Ventormenta,
23 del primer mes del año actual
Es
pasada la medianoche en la capital del reino y no hay un alma en las
calles de la ciudad. A diferencia de los meses de verano, cuando los
ciudadanos vagan por las calles hasta la madrugada bebiendo y armando
jaleo, en pleno invierno ni las ratas salen a los callejones ni los
asesinos a los tejados.
El
aire helado azotaba las ventanas de la vieja casa del barrio de los
enanos, la única que no había cerrado los postigos para dejar que
la luz de la luna entrara en la sala. Dentro, de espaldas a la
ventana que daba a la calle, había un hombre grueso y rechoncho que
trabajaba en su escritorio lleno de pergaminos, tinta y bolsas de
oro. La bien amueblada sala estaba iluminada por la acogedora luz de
las velas y se impregnaba del calor del hogar encendido.
El
ruido de alguien llamando a la puerta le sacó de su estado de
concentración.
-
Adelante - dijo sin levantar la vista del escritorio. Supuso que
Henry le avisaba de que se iba a dormir. - ¿Te retiras ya, Henry?
-
Aún no, Milord. - Contestó el mayordomo desde la puerta. - Lord
McAllan ha venido a verle.
-
¿McAllan? ¿El pequeño? - levantó la vista del pergamino que
sostenía. - ¿Ha dicho que quiere? Hazle pasar.
-
No lo ha dicho Milord. Enseguida Milord. -se apresuró a decir
mientras desaparecía tras la puerta con una reverencia.
Quincy
Thaulberg se echó para atrás en su enorme sillón de cuero rojo
mientras se rascaba los mal afeitados pelos que asomaban por su
papada. El bastardo de McAllan se había retrasado en el envío de
pagos anteriormente pero nunca tanto como esta vez. De hecho no tenía
noticias suyas desde hacía semanas. El muy malnacido ya podía
buscarse una buena excusa o tendría que recordarle que les pasa a
los que le hacen enfadar.
La
puerta se abrió de golpe y Brandon McAllan entró a paso vivo hasta
pararse frente el escritorio.
-
Tienes que hacer que el mayordomo deje de llamarme "Lord",
Quincy. Dado nuestro oficio, que nos llame así es un poco...
irónico. - Empezó el bandido.
-
Déjale. Él quería servir a un gran señor y a mí no me disgusta.
- Dijo Quincy acariciándose la enorme barriga. - Por lo bien que
cocina le permito caprichos como esos. Pero dime, McAllan, ¿qué me
traes?
El
bandido arrojó sobre el escritorio una bolsa llena de monedas que al
impactar se abrió y desparramó algunas sobre la superficie de
madera. El jefe de los bandidos miró con una mueca la bolsa y su
contenido.
-
¿Eso es todo? ¿Te retrasas en la entrega de los pagos y además me
traes una miseria como ésta? - Dijo alzando la voz y golpeando la
mesa de madera con la palma de la mano.
Habría impuesto más respeto
de pie, pensó Brandon, pero seguramente ya no podía levantarse del
sillón. Y con la "miseria" que le traía podía comer una
familia durante al menos un invierno. - ¿Tengo que recordarte el
destino de Fred Piesligeros?
Brandon
entrecerró los ojos, mirándole a la cara. El pobre Fred acabó en
el fondo del puerto con una piedra atada a los tobillos por quedarse
con parte de lo que debía entregarle al jefe.
-
No. Lo recuerdo bien. El resto del cargamento viene de camino. Pero
te entrego esto - hizo un ademán con la cabeza hacia las monedas
sobre la mesa - porque con esto se alcanza la cifra que acordamos en
nuestro contrato.
El
Jefe de los bandidos se quedó un momento en silencio, con cara de
haberse encontrado un zapato en su sopa de zanahorias. Tras un
momento de incomodidad estalló a reír. Brandon esperó
pacientemente a que se tranquilizara viendo como la masa de carne, a
la que su jefe llamaba panza, rebotaba sin parar como si fuera a
reventar en cualquier momento.
-
Ay, Brandon. Me matas de la risa. El contrato, je! - la enorme foca
tosió sonoramente, arrancando las mucosidades de su garganta para esculpirlas en un pañuelo de seda amarillo que se guardó en el
bolsillo. - ¿Sabes que eres el primero que alcanza la cifra de su
contrato? Ni siquiera tus hermanos lo han conseguido aún.
Una
vez al año Quincy Thaulberg recorría la ciudad de Ventormenta y
alrededores en busca de niños sin hogar. Les invitaba a comer y les
proponía un contrato: una cifra exorbitante de oro a cambio de techo
y comida. Los niños hambrientos y desamparados aceptaban sin dudarlo
y entonces eran entregados a los hombres de Quincy para que los
entrenaran en el oficio del bandido y el ladrón. Los débiles, los
que se negaban o los que trataban de huir de la vida que se les
ofrecía eran asesinados. Aún así era muy probable que acabaran
muertos o en prisión a causa de los delitos que cometerían. Brandon
y sus hermanos mayores habían aprendido a sobrevivir en la dura vida
del bandido cuando el homólogo de Quincy en Gilneas les propuso el
mismo trato. Al evacuar el reino de Gilneas, la banda de su jefe fue
absorbida por la de Quincy, y su contrato fue a parar a sus sebosas
manos. Cuando se acercaba a la mitad de su contrato, Brandon fue
destinado al grupo del pantano de los Humedales, una región
peligrosa donde los viajeros rara vez viajaban sin escolta y por lo
tanto eran más difíciles de robar. Aún así Brandon sobrevivió,
alcanzando el puesto de mando dentro del grupo.
-
¡Henry! Tráenos vino. - dijo al asomar la cabeza del mayordomo por
la puerta. Al poco rato volvía con dos copas y una botella en una
bandeja. - ¿Y qué vas a hacer ahora, McAllan? Déjanos Henry, ya
nos sirvo yo.
El
mayordomo salió y cerró la puerta tras él. Brandon dejó escapar
un largo suspiro, sentado en el sillón frente al escritorio, puso
las manos tras la cabeza y los pies encima de la mesa mientras cogía
la copa que le ofrecía su jefe.
-
¿Qué sabes de ese nuevo mundo que dicen que hay tras el portal? -
Dijo el bandido esbozando una sonrisa.
-
No mucho, la verdad. He enviado a algunos hombre allí pero aun no he
recibido ningún informe. ¿Estás pensando en ampliar territorios?
-
Quizá...
-
¿Quieres llevarte hombres de tu grupo? Dime cuales, pero también
quiero una recomendación para quien dejar al cargo ahí.
Brandon
miró a los ojos a su antiguo jefe.
-¿Llevarme
hombres del grupo? Quincy, - hizo una pausa mientras dejaba la copa
aun intacta sobre la mesa y bajaba los pies de la mesa. - Están
todos muertos.
Quincy
escupió el vino que se estaba tragando.
-¿Muertos?
¿Todos? ¿Cómo ha pasado eso?
-
Tiempos difíciles, ha aumentado la seguridad en las caravanas. Luego
tuvimos una plaga de una enfermedad que se llevó a más de la mitad.
A otros se los tragó el pantano. Los nuevos que eran los últimos
que quedaban cayeron frente un grupo de viajeros hace unos días. -
relató Brandon, mientras enumeraba con los dedos.
-¿Por
qué no pediste refuerzos? - Su tono se había elevado casi hasta el
grito.
-
Pronto alcanzaría la cifra del contrato y el territorio no valía la
pena. Ahora dime. ¿Dónde están mis hermanos?
-
¿Tus hermanos? ¡Je! Buena suerte buscándolos. - La masa sebosa rió
espasmódicamente hasta que un ataque de tos le obligó a recurrir al
pañuelo de seda amarillo otra vez.
Brandon
se quedó mirándole muy fijamente.
-Dime
que no es verdad... - Quincy seguía tosiendo, cada vez más fuerte.-
Los hombres que enviaste tras el portal... Malnacido...
Brandon
se levantó y rodeó el escritorio. Quincy, aun sujetando el pañuelo
frente a su boca, trató de empuñar un estilete con sus regordetas
manos pero Brandon le sujeto el brazo con fuerza.
-¿Sabes?
Quería que fuera por veneno, - dijo Brandon sobreponiendo su voz a
los tosidos- por eso de que sería más limpio. Pero creo que serás
más fácil de transportar si se te llevan por piezas.
En
un rápido movimiento, el bandido sacó una daga y le rajó el cuello
a su antiguo jefe. La sangre salpicó la ventana por la que la luna
filtraba su luz y las monedas esparcidas por el escritorio. El
cuerpo del finado se desparramó como si le cortaran los hilos a una
marioneta y la sangre brotó a borbotones de la herida de su cuello
mientras agonizaba en los últimos espasmos de su grasienta vida
ahogado en mocos y sangre.
Brandon
se apartó mientras limpiaba la daga con su propio pañuelo. Al
momento apareció el mayordomo en la puerta, atraído por los ruidos,
y con un rápido vistazo a la sangre que asomaba por debajo del
escritorio supo lo que había pasado.
-
¿Ordena algo el señor?- Preguntó dirigiéndose a Brandon.
-
Si, Henry. Haz que limpien este estropicio. Necesitaré una moqueta
nueva también.
-
Bien, Milord. ¿Algo más?
-
Si. ¿Cuánto hace que se fueron mis hermanos?
-
Hará unas semanas, Milord.
Brandon
medito un momento frente a las llamas del hogar mientras el cuerpo de
Quincy iba palideciendo.
-
¿Richard sigue en la zona de Villa Oscura? - El mayordomo asintió
ante la pregunta de su nuevo jefe. - Hazle llamar. Que se ponga al
cargo hasta que vuelva. Dile que nada de empresas agresivas, que
mantenga el territorio y tenga los ojos abiertos a los negocios con
antigüedades. Son los que más beneficios sacan últimamente.
Volveré en cuanto dé con mis hermanos, y si puedo con algunos
beneficios extras. Y Henry... No me llames Milord.
-
Si, Mil... Señor. - Brandon hizo ademán de irse pero cuando pasaba
por la puerta el mayordomo le detuvo - Señor...
-¿Sí,
Henry?
-
¿No lleva normalmente el parche del ojo en el otro ojo?
Escrito por Vandante