CAPÍTULO
4: EL ASALTO
El cielo se iba encapotando, y las negras nubes tapaban
la luna que iluminaba la vasta arboleda y el prado donde descansaba
el conjunto de casas que conformaban la base de la Orden. Murray, que
desde el ocaso había observado el lugar, sonrió para sus adentros.
“Esta oscuridad será perfecta para el asalto” pensó. Levantó
un brazo en señal a sus tropas y cuatro formas putrefactas se
movieron. En algún momento fueron hombres, pero esos pobres
desgraciados ahora eran no muertos relegados a un estado semisalvaje.
Los necrófagos subieron la ligera colina y al segundo siguiente, con
un gran estruendo como de una tormenta se convirtieron en pura
ceniza.
Monlee abrió los ojos de improviso y clavó su vista en Iridi.
- Ya vienen – dijo con voz de preocupación.
Todos se levantaron de improviso y corrieron por el
prado hacia la linde del escudo hecho por el sabio arcanista
pandaren. Karin estaba desconcertada, pero aún así siguió a los
demás.
Murray se sorprendió un momento al ver que sus
esbirros habían caído fulminados, pero luego sonrió al observar
que aquello que los había repelido no era infalible: sus fríos ojos
podían ver como las finas hebras mágicas se entretejían de nuevo
aunque cada vez más lentamente cuando otro lacayo chocaba contra la
barrera invisible. Pero sabía también que se quedaría sin hombres
suficientes para cuando el escudo cayera, por lo que hizo una señal
a los carros de cadáveres y estos se colocaron en posición para
disparar.
Todos miraron hacia arriba cuando la primera salva
chocó contra el escudo. Monlee frunció el entrecejo con
preocupación al ver como la capa protectora se resquebrajaba como un
cristal con cada nuevo embate enemigo.
- Tenemos que evitarr que entrren – dijo Iridi –
Maestrro Monle, encarrgaos de mantenerr firrme la cúpula, el
rresto tenemos que repelerr el ataque.
- Vuestros esfuerzos son fútiles – dijo una figura
encapuchada al otro lado - ¿Creeis que podeis reclamar esta tierra
como vuestra sin sufrir las consecuencias?
- No tienes ningún derrecho a estarr aquí renegado –
dijo con ojos brillantes la draenei – Larrgate antes de que...
- ¿Antes de qué patas de cabra? - dijo socarronamente
Murray soltando una carcajada luego – No tienes poder aquí, la
tierra que pisas está maldita. Morireis.
- Eso ya lo veremos – dijo Madler desenvainando su
arma y saliendo de la cúpula.
- Vaya hermano, así que tú los lideras.
- ¿Hermano? - dijo Marther extrañado - ¿Quién sois
vos?
Murray se despojó del pesado capuchón que ocultaba
parte de su rostro revelándose frente al brujo.
- Pero.... - dijo el brujo – es imposible.
- No es imposible Madler – dijo riendo Murray – sino
inevitable.
Tan rápido como la propia muerte, el renegado atacó
al brujo. Este ni siquiera pudo reaccionar a tiempo de preparar un
conjuro y por la mitad habria sido cortado, cuando de pronto el
bastón de Iridi se interpuso entre Madler y su agresor. La
sacerdotisa seguidamente lanzó un puñado de luz que quemó
levemente a Murray, obligándolo a retroceder.
- ¡Acabad con ellos! - rugió el caballero de la
muerte.
Karin jamás olvidaría aquella noche. Todos salvo
Monlee y ella salieron de la cúpula para combatir. “Morirán”
pensó la joven huargen al ver la cantidad de no muertos que se
cernían sobre el decidido pero abigarrado grupo. Lo que Karin no
sabía era que ese grupo había vivido situaciones límite como esa,
y sorprendida contempló la fuerza, determinación y poder que
mostraban en ese momento. Protegiéndose unos a otros abatían sin
cesar a los cadáveres andantes que cargaban sobre ellos. Pero, hasta
los mortales más poderosos tienen un límite, y a él estaban
llegando los defensores.
Karin observó como el anciano pandaren sudaba
copiosamente en su intento de restaurar el escudo tan rápido como
podía. “¿Qué puedo hacer?” se preguntó la joven, pues aunque
había estudiado libros sobre lo arcano, nunca había practicado algo
lo bastante dañino. Apreció que los círculos mágicos absorbían
la energía del mago. Se volvió para ver como el resto re los
miembos mostraba dificultades para detener la marea de no muertos que
los rodeaban. Sin pensarlo, la chica hincó sus rodillas en tierra y
apoyó las zarpas en el círculo mágico. No sabría describir la
sensación dolorosa que experimentó, pero era como si todo su ser
fuera a ser arrancado.
Monlee parecía en un estado de trance, pues apenas oía
los gritos de dolor de Karin. Solo podía estar atento a cerrar las
fisuras de la cúpula. Cuano poco faltaba para acabar, reparó en la
huargen que se retorcía a sus pies. Solo entonces gritó. “¡Ayuda!
¡Qué alguien la aparte!”. Alice corrió al interior de la barrera
y empujó a la joven. En ese momento, Monlee pronunció el final del
ensalmo y con un estruendo el escudo se extendió unos metros más
protegiendo a los defensores ya vencidos por el agotamiento. El
caballero de la muerte rugía de rabia, para luego dirigirse a los
miembros de nuevo.
- Volveremos – dijo – Vuestra magia no durara
siempre.
Los renegados se retiraron para solo dejar el remanso
de paz que había habido hacía solo un rato. Los defensores habían
vencido esa batalla, aunque no habían salido muy bien parados.
Chantalle tenía algunas heridas, aunque no parecían de gravedad;
Alice parecía ser la que menos heridas había sufrido, pues tan solo
se torció un tobillo al apartar a Karin; Madler parecía el que más daño había recibido,
pues sangraba por múltiples heridas y se sostenía como podía con
su vara; Iridi parecía indemne, aunque hastiada por el agotamiento.
La única que había caído sin sentido sin embargo,
había sido Karin. El hechizo de Monlee era demasiado fuerte, y a
punto estuvo su alma de quebrarse y acabar con su vida. La llevaron a
una casa para que descansara.
Karin se levantó extrañada. Todo lo que la rodeaba
era una inmensa oscuridad. De las sombras, oyo una voz conocida y a
la vez tan odiada, aquello que hacía años la había atormentado y
que ahora moraba en ella le hablaba.
- Vaya, vaya. Parece que hemos encontrado algo divertido
después de tantos años encerrados ¿No te parece querida?
- ¿Qué quieres ahora? - dijo Karin desafiante
- Nada – dijo la criatura riéndose – solo decirte
que en esta jáula mágica sería perfecto dar rienda suelta a lo
que eres realmente. Sobre todo esa criatura azulada que parece
haberse encariñado contigo.
- ¡No! - gritó la chica - ¡Otra vez no!
- Vuelves de nuevo a enfurecerte, bien. Eso me gusta,
así tan solo harás que mi tarea sea más próxima
- Ellos no tienen nada que ver, son inocentes.
- Karin, no lo hago por placer – dijo mintiendo la
bestia.- Es mi naturaleza. Sabes que no podrás retenerme por
siempre, y cuando me libere, les haré lo que les hice a tus
queridos hermanos.
- ¡Callate! ¡Callate! ¡Callate!
- Cuando los despedace, te obligaré a mirar y así lo
haré hasta que aceptes lo que eres, hasta que la locura te obligue
a hacer que el control de este cuerpo sea mío, como debió haber
sido desde el principio.
Las sombras se abalanzaron sobre la joven,
envolviéndola en tinieblas. Karin despertó súbitamente con un
grito ahogado. Tras coger aire, rompió a llorar temiéndose que al
lugar al que había ido era aún peor y peligroso del que donde había
estado recluida cuatro años. Su preocupación iba desde el miedo a
lo que fuera acechaba en los árboles, pero sobre todo más aun por
la bestia que ahora moraba en aquel lugar. Una bestia que era ella
misma.
(Continuará)
ESCRITO POR: Iruam Sheram
ESCRITO POR: Iruam Sheram