“Hace más de diez mil años,
mucho más de lo que puedo recordar, existía en un mundo anterior a
este una civilización más antigua que las estrellas, una
civilización basada en la magia arcana y, a diferencia de muchas de
las de este mundo, sin necesidad de una fuente de poder a su alcance,
pues podían “cogerla” desde miles de kilómetros a distancia,
sin necesidad de sucumbir a su propia corrupción. Como es
comprensible, los grandes magi eran los pilares de esta sociedad, su
vasto poder era venerado y admirado. Por encima de todos, destacaba
Thal’Kiel, El Constructor, cuyas habilidades eran capaces de
moldear montañas, de elevar ciudades como si levantara arena y
manipular la naturaleza a su antojo. Fue en este lejano mundo donde
todo comenzó hace tanto tiempo…”
Los primeros rayos de la mañana
bañaban el horizonte y con ellos el resplandor de los cristales
arcanos profiriendo un espectáculo multicolor imposible de describir
con unas simples palabras, incluido en su lengua, una de las más
antiguas de cuantas había conocido.
Desde aquella extensa terraza en el
palacio del Maestro resultaba casi imposible concentrarse ante la
visión de la eterna ciudad de Mc’Aree a sus pies, que comenzaba a
despertar en un nuevo día. Su tarea, aunque sencilla, no dejaba de
ser importante. Debían levantar nuevos pilones mágicos para
potenciar las líneas ley a su paso por la ciudad y, muy
especialmente, por el palacio del Maestro; una gran torre de más de
cien metros de alto en aquella ciudad de grandes cúpulas, con la
diferencia de que esta torre no acababa en una forma esférica como
las demás, sino en aguja y en cuya parte superior brillaba con cada
vez más fuerza la energía arcana traída allí desde los confines
más lejanos de Argus.
Los Constructores, como a veces les
llamaban, eran los arquitectos de las más importantes capitales
Eredar. Formar parte de ellos significaba pertenecer a uno de los
rangos mejor vistos y la posibilidad de acceder a conocimientos
arcanos a los que muchos de su especie ni siquiera soñarían.
Los magi reunidos en torno a
Thal’kiel alzaron sus brazos al unísono en cuanto dio la orden, a
la vez que pronunciaban sus conjuros de forma repetitiva, aunando
esfuerzos y reforzando el poder del maestro.
Unas gotas de sudor corrían por la
frente de Jaz’Kethal, uno de los magos más jóvenes. Sentía como
su poder discurría por todo su cuerpo, desde sus pezuñas pasando
por su espalda y hasta sus dedos, y la dirigía junto con el resto
de sus compañeros hacia su maestro, que la manipulaba para levantar
grandes edificaciones en el horizonte, haciendo surgir así nuevos
edificios como si de estalagmitas se tratase y se fosilizaran una vez
levantadas.
-¡Un poco más, necesito un poco más
de esfuerzo por vuestra parte, hijos míos!- Gritaba Thal’kiel con
una profunda voz a sus discípulos, a la vez que se elevaba aún más
en el aire debido a la magia arcana.
Jaz’Kethal comenzó a sentir cómo le temblaba el cuerpo y sus músculos estaban totalmente en tensión, era tal el esfuerzo que podía oír sus dientes rechinar.
-Vamos, hermano, aguanta un poco más,
no flaquees ahora, necesitamos la ayuda de todos y cada uno.- Aquella
frase de aliento proveniente de otro compañero le animó a olvidarse
del dolor y continuar su labor. No era otro que Archimonde, discípulo
favorito del maestro y pocos años mayor que él.
Esta vez Thal’kiel había levantado a ras de suelo un canal que transportaba las líneas ley hasta el palacio donde se encontraban ahora mismo y la hacía discurrir hasta aquella misma terraza. Fue tal el impacto de energía que hasta un gran cúmulo de nubes se arremolinó alrededor de aquella torre, haciéndola estremecerse y provocando la aparición de varios rayos.
El hechizo había terminado con éxito y los magos cesaron en sus cánticos, algunos de ellos tuvieron que sentarse ante la extenuación que se había apoderado de ellos.
Archimonde observaba complacido la gran
obra fruto de su trabajo y corrió hacia su maestro para felicitarle.
-Buen trabajo el que habéis realizado
en el día de hoy, reponed fuerzas y descansad, mañana queda mucho
por hacer.- El semblante del Eredar parecía no verse alterado por la
extenuante tarea, sin embargo se detuvo a la altura de Jaz’kethal.
–No te preocupes, hijo mío, todos flaqueamos alguna vez, pero no
dudes de tus capacidades.- Dijo Thal’kiel.
–Sí, maestro, gracias por tu
consejo.- Contestó el joven eredar mientras hacía una reverencia.
Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Archimonde le observaba con una
leve sonrisa en el rostro.
Aquel fue el último de los días que
recordaba de su vida anterior antes del advenimiento de la “Nueva
Era”…
Tengo grandes poderes para ti, la
capacidad para invocar grandes ejércitos y moldear no sólo
ciudades, sino mundos a tu antojo, alguien como tú no debería
contentarse con la mera magia arcana, limitada, fugaz, débil…
Aquellas palabras
resonaban en la mente de Thal’kiel como un eco que se repetía cada
vez que estaba en silencio, y es que con su gran poder pudo contactar
con seres más sabios que él mismo y que le instruyeron en algo que
ninguno de su especie había conocido jamás. Debía enseñar al
consejo los nuevos poderes adquiridos, debía mostrar cuan poderosa
era esta nueva fuente de poder que hacía palidecer cualquier
construcción arcana. Y así haría, hablaría con Velen y Kil’jaeden
sobre ello, es más, les mostraría la capacidad de destrucción
frente a sus ya obsoletas construcciones…
El día de la demostración llegó y
Thal’kiel, creo varios seres arcanos y firmes fortalezas
impenetrables por ninguna máquina de asedio hasta ahora conocida, y
con un giro de muñeca y la pronunciación de unas palabras extrañas
hasta la fecha en aquel mundo, de repente surgieron ejércitos de
diablillos y de unas criaturas mitad can, mitad reptil, que avanzaron
hacia los protectores arcanos y acabando con ellos en segundos de las
formas más crueles imaginables. Pero eso no fue todo, desde el cielo
cayeron varias rocas ardiendo en un fuego verde que tras impactar
sobre aquellas fortalezas, parecieron surgirles brazos y piernas y
golpearon con furia aquellas construcciones reduciéndolas a cenizas.
Tal era la alegría de Thal’kiel al
observar el espectáculo, que no pudo apreciar el desagrado en los
rostros de los asistentes, especialmente en el rostro de Velen, quien
prohibió el uso de aquel tipo de magia, así como la destrucción
inmediata de dichos seres a quienes catalogó de viles.
Ante tal desastrosa demostración, el
Maestro permaneció retirado en su cámara durante días, apenas
comía y bebía y nadie pudo entrar a verle. Era tal la preocupación
que teníamos por nuestro querido padre adoptivo que muchos pensamos
en pedir de nuevo audiencia con los líderes, pero la descartamos
rápidamente.
Los días pasaron angustiosamente y con
ellos la preocupación, pues al pasar por los aposentos de Thal’Kiel,
extrañas voces y chillidos podían oírse, y lo que era aún más
desconcertante, sentíamos la presencia de seres de energías oscuras
venidos de muy lejos, que emitían sonidos guturales para nada
comprensibles.
Muchos acudieron al más avezado de los
alumnos, Archimonde, y pidieron que hiciera algo, pues sabíamos que
era su favorito. Sin embargo no hizo falta, pues en el mismo día la
gran puerta del Maestro se abrió de par en par…
-¡Padre, has salido, cómo estás!- Se
acercaron corriendo los que estaban más cerca.
Una figura encorvada y visiblemente
envejecida emergía hacia el corredor. Más y más magos fueron
acercándose a la figura un tanto demacrada de su maestro. Parecía
haber envejecido cientos de años.
-Tengo buenas noticias, hijos míos,
una nueva era comienza ahora, lo he visto, pude ver cómo el cosmos
era nuestro y nadie se interponía en nuestro camino.
-Pero maestro…- Dijo uno de los
seguidores. – Los líderes están en contra de este descubrimiento,
no quieren saber nada del nuevo tipo de magia.
Una mirada teñida de odio,
completamente inusual a lo que estaban acostumbrados, se posó sobre
el joven eredar.
– Nadie puede evitar que nuestra
civilización progrese, por lo que todo aquel que se oponga, formará
parte del pasado…-
¿Era cierto lo que estaban oyendo mis
oídos, acaso el mayor mago de nuestra era estaba planeando un golpe
de estado? Abrí los ojos de par en par, no podía disimular mi
incredulidad. Pero para mayor desconcierto, fui testigo de cómo mis
hermanos apoyaron tal moción, hasta Archimonde pareció aceptar con
aquella mirada inescrutable. Y por si no había quedado
suficientemente claro Thal’Kiel añadió:
-El pasado ha muerto, mis niños, y con
él toda esta sociedad atrasada.- Tomó un respiro y continuó.-
Vamos, tenemos mucho que hacer, debemos reunir a todos y explicar el
plan…
Durante semanas estuvimos
turnándonos en grupos de cuatro magos en torno a círculos rúnicos
realizados en el suelo e invocando portales que distorsionaban la
realidad parcialmente y, abrían un profundo agujero a otro mundo,
del que salían espantosas criaturas dispuestas a llevar a cabo las
órdenes del Maestro sin rechistar.
Los meses transcurrieron de forma casi
imperceptible y a nuestro esfuerzo en invocar al ejército del nuevo
mundo, debíamos sumarle la creación de nuevos hechizos de
ocultamiento que lograran pasar desapercibidos durante el proceso.
Algunos de mis hermanos sufrieron extraños cambios. Unos cambiaron
el blanco resplandor de sus ojos por un tono un tanto más verdoso,
otros comenzaron a envejecer de forma acelerada, como nunca antes
habíamos visto.
-Ya casi está, en pocos días el nuevo
orden será implantado y con él nuestra civilización será conocida
y temida en todos y cada uno de los mundos… Sí, tienes razón,
debemos ser cautelosos, pueden tener espías, pero ya me he encargado
de eso…-. Susurraba Thal’kiel a algún ente que Archimonde era
incapaz de ver en el momento de su llegada a la cámara del Alzador,
título con el que hacía llamarse desde su recién regreso.
-Los preparativos están casi
terminados, Maestro. – Dijo con tono solemne.
-Bien hecho, has aprendido bien y por
ello estarás a mi lado cuando sea la caída del antiguo orden.-
-Sí, Padre.- Dijo Archimonde mientras
hacía una solemne reverencia.
Sin embargo sus verdaderos motivos eran
otros; Después de salir de aquella cámara el favorito del traidor
no se dirigió a supervisar los últimos preparativos, en su lugar
marchó fuera del palacio hacia el centro de la ciudad. Su decisión
era tal que nadie sospechó de sus intenciones. Es posible que fuera
a la ciudad a por algo de extrema necesidad, algún arma que pusiera
más las cosas a nuestro favor. Nadie imaginó lo que llegaría a
ocurrir.
-¡No puede ser cierto lo que estás
diciendo!- Dijo gravemente Kil’jaeden. –Estás acusando a uno de
los miembros más respetados de nuestra cultura, debes ser consciente
de la gravedad de tus acusaciones.
En lugar de discutir Velen observó
fijamente a aquel eredar frente a ellos, era joven y fuerte, incluso
podría decirse que apuesto para su raza. ¿Por qué alguien con un
futuro tan prometedor como el suyo podría arriesgarlo todo
así?
Decidió calmar su mente.
Decidió calmar su mente.
– Bien, veamos si lo que dices es
cierto o no, permíteme joven.- Velen alzó una mano a la altura del
pecho del mago y en cuestión de segundos una oleada de imágenes
recorrió su mente. Pudo ver en primera persona, como si viera a
través de los mismos ojos del muchacho aquello que ansiaba que fuera
falso. Vio enormes agujeros en el aire, en una misma sala, rodeados
de magi y cómo de ellos surgían criaturas grotescas. Sumaban
cientos de miles, y todos ellos eran cuidadosamente ocultados bajo un
manto de protección invisible a todo escaneo arcano.
Cuando por fin encontró aquello que
buscaba y apartó la mano, Velen afirmó lentamente con la cabeza
ante Kil’jaeden, a lo que éste respondió con un fuerte rictus y
cerradura de puños y acto seguido llamó a la guardia.
Las sucesivas horas resultaron ser
frenéticas y se fueron reuniendo frente a la mansión del
Constructor, ahora Alzador, cientos, miles, millones de magos de
batalla y soldados. Frente a ellos Kil’jaeden y un ansioso
Archimonde lideraban el asalto.
La barrera mágica que protegía el
complejo impedía que los hechizos hicieran añicos la estructura,
sin embargo el enemigo contaba con alguien que sabría muy bien qué
hacer…
-¡Maestro, el enemigo ha traído un
ejército a nuestras puertas!- Estábamos todos conmocionados,
alguien había alertado a los líderes de nuestras intenciones.
-No podrán con nosotros, tenemos
nuestra barrera defensiva y nuestro ejército…¡Soltad a los
demonios, que ataquen sin piedad!
De palacio comenzaron a surgir oleadas
de seres del Vacío Abisal arrollando todo aquello que encontraba en
su camino y, desde las terrazas en lo alto del mismo, los Alzadores
atacaban con su nueva magia vil a los soldados y magos de batalla.
Archimonde avanzó por los pasillos de
palacio sin inmutarse por el frenesí de su alrededor. A nadie le
extrañó verle caminar en dirección a los aposentos del Padre. El
eco de sus pezuñas en el liso suelo no parecía importarle, es más,
le gustaba cómo sonaba, era su propio tambor de batalla.
-Ah, hijo mío, estás aquí, en qué
buena hora has venido.- Dijo Thal’kiel con voz cavernosa. – Ven,
subamos a la terraza y observa el crepúsculo del antiguo orden.
Imaginaremos cómo será esta nueva era mientras acabamos con los
desperfectos del pasado.
Ambos se desplazaron por una escalinata
hasta la cima de la torre, Thal’kiel se hallaba tan demacrado que
no podía caminar y en su lugar levitaba unos centímetros por encima
del suelo.
La vista desde aquel mirador era impresionante; El cielo se estremecía y el viento movía con violencia banderas y banderines, mientras a ras de suelo se estaba librando una lucha a vida o muerte. Aquello no podía llamarse lucha, era más bien una carnicería. Los demonios avanzaban como una horda y habían abierto varias brechas en las posiciones enemigas, mientras los brujos aprovechaban para centrar sus ataques en esos pasillos abiertos por sus mismas tropas.
-¿Qué te parece, hijo mío? Es
hermoso, pronto será todo como lo vi.
Archimonde se acercó a su mentor, era
bastante más alto que él y pudo observar con detenimiento su
perfecta cabeza.
-Maestro, qué piensas hacer en cuanto
tomes el control del nuevo mundo.- Preguntó el joven eredar.
-¡Qué pregunta, tendré poder
absoluto para lo que quiera, sin ningún tipo de fútil burocracia,
reconstruiremos la ciudad a imagen y semejanza de nuestro nuevo dios
y de ahí nuevos mundos!
-Lo que imaginaba… permíteme que
presente mi renuncia, mi querido padre, creo que seré más valorado
y tendré un futuro más prometedor en mi nuevo cargo…
Thal’kiel no se esperaba semejante
respuesta y, mientras se giraba desconcertado hacia su discípulo,
Archimonde desenvaino su espada magna con la que decapitó a su
maestro de forma limpia y rápida.
Una fuerte sacudida nos aturdió a
todos, de repente sentimos una falta de poder inmenso, algo no iba
bien, y lo que era aún peor, nuestros demonios habían dejado de
avanzar siguiendo una estrategia y se hallaban atascados en las
líneas enemigas, lo que fue aprovechado por los magos y soldados de
batalla enemigos para contraatacar.
La batalla dio un giro completo pues ya no eran las tropas leales a los líderes las que caían, sino las nuestras propias. Es como si se hubieran dado cuenta de esa pérdida de liderazgo y la hubieran aprovechado desde el primer minuto.
Desde lo alto de aquella torre
Archimonde observaba con una vil sonrisa el cambio de los
acontecimientos. La cabeza cercenada de su maestro llegó rodando
hasta una de sus pezuñas, poseía aquella mirada de sorpresa de unos
segundos antes de su muerte. Decidió cogerla y guardarla en una
bolsa, pero antes de irse de aquel edificio deshizo los hechizos que
mantenían las barreras mágicas.
La civilización eredar había
sobrevivido a una de sus peores crisis y todo gracias al joven y
portentoso Archimonde, que por sus heroicos actos se granjeó la
admiración de todo su pueblo, llegando a formar parte de la cúpula
del mismo. Desde aquel instante su pueblo contaría con un
triunvirato.
En cuanto a los Alzadores todos y cada uno siguieron el mismo camino que su maestro… bueno, todos salvo uno…
En cuanto a los Alzadores todos y cada uno siguieron el mismo camino que su maestro… bueno, todos salvo uno…
Aquella visión reveladora conmocionó
a Chantalle quien replicó;
-¿Pero por qué me dices esto ahora,
por qué no has hablado de ello antes?
- Ahora estás preparada, niña,
durante todo este tiempo he estado observándote, desde nuestra
comunión en aquella noche, quince años esperando e infundiendo
poder, alimentándome de las reliquias que conseguías… pero todo
eso puede acabar ahora si haces lo que yo diga…- Dijo aquella voz
profunda.
-¿Y qué conseguiré yo a cambio?
-¿Además de todo el poder que ya
tienes?- Dijo aquel ser claramente molesto- ¡Recuerda que sin mí no
podrías hacer ni trucos de magia!
-Está bien, está bien. Baja esa voz,
me vas a dar jaqueca.- Contestó la duquesa.
-Aun así tendrás tu
recompensa…dime…Qué prefieres…¿Caer ante la Legión Ardiente
o poder ser amo de sus huestes?-
-Si lo que sugieres es que me una a los
demonios, hablas con la bruja equivocada.
-No me has entendido, niña, de lo que
hablo es de controlar a sus filas de demonios a tu voluntad, sin
estar controlada por su Dios…
Aquella revelación hizo que un
torbellino de ideas se arremolinaran en la mente de Chantalle, era
algo que no se esperaba, pero debía decidir pronto. ¿Era algo bueno
o algo malo?
Escrito por Chantalle