado pero nunca se sabía. Giordano se giró ciento ochenta grados y encaró a Licinio Sura. Estaba a punto de ensartarle con la espada, pero desde lo más profundo de su ser el nombre de Domwell y las consecuencias que acarrearía emergían una y otra vez, una y otra vez, aturdiéndole, impidiéndole desenfundar.
-No-me-rebelaré-nunca-contra-la-Mano-del-Rey - dijo Giordano pronunciando la frase palabra a palabra. No obstante, cuando todos pensaban que ésa era la respuesta definitiva, el capitán, o más bien su rencor incontenible, añadió-: Pero si la Mano del Rey muere - entonces se acercó a Licinio hasta que su aliento peinó al senador-, si la Mano del Rey muere, Licinio Sura, entonces Giordano Lévi acatará lo que el Senado decida. ¿Es eso, por lo más sagrado, lo que querías oír? ¿Es eso a por lo que has venido hasta aquí, hasta mi propio hogar?
Licinio no retrocedió ni un ápice.
-Eso es lo que necesita Ventormenta. El Reino no permitirse una nueva guerra civil.
El capitán no pudo evitar una mirada de desprecio mientras se separaba de Sura.
-Yo sé eso mejor que nadie, senador.


-Vaya... -dijo Chantalle- así que era eso. No debes preocuparte, Giordano, todo saldrá bien. Vayamos a la cama, es tarde y estás cansado...

Ambos se retiraron a dormir, después del ajetreado día.

A mal día, mala noche.

Giordano esperaba en la barra de aquél bar Gilneano a Chantalle, que no tardó en aparecer. En su rostro podía verse preocupación.

-Giordano, querido ¿Qué te pasa? Te he notado demasiado inquieto en la reunión, muy impulsivo además... no parecías el mismo.
-Debo disculparme por ello, Chantalle. No ha sido mi mejor día...
-¿Qué ocurre?
-Verás... - Giordano comenzó a contar lo acaecido esa misma tarde, antes de acudir a la reunión.

Después de comer, a la hora del té, Giordano recibió la visita de algunos senadores. Estuvieron hablando durante horas...

-No se puede matar a la Mano del Rey de Ventormenta - les respondió Giordano, pero los senadores apretaban los dientes y callaban. Giordano Lévi, Conde de Beltane y capitán de la armada, leyó el miedo en el rostro de aquellos senadores y comprendió que la decisión ya estaba tomada. Nada ni nadie podría detenerlos. Caminaban hacia su destrucción, pues la guardia real era invencible, y Ventormenta entera navegaba a la deriva hacia una guerra civil inexorable, y él estaba en medio y no podía hacer nada. No podía hacer nada.
Giordano los miró fijamente. Sabía que nada de lo que dijera podía importarles más allá de la pregunta que le habían formulado, pero tenía que intentarlo. Al menos debía intentar frenar aquella locura, aunque fuera imposible, pues era evidente que aquellos patricios sólo querían saber de qué lado estaba. Si la conjura fallaba, los senadores eran hombres muertos. Estaban apostando sus vidas, por eso para ellos una guerra civil era sólo un mal menor. No sabían, no entendían, no llevaban años en la frontera como él. Les faltaba perspectiva. Y es que si había algo que Ventormenta no podía permitirse era una nueva guerra civil entre sus legiones, sus soldados, sus ciudadanos. Caminaban sobre el filo de una navaja y ellos, ciegos a los ataques de los renegados, los elfos o incluso los orcos al otro lado del mar, sólo querían saber de qué lado estaba él: si a favor o contra Domwell. Se olvidaban de todo lo demás, como si no existiera. Pero existía. El mundo se convulsionaba en las fronteras del Reino, pero ellos estaban aturdidos por el horror que emergía desde el mismísimo Castillo del Rey. Entre los unos y los otros, sólo Giordano parecía tener tomada una medida razonable sobre lo que se estaba decidiendo. Giordano se sintió solo, infinitamente solo. Al fin, el capitán que lideró las legiones que invadieron el Templo de la Grulla Roja se levantó y encaró aquellos rostros con la firmeza de quien sabe que lo más importante siempre está por encima de las consideraciones personales.

-Mi familia siempre ha sido leal a la Mano del Rey. Mi familia siempre ha sido leal a la dinastía Wrynn, y ellos lo eligieron. - Un breve silencio y pronunció sus últimas palabras confundiéndose sus sílabas con el estruendo de un gran trueno-. Seré leal a Domwell.

Licinio Sura se adelantó entonces a los otros dos senadores dispuesto a tomar la palabra. Su mente activada al máximo buscaba una forma de persuadir a aquel noble. Giordano era un capitán poderoso, y si se alineaba con la Mano del Rey o con los que quisieran vengar su muerte, suponiendo que el plan de asesinarlo saliera bien al fin, eso conduciría a la guerra. Sura tenía la intuición de que Giordano temía precisamente eso, la guerra civil, y estaba convencido de que su negativa a cooperar era más por ese temor - la contienda conllevaría el debilitamiento de las fronteras, quizá el desmoronamiento del Reino- que por apego real a Domwell. Pero Giordano, que llevaba poco tiempo sentado en el Senado, desconocía la magnitud del horror de los últimos años de giobierno de Domwell. Licio Sura habló con voz contenida pero con el ansia que produce la necesidad.

-Todo el mundo sabe que los Lévi han sido, son y serán leales servidores del Rey de Ventormenta. La cuestión es saber cómo reaccionará el gran senador Giordano si..., por lo más sagrado, si algo le pasara a la Mano del Rey, si este muriera. En ese caso... ¿Qué haría Giordano?

Chantalle interrumpió el relato en ese momento.

-Pasemos a nuestro hogar, querido, será mejor que me sigas contando esto adentro, de manera más íntima. Están empezando a llegar gente.


CONTINUARÁ...

martes, 23 de abril de 2013

Cambio de portada!

Tanto la imagen principal del blog de la orden como la de la zona rol han sido cambiadas por otras que espero que sea de vuestro agrado!

Estas eran las de los blogs antes del cambio: