La Marea de Hierro, así la habían
llamado. Nunca antes un nombre había hecho tanta justicia a lo que
estaba teniendo lugar en aquel devastado lugar, cuya desolación y
baldías tierras habían dado lugar a una desconocida invasión que
amenazaba con arrasar todo a su paso, como si de un salvaje oleaje se
tratara. La marea avanzaba cada día, cada noche, cada minuto, donde
un sinfín de orcos alzaban fervientemente sus armas en contra de
aquello que osara siquiera enfrentarse a ellos. Nethergarde había
caído. Ni siquiera habían podido defenderse de aquella aniquilación,
de aquel derramamiento de sangre del cual no habían sido los únicos
en sufrir, la Horda y la Alianza padecían las recientes pérdidas
bajo aquel estandarte apodado La Horda de Hierro.
Habían pasado días, incluso semanas,
desde que numerosos grupos militares y de apoyo habían partido con
el objetivo de poner fin a aquellos que amenazaban con destruir sus
tierras, su mundo. Muchos habían perdido ya la cuenta de las bajas
que habían tenido lugar en el frente, otros rezaban mientras tanto
por impartir aquello que consideraban justicia, por vengar a sus
compañeros caídos o por defender a los millares de inocentes que
esperanzados aguardaban a que la nueva guerra llegara a su fin tan
pronto como había comenzado. Sin embargo la suerte estaba ya echada.
La gran ofensiva final estaba teniendo lugar, mientras los que allí
se hallaban temían que sus fuerzas terminasen cediendo ante la
imparable marcha de los ejércitos enemigos que se cernían una y
otra vez sobre ellos. Enemigos que no parecían agotarse, que no
parecían terminar, y que no parecían menguar por más orcos a los
que se les diese muerte.
Tal y como habían sido nombrados, la
Marea de Hierro, parecía esperar pacientemente el romper de su oleaje sobre el campo de batalla, del cual tan solo un bando saldría
victorioso.
Garrett tomó tan solo unos segundos
para coger aire mientras extraía su espada del cadáver de uno de sus
enemigos.Observó con desdén al orco de piel oscura que yacía
inerte mancillado por la sangre que manaba de una profunda herida en
el pecho. No sabía con certeza cuantos orcos había visto caer ese
día, ni cuantos lo habían hecho bajo el filo de su arma, pero nada
de aquello importaba ahora. Lo único que anhelaba era que aquella
cruenta batalla terminara cuanto antes, sin embargo sus más
profundos deseos estaban lejos de convertirse en realidad. Cada orco
muerto parecía ser sustituido por otro, como si no importase, como
si la muerte de uno de los suyos no tuviera sentido alguno para
ellos, careciendo así importancia. Por desgracia, cada pérdida que
tenía lugar entre los nuestros era una dolorosa punzada que ahondaba
en lo más profundo de nuestro ser y de cada uno de los que allí se
congregaban.
El caminante del tiempo miró a su
alrededor, intentaba percatarse de lo que ocurría, pero el caos
hacía que tal hazaña fuera imposible. Hacía tiempo que había
perdido de vista a algunos de sus compañeros, temiendo que hubiera
tenido lugar lo peor. Suprimió rápidamente esos amargos pensamientos
de su cabeza, y se centró en lo que era realmente importante, ganar
la batalla, luchar hasta el final. Después de todo, los miembros de
la Orden y los numerosos aliados que habían encontrado por el
camino, eran lo suficientemente fuertes y poderosos como para
resistir bajo la presión que ejercían los numerosos enemigos.
El joven continuó luchando, blandió
su espada con una mano mientras sostenía con fuerza el robusto
escudo que le mantenía a salvo. Inmerso en el combate perdió la
noción del tiempo, dejándose llevar agotadamente por el vaivén que
ejercían sus movimientos mientras asestaba los numerosos golpes para
protegerse a él y a los suyos, para dar al menos un respiro a
aquellos que como él mismo, se hallaban sin aliento. Sus piernas
comenzaban a fallar, mientras que sus manos temblaban al aferrarse a
sus armas. Recordó rápidamente las razones que le habían llevado
hasta allí, las razones que habían hecho que una decisión tras
otra los situara en el lugar en el que se encontraban. Los últimos
meses la Orden había logrando derrotar a sus más oscuros y
siniestros enemigos, no sin perder a muchos de los suyos por el
camino, pero a fin de cuentas lo habían logrado. Sin embargo esto
era distinto, aquí la Orden y los cometidos de ésta carecían de
relevancia alguna. Algo mayor se tejía en el horizonte, algo incapaz
de vislumbrarse aún pero perceptible a aquellos que fueran capaces
de ver más allá de lo que la vista permitía observar. La guerra no
era contra orcos, era contra un enemigo aún mayor. Aún así, los
allí presentes formaban parte de un mecanismo, cada uno de ellos era
una pieza vital para determinar la victoria que podían llegar a
alcanzar y el destino que les deparaba a cada uno de los mortales que
allí luchaban con ansia.
De pronto una voz retumbó por la zona.
Fue algo más que un grito, fue para muchos un atisbo de esperanza
necesario en aquel momento, mientras que para otros infundió el
temor a lo desconocido, el temor al devenir de los acontecimientos.
De cualquier modo, el grito de guerra del archimago se oyó en toda
la zona, indicando que había llegado el momento, el momento de
avanzar, de tomar aquel portal que se erguía orgulloso e imponente a
partes iguales mientras los mortales derramaban un sinfín de sangre
bajo su petrificada sombra.
Un escalofrío recorrió al joven
paladín. Jamás había planeado nada de lo que estaba teniendo
lugar, pero aún así habían formado parte de aquel gran batallón,
sin embargo, una cosa era luchar en el frente y otra muy distinta
cruzar hacia algo que desconocían, hacia aquel peligroso lugar desde
donde el enemigo avanzaba. No hacía falta ser un gran estratega para
saber que era un suicidio.
Garrett fijó la vista en Iridi y
Azurin, que se encontraban cerca de su situación. Ambas habían sido
de gran apoyo estas duras semanas, y sabía que cualquier decisión
que dictaminaran sería infinitamente más sabía de la que él mismo
pudiera tomar. La anacoreta se arrodilló con presteza ante un herido
que permanecía debatiéndose entre la vida y la muerte. Posó sus
manos con delicadeza mientras la luz brotaba rápidamente de ellas
para adentrarse en el cuerpo del humano herido.
-No podéis irrr... no estamos
preparrrados parrra lucharr contra ellos.-Dijo la draenei mientras
continuaba rezando por salvar al humano guerrero.-Si caéis al otro
lado...todo habrrá terrminado...
Sus brillantes ojos se clavaron en los
del joven caminante mientras reflejaba con su mirada aquello que más
temía, aquello que había padecido decenas de veces antes, la
pérdida de sus seres queridos.
Garrett miró a la elfa druida y
asintió. El gesto bastó para que Azurin se transformara rápidamente
en un gran cuervo de plumaje púrpura y alzara el vuelo velozmente por encima de las cabezas de los que componían el campo de batalla.
Voló a gran altura ondeando el cielo
mientras buscaba al resto de sus compañeros. Mientras afinaba su
desarrollada vista observó como las tropas compuestas por soldados
de la Horda y de la Alianza, avanzaban hacia el portal obligando a
retroceder al enemigo. Una sensación esperanzadora recorrió su menudo cuerpo al saber que quizás todavía cabía la esperanza de conseguir
aquello que ansiaban. Tras varios segundos logró encontrar al
primero de todos, el maestro Monlee cruzaba el portal torpemente
atacando desde la retaguardia junto al resto de los héroes que
avanzaban. ''Maldición'', pensó. Debía intentar encontrar al resto
antes de que fuera demasiado tarde. Los nervios y la incertidumbre
recorrieron su encorvado cuerpo mientras agitaba las alas
repetidamente. Entonces fue cuando la vio. A lo lejos Alice se
debatía en duelo con un corpulento orco que prácticamente doblaba el
tamaño de la bruja. El enemigo logró derribar a la humana de una
patada mientras recogía su hacha del suelo y se acercaba
decididamente hasta la joven.
Azurin descendió en picado. Cruzó a
gran velocidad la distancia que la separaba de aquella masa de
luchadores que combatían a muerte. Esquivó el suelo ágilmente a
pocos metros de entrar en contracto con el mismo, para continuar
atravesando con gran destreza los cuerpos que se cernían en la
batalla. Giró varias veces sobre si misma esquivando algún que otro
golpe que aunque no iban dirigidos hacia ella, se cruzaban en su
trayectoria. Agitó las alas tan solo un par de veces más para
obtener un mayor impulso, fijando la vista en el orco que sostenía el
hacha en el aire, con el objetivo de poner fin a la vida de Alice.
Tan solo tenía una oportunidad, una carta en la cual se jugaba no
solo la suerte de su compañera sino la suya propia. La druida agitó
por última vez sus alas mientras colocaba sus garras por delante de
ella, recorriendo los pocos metros que la separaban de su enemigo
hasta arrancar de las manos del orco el hacha que sostenía
obligándole a trastabillar tras unos segundos de forcejeo. Azurin
levantó nuevamente el vuelo tras varios aleteos, cargando con la
pesada arma entre sus garras, dejándola caer en una zona alejada
segundos después. El orco permaneció estupefacto ante la situación
mientras varias bolas de fuego impactaban contra su pecho
calcinándolo instantáneamente.
Alice sacudió rápidamente el polvo de
su toga mientras se apoyaba en su bastón. Observó a lo lejos que
Garrett se acercaba hasta donde se encontraba, mientras que la druida
sobrevolaba aquel mismo lugar.
-Alice, estás bien...¿Dónde está el
resto?-preguntó el caminante del tiempo alterado mientras intentaba
recuperar el aliento.
-El cruzado Strang ha traspasado el
portal, pretendía seguirlo hasta que me alcanzó el orco.
-El pandaren también lo ha hecho, pude
verlo con mis propios ojos.-respondió rápidamente la druida que
había tomado su forma original.
-Debemos encontrarlos...tenemos que
hacer que vuelvan, tan solo aquí estarán seguros.-ordenó el
paladín mientras se reincorporaba.
El grupo cruzó el portal decididamente
sin tener conocimiento de lo que encontrarían al otro lado del
mismo. Sus ojos no daban crédito a lo que se alzaba ante ellos. Una
horda de orcos cubría todo el paisaje hasta donde abarcaba la
vista. Podrían ser cientos o incluso miles, lo que era seguro es que
doblaban sin lugar a duda el numero de los efectivos aliados.
El caótico escenario rodeó a los
miembros de la Orden antes de que pudieran cerciorarse de lo que
realmente estaba teniendo lugar. Los numerosos disparos de fuego, las
explosiones y los enemigos inundaron aprisa su alrededor
estallando ante sus rostros. Ambos se separaron mientras
los soldados de las fuerzas aliadas avanzaban para poner freno a los
enemigos.
Garrett intentó sortear la zona más
peligrosa de la batalla mientras buscaba con la mirada el paradero de
sus compañeros. A lo lejos descubrió al pandaren que aplacaba a un
orco con varios virotes de hielo que se clavaban en el cuerpo del
enemigo. El caminante avanzó rápidamente eludiendo a sus enemigos
hasta que sintió como un golpe le derribaba por completo. Un orco
enemigo embistió al paladín obligándole a caer, provocando que el
delgado cuerpo del humano rodara por el suelo de fría piedra hasta
precipitarse por un peldaño de varios metros de altura. El golpe
agotó el poco aliento que le quedaba al joven, siendo incluso
incapaz de quejarse ante el mazazo que había supuesto la caída. El
paladín hizo ademán de las pocas fuerzas que le quedaban para
incorporarse lentamente y acercarse débilmente hasta donde se
encontraba su escudo a varios metros de distancia. Avanzó lentamente
cuando se percató de que el orco que le derribó había cruzado de un hábil salto, la distancia que cubría desde su
antigua posición.
Garrett caminó rápidamente hasta su
escudo y se aferró a él para hacer frente al enemigo. Observó
detenidamente al orco que se aproximaba pacientemente con una maza de
gran tamaño entre ambas manos. El joven temió no estar a la altura
de su contrincante, había perdido la espada en la caída, y le
inquietaba que el escudo no fuera capaz de detener siquiera el primer
golpe de aquel robusto orco. El enemigo aumento la velocidad del paso
mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro tras emitir un fiero
rugido. Garrett adelantó su pierna derecha a la vez que blandía el
escudo frente a sí mientras que observaba las grandes zancadas del
orco de piel marrón, hasta que algo le obligó a desviar su mirada.
Un enano de piel oscura y pobladas barbas azabache agitaba los brazos
enérgicamente realizando indicaciones que el humano no supo descifrar.
Garrett fijó su vista nuevamente en el orco que alzaba sus fuertes
brazos levantando la pesada maza para abatir al paladín.
De pronto un estruendo ensordeció el
lugar. Una puerta de piedra estalló junto a ellos en lo que fue una
sonora explosión, quebrándola en miles de fragmentos, y provocando
que tanto el humano como el orco salieran despedidos por los aires.
El joven humano rodó por una pendiente
de tierra hallada bastante alejada del portal durante varios minutos
mientras su cuerpo inconsciente giraba hasta topar con tierra llana.
Los numerosos golpes le hicieron perder el sentido durante un largo y
vital tiempo, dejando el cuerpo del paladín bajo la sombra de una
amplia vegetación que resguardaba aquella zona.

Iridi arrastró torpemente al humano
que portaba las armaduras típicas del ejército de la Alianza,
resguardándose junto a él tras un peñasco en las proximidades del
lugar donde aún continuaba la batalla. Centró sus energías en
sanar al soldado, logrando estabilizarlo en pocos minutos. La draenei
desviaba una y otra vez la vista hacia el portal, con la esperanza de
que sus allegados regresaran sanos y salvos, pero aquello aún no
había tenido lugar. Tras varios minutos decidió dejar al soldado en
aquel lugar seguro y avanzó por la zona para sanar a otros de los
heridos. Se arrodilló rápidamente ante un enano que se retorcía de
dolor al haberse fracturado uno de sus brazos. Iridi calmó al enano
mientras rezaba a la luz por sanar las heridas del pequeño soldado.
El dolorido gesto del enano se tornó preocupación cuando sus ojos
se fijaron en uno de sus enemigos que se dirigía hacia ellos. La
anacoreta siguió con la mirada la dirección hacia la cual apuntaba
el enano. El orco clavó su espada en varios de los soldados que se
acercaban a detenerlo, como si nadie pudiese frenar su pasos.
Mientras caminaba envalentonado hacia la draenei, algo en su rostro
se tornó oscuro, obligándole a detenerse. El orco se llevó las
manos al cuello como si intentara desprenderse de algo que no existía
a simple vista, como si algo le asfixiara por dentro. La anacoreta se
percató de que una fugaz sombra violácea rodeaba la garganta del
enemigo, serpenteando hasta las manos de un caballero de la muerte al
que reconoció instintivamente. El imponente humano mantenía su brazo
extendido mientras cerraba su mano con la intención de estrangular
al orco desde la distancia. Mientras el orco agitaba sus brazos en el
aire para vencer aquello que frenaba sus ansias de matar, el joven
Akuo corrió hasta él tras las indicaciones de Ephdel para
rematar al enemigo. El guerrero no tardó siquiera dos segundos
en atravesar con su espada el cuello de su contrincante.
Ambos se acercaron rápidamente hasta la draenei y el enano, ayudando a cargar con el herido para dejarlo a buen recaudo.
-Suerte que hemos llegado a
tiempo.-exclamó Akuo sonriendo ante la sacerdotisa.
-Han crruzado el porrtal... debéis
traerrlos de vuelta...-respondió la anacoreta atropelladamente.
-La batalla aún no ha terminado,
debemos continuar aquí.-insistió el guerrero.
Iridi miró tanto al caballero de la
muerte como a Akuo.
-Irre yo entonces.-dijo Iridi mientras
se incorporaba.
Fue entonces cuando sintió la pesada
mano del caballero de la muerte sobre su hombro. Su gélida mirada
se clavó en los ojos azules resplandecientes de la draenei mientras
permanecía inerte frente a ella.
-Lo haremos nosotros.-rrespondió
-Pero...Ephdel, ¡Llevamos más de una
treintena de orcos a nuestras espaldas!, no podemos detenernos ahora.
-He dicho que lo haremos nosotros.-dijo
el caballero de la muerte mientras agarraba la mandíbula del joven
guerrero con su mano.
Akuo asintió con desgana mientras el
letal dúo reanudaban la marcha hacia el portal.
Iridi observó como ambos se alejaban sin evitar sentir preocupación por ellos. Al igual que en muchas ocasiones antes, se había visto obligada a alejarse de aquellos a los que quería e incluso amaba, y nunca más los había vuelto a ver. Su corazón le susurraba que volvería a verlos, pero su mente sabía que no sería pronto...