(Flashback)
El eco que producían las pisadas del
caballo al entrar en contacto con el suelo de piedra, era uno de los
pocos sonidos que podía oírse por aquellas tierras, acompañado
quizás del graznido de cuervos y otras rapaces que aguardaban con
curiosidad sumergidos en la frondosidad de los árboles. Zephiel
cabalgó pacientemente cruzando aquellos bosques mientras pensaba que
a pesar del paso del tiempo, y de los numerosos sucesos que habían
poblado Azeroth en todos estos años... el norte de los Reinos del
Este seguía estando cubierto de muerte y putrefacción. Los árboles
grisáceos cubrían todo lo que abarcaba la vista, y la vegetación,
aunque había logrado sobreponerse, no dejaba de parecer un tanto
artificial, un tanto...corrupta. Los Bosques Argénteos llevaban años
desolados, abandonados... nadie pisaba aquellas tierras excepto
viajeros, maleantes o algún que otro aventurero descarriado. Ni
siquiera los renegados continuaban habitando esa zona, lo cual en
parte era un alivio tanto para el guerrero como para los suyos, los
cuales durante años habían tenido que resistir numerosos ataques
por parte de éstos para intentar hacerse con el control de Molino
Ámbar.
Zephiel miró hacia el horizonte,
iluminado por los primeros rayos de sol que aparecían allá donde su
vista ya no llegaba a vislumbrar. La ciudad de Entrañas debía
alzarse frente a él, ocultando con su tenebrosa sombra el camino por
el que vagaba, sin embargo, tan solo una torre en ruinas se mantenía
ahora en pie. Donde antes había estado la ciudad de los renegados,
ahora no había más que un agujero en el suelo, además de los
últimos resquicios que denotaban que allí antaño hubo algo más
que lo que ahora podía verse. Un cráter de gran profundidad cubría
el sur de Tirisfal, lugar donde la ciudad se había venido abajo
misteriosamente, sepultando consigo a gran parte de aquella
abominable raza. Sin embargo... la muerte jamás se detiene, y los
supervivientes renegados habían partido en busca de un nuevo o
quizás añorado hogar: Stratholme, donde habían hecho de sus
restos, su principal capital.
Las largas horas a caballo habían
bastado para que el sol se alzara imponente frente al guerrero,
cegándole durante gran parte de su recorrido. Ni un alma se había
cruzado en su camino en el día y medio de viaje que había sufrido
desde su partida desde el Molino. El guardián Marther Strang había
insistido en requerir la ayuda de un mago para facilitarle su
travesía, pero el guerrero se había negado tajantemente, ahora ya
no había peligros ocultos entre las sombras por aquellos lares, y
aunque el paisaje no era extremadamente fascinante como para
disfrutarlo, Zephiel había preferido cumplir su llamada en solitario
y marcado por sus propios pasos. El Molino Ámbar había dejado de
ser lo que era hacía mucho, quizás tanto que ya ni él ni sus
compañeros lograban asegurar cuando había tenido lugar esa
transformación. Los restos de aquel mágico lugar, construidos en
madera, la cual se iba pudriendo y desmoronando con el paso del
tiempo, había dado lugar a un pequeño pero acogedor fuerte erigido
en piedra, donde no solo cualquier miembro de la Orden o del Kirin
Tor, sino cualquiera que perteneciese a la Alianza o a una facción
neutral, podía hacer parada allí y disfrutar de una gran acogida y
aquello cuanto fuera necesario. El gran fuerte cubierto de grandes
piedras blanquecinas como el mármol, la gran torre de magos o
incluso la taberna, hacían de aquel enigmático lugar un punto de
descanso que animaba cada noche y cada día gracias al bullicio de
los numerosos viajeros y habitantes que lo poblaban.
Ónice resopló sonoramente indicando
al guerrero cual era su nivel de agotamiento por el incesable avance.
Zephiel acarició el cuello del caballo color grisáceo oscuro,
dándole varias palmadas y prometiéndole que no quedaba mucho hasta
llegar al lugar al que se dirigían. Tan solo poco más de una hora
le permitieron descubrir la excepcional ciudad de Nueva Gilneas,
donde había sido enviado a acudir en nombre de la Orden. La ciudad,
situada al norte de Tirisfal, había sido construida sobre los
cimientos de las tierras que habían formado parte de los Escarlata.
La derrota definitiva de éstos, sumada a la catástrofe de Entrañas,
habían favorecido la situación para que la Alianza se adueñara de
uno de los lugares militarmente más estratégico al norte del
continente. La guerra contra los renegados duró años, sin embargo,
una extraña e inesperada tregua mediada entre ambos bandos, por
parte de la Cruzada, permitió a los no muertos ocupar parte de
tierras de la peste tomando allí su nueva capital. Los huargen
habían demostrado ser un pueblo con coraje y valor, y aunque tan
solo una parte de su gente habían decidido dar una oportunidad a la
nueva ciudad, aún quedaban algunos que miraban con recelo la nueva
urbe, temiendo que tarde o temprano cayese nuevamente como había
ocurrido tiempo atrás, o lo que era peor, que sus murallas
terminaran por comenzar una vez más nuevas disputas con sus aliados.

Nueva Gilneas no era más que una mera
imitación de lo que había sido su predecesora, sin embargo, los
edificios, el ambiente y la posición geográfica en la que se
encontraba, hacían de ella una versión más radiante y luminosa que
la que ahora se sumía en ruinas. Zephiel recorrió a caballo las
amplias calles, donde a esas horas del medio día, eran cubiertas por
un gran alboroto y gentío que se dedicaban a sus quehaceres
rutinarios. El guerrero se percató de que todos allí adoptaban su
forma lupina, haciéndole sentir un extraño entre ellos. Aún así
los lugareños no reparaban siquiera en él, no era de extrañar que
miembros del resto de razas aliadas visitaran la ciudad
ocasionalmente, y más cuando su creación aún era reciente. Zephiel
continuó serenamente hasta detenerse ante un gran edificio,
suponiendo que debía tratarse del ayuntamiento de la ciudad.
El humano esperó pacientemente en el
vestíbulo, tal y como le había indicado un anciano huargen que
posiblemente se encargaba de los asuntos relacionados con la
administración. Zephiel peinó sus cabellos castaños con los dedos
para rehacer de nuevo la cola que mantenía su larga cabellera
recogida. Esperó mientras caminaba en círculos por el descansillo,
reparando en cada detalle de aquel lugar. Si bien, aunque el guerrero
había visitado la ciudad en alguna ocasión, e incluso había
luchado durante un tiempo en la guerra que había supuesto, nunca
había visitado la metrópolis con suficiente tiempo como para
centrarse en aquello que para otros pasarían desapercibido.
Una gran puerta se abrió dejando ver
al anciano que anunció al guerrero que ya podía pasar. Zephiel
asintió y rápidamente asió su talega y se adentró tímidamente en
la sala, oyendo segundos después de como el huargen se marchaba
cerrando la puerta tras de sí. La teniente Thorn levantó la mirada
de sus escritos fijándose en la presencia del humano. La huargen
manteniendo su forma humana sonrió y se puso en pie rápidamente,
apartando hacia un lado la larga trenza que reposaba sobre su hombro.
-Vaya.-dijo la huargen.-Esto si que es
toda una sorpresa.
-Espero que buena, teniente.-dijo
Zephiel dibujando una sonrisa en su rostro mientras se acercaba hasta
el amplio escritorio cubierto de pergaminos y libros.
-Comandante.-corrigió.
-Pensé que había confianza como para
dejar a un lado las formalidades, Alexia.
-Tranquilo Zephiel, siéntete como en
tu casa.-dijo Thorn mientras le indicaba que tomara asiento.- Es solo
que me esperaba que viniera el cruzado, o quizás el pandaren.
Después de que rehusaras durante tantos años las invitaciones...
-El maestro Monlee ya no forma parte de
la Orden en el Molino, se encarga de algo mayor.-interrumpió Zephiel
algo nervioso.-Y Marther,... está demasiado ocupado con sus
asuntos...-mintió.
-Osea que te has visto obligado a
venir.-añadió Alexia en tono de burla.
-Realmente no, podría haber venido
Alice o James.-respondió.-Pero me apetecía hacerte una visita.
-¿Después de cinco años?... Es
curioso, y más curioso es que supieras que yo estaría aquí,
sobretodo cuando ni siquiera sabias que me han nombrado comandante...
-Tuve un presentimiento.-dijo el humano
tras una sonrisa.-Aun así supongo que no estoy aquí para hablar de
mi, ¿Me equivoco?
-Tan esquivo como siempre...
Zephiel comenzó a sentirse cohibido,
cosa que no era normal en él. Antes de partir había barajado la
posibilidad de encontrarse con Alexia, sin embargo, ni en la misiva
que habían recibido, ni tampoco en las palabras del cruzado, habían
comunicado que el encuentro sería expresamente con ella. Aunque años
atrás la relación entre ambos había sido algo más estrecha, las
cosas habían terminado por torcerse, dejando esos recuerdos
enterrados años atrás.
-Aun así tienes razón... no te he
hecho venir para verte, y menos expresamente a ti.-continuó la
comandante a lo cual Zephiel enarcó una ceja ante el comentario de
la huargen..- Tenemos un pequeño problema entre manos, y esperaba
que después de la ayuda que os ofrecimos con el asunto del Molino...
podríais devolvernos el favor.
-Pensé que con nuestra colaboración
cuando os enfrentasteis a los renegados... la deuda estaba cubierta.
-Es posible...-improvisó Alexia, que
había olvidado por completo ese aspecto.-Pero bueno, sabéis que
Nueva Gilneas abastece en muchos aspectos vuestra base, y que gracias
a nuestra posición... pocos se atreven a asaltaros, haciendo de
vuestro hogar un lugar seguro...
-Molino Ámbar ha resistido ahí desde
antes incluso de que cayera la primera Gilneas.-recalcó Zephiel
frunciendo el ceño.-Aún así te conozco lo suficiente para saber
que no cederás en tu intento de pedirnos algún favor, así que ve
al grano.
-Está bien, está bien.-respondió la
huargen.-Verás, resulta que tenemos un problema. A pesar de que
hemos resistido las adversidades que refrenaban lo que... hemos
logrado.-dijo señalando a su alrededor mientras se refería a la
ciudad.- Hay algo que se nos escapa de las manos.
-¿De qué se trata?
-No muy lejos de aquí, hay unas
tierras que pertenecen a un humano de clase noble.-Alexia extendió
varios pergaminos hacia el guerrero.- El caso es que dentro de sus
tierras se halla un pequeño puerto... que como comprenderás, nos
sería bastante útil para la ciudad. Es cierto que al norte de aquí
se encuentra el mar, pero la altitud a la que se encuentra la ciudad
hace que sea demasiado laborioso crear tanto una ruta de escape como
un camino para transportar cargas y bienes. Sin embargo, el puerto
del señor Darkhollow sería... ideal si pudieran ser de uso y
disfrute para Nueva Gilneas.
-Entiendo, pero, ¿Qué tenemos que ver
la Orden en todo esto?
-Tanto los míos como yo, hemos
intentado convencerlo de un sinfín de formas, pero el problema es
que se niega a ceder. No aceptará oro, ni favores, ni nada que se le
parezca. Un ''no'' rotundo es la única respuesta que hemos recibido
de él en cada uno de nuestros intentos.
-¿Me estás pidiendo que lo
mate?-preguntó Zephiel extrañado.
-¡No, claro que no!-exclamó la
comandante.- La razón por la que ni siquiera nos escucha... es
porque somos huargen. Por eso he pensado que quizás con vuestras
palabras entre en razón, además es un mago bastante cualificado...
o eso parece, quizás después de todo encontréis un nuevo miembro
para vuestra causa. Sobretodo... ahora que como bien has dicho, el
pandaren mago os ha dejado.
-No tengo claro en que momento de la
conversación el favor que os íbamos a hacer se ha convertido en un
favor que nos estáis haciendo a nosotros...
-Vamos Zephiel, no lo veas así...
míralo como algo con lo que todos ganamos.
-Te conozco lo suficiente como para
saber que a pesar de ayudarte, te seguiremos debiendo una...
-Entonces me conoces bien, pero después
de todo eso es lo de menos...¿Nos ayudarás?-preguntó la comandante
impaciente.
-¿Qué ocurre si no recapacita? Si no
cede... no creo que pueda hacer mucho más que convencerlo con mis
palabras, a no ser que...
La puerta se abrió de repente
interrumpiendo la tensa conversación que ambos mantenían. Tanto
Alexia como Zephiel se pusieron en pie rápidamente. La comandante
frunció el ceño, aunque ya estaba acostumbrada a las
interrupciones, no dejaba de ser algo que detestaba tremendamente.
Sin embargo su rostro de enfado se transformó drásticamente cuando
un niño cruzó la estancia corriendo hasta ella. El guerrero siguió
con la mirada al crío que abrazó a la huargen sin dudarlo un
segundo. Tras el pequeño, un hombre entró también en la sala, sus
cabellos rubios y su poblada barba hacían juego con su tez pálida.
-Thomas, ¿Qué te he dicho mil veces
de ir corriendo por aquí armando jaleo?-recriminó Alexia.
-Lo siento... se me escapó de entre
los brazos y no pude detenerlo.-dijo el humano que asintió en forma
de saludo ante Zephiel.
-Oh, Zephiel, este es mi marido Baros
Alexston.-anunció la huargen
El guerrero ni siquiera se sorprendió,
ya que la noticia había volado tan rápido como el viento cuando
ambos se habían comprometido años atrás.
-El famoso arquitecto supongo.-dijo el
guerrero mientra estrechaba la mano al humano.
-¿Famoso?...Tampoco creo que sea para
tanto.-respondió Baros con una carcajada.
-Baros, él es el señor Daroudji, uno
de los guardianes de Molino Ámbar.
-Vaya...te doy mi más sincera
enhorabuena, ver en lo que se ha convertido ese lugar... es toda una
proeza.
-Hacemos lo que podemos para que sea un
lugar seguro.
-Y estoy seguro de que vuestros
esfuerzos se ven gratamente recompensados.-añadió el arquitecto.
-Thomas, es de mala educación no
saludar a los invitados.-espetó Alexia.
El niño se acercó hasta el guerrero,
que se acuclilló para estar a la altura del pequeño, cuando el
pequeño Thomas saludó tímidamente. Zephiel observó al crío con
curiosidad mientras despeinaba sus cabellos azabache en forma de
saludo.
-¿Podéis esperar abajo?-preguntó
Alexia a Baros.-No creo que tardemos mucho más aquí.
-Esa era la intención que
tenía.-respondió el arquitecto.-Pero Thomas está más nervioso de
lo normal... con eso de que es su cumpleaños.
-Así que es tu cumpleaños...-dijo
Zephiel que aún permanecía agachado.-¿Cuántos cumples?
-Cinco años.-dijo el pequeño
-Vaya,...ya estás hecho todo un
hombretón.
-Thomas, no molestes al señor
Daroudji.-dijo la comandante y seguidamente el niño se acercó a su
padre agarrándole de la mano.
-Espera un momento.-dijo Zephiel
haciendo un gesto a la huargen para que entendiera que no era
molestia alguna.-Creo que tengo un regalo para ti.-anuncio a la vez
que buscaba en el interior de su talega.- Debe de estar por aquí...
Thomas miraba con curiosidad mientras
permanecía impaciente, ilusionado por aquel misterioso regalo.
-Aquí lo tengo...
Zephiel enseñó al pequeño una figura que extrajo de su bolsa. La estatuilla tenia la apariencia
de un cuervo, tallado en madera cobriza, el cual poseía cada uno de
los detalles y características que podía poseer un anima así,
haciendo que fuera tan perfecta como realista.
-¿Ves esta figura? Es un cuervo.-dijo
el guerrero.-Me lo regaló un amigo, me dijo que me traería
suerte... y hasta ahora lo ha hecho.
Zephiel le entregó el regalo al crío.
-Quiero que te lo quedes, así te
traerá suerte a ti a partir de ahora.
-Pero... pero... es tuyo...-dijo
Thomas.
-No te preocupes, cuando vuelva a casa
le diré a mi amigo que me haga otro igual.
El niño asintió agradecidamente
mientras miraba con sus ojos verdes, la estatua ensimismado.
-Creo que esperaremos abajo a que tu
madre termine.-dijo Baros, y seguidamente ambos abandonaron la sala.
Zephiel no pudo reprimir un suspiro
mientras observaba al pequeño marchar.
-¿Cinco años?-preguntó el guerrero
mirando a la huargen con el ceño fruncido.-¿Tuviste un crío hace
cinco años?
-Tranquilo, no es tuyo.-respondió
Alexia bajando considerablemente el tono de su voz.
-¿Cómo puedes estar tan segura?
¿Cómo...?
-Baja la voz...-ordenó.
El guerrero cerró los ojos
masajeándose la frente.
-Zephiel, no es tuyo y punto. Además,
aunque lo fuera... él ya tiene un padre, uno que puede mantenerlo y
encargarse de él, cosa que tu... no puedes.
-Eso no significa nada...
-¡Eso lo significa todo
Zephiel!-exclamó.-Mira... no voy a tener esta conversación
contigo... y menos después de todo este tiempo.
-Está bien, no soy quien para meterme
en tus asuntos. He pillado la indirecta.
Zephiel cogió los pergaminos sobre el
asunto de las tierras de Azrhael Darkhollow y los metió en su bolsa
arrugando parte de ellos, seguidamente cargó con su bolsa al hombro
y abandonó la sala malhumoradamente.
Los rayos del sol se filtraron a través
de las cortinas que intentaban fallidamente cubrir el ventanal. El
reflejo golpeó el rostro del joven mago que cerró aun con más
fuerza sus ojos mientras se cubría con la sábana por encima de la
cabeza para seguir durmiendo unos minutos más. Varios golpes sonaron
en la puerta y Thomas reaccionó rápidamente abriendo los ojos y
echando a un lado la ropa de cama entre la que se escondía del la
luz matinal. El joven huargen recorrió la distancia que lo separaba
de la puerta para seguidamente abrirla. Thomas no encontró a nadie
al otro lado, así que se asomó confiadamente para ver si se trataba
de una broma de mal gusto, sin embargo a sus pies encontró una
pequeña caja de madera. Tras cerrar la puerta de nuevo, el mago se
sentó en el regazo de su cama con el objeto entre sus manos. Su
corazón palpitaba de emoción, sabía que era un regalo ya que era
el día de su cumpleaños, pero además estaba seguro de quien
provenía tal detalle. Thomas abrió la caja con cuidado,
deteniéndose en cada una de las particularidades y grabados de la
misma, y fue entonces cuando en su interior encontró una figura de
madera. Los dedos del joven se aferraron a ella extrayéndola de su
interior, mientras que su rostro sonreía de alegría al verlo. Era
un lobo, tallado en madera, un fuerte y fiero lobo que parecía estar
en posición de ataque. Thomas sabía que las habilidades de Zephiel
a la hora de esculpir quedaban lejos de las de James, pero sin
embargo, para el joven mago, aquellas figuras eran el regalo perfecto
e insuperable por ningún otro. El joven huargen se levantó de su
cama y caminó hasta una estantería llena de libros, mientras se
percataba de que en la cama contigua su amigo Khairos comenzaba a
despertarse.
-Felicidades Thomas.-dijo el sacerdote
mientras se desperezaba.
-¡Gracias Khai!
-¿Es un regalo?-preguntó el joven
mientras observaba con curiosidad la figura.
Thomas asintió mientras colocaba la
estatuilla del lobo en la estantería, junto a al menos media decena
que componían su colección.
-¿Quién te lo ha regalado?
-Mi... padre.-contestó el joven
huargen en lo que fue un susurro casi inaudible
-¿El arquitecto?-preguntó Khairos
dubitativamente.
-No, él no..., me refiero a alguien...
que realmente se preocupa por mi como si lo fuera.-Thomas hizo una
pausa.-Alguien que me quiere más que si fuera su propio hijo...
Khairos asintió en silencio, él más
que nadie sabía lo que era tener un padre al que no podía ver
nunca, y que nunca había estado ahí cuando lo necesitaba, sin
embargo, el joven sacerdote se sorprendió de la madurez con las que
el pequeño Thomas había escogido sus palabras, y lo parecida que
podían llegar a ser sus historias después de todo.
El joven mago observó cada una de las
figuras que habían sido objeto de regalo un año tras otro. Un
cuervo, un caballo, un búho,... sin embargo esta era especial, era
un lobo, y sabía qué era lo que significaba. Quisiera él o no, el
tiempo pasaba y ya había dejado de ser un torpe lobezno para
convertirse en alguien capaz de luchar junto a los suyos, luchar como
lo haría un lobo de los de verdad, por los suyos, por su manada, por
la Orden.