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En aquel momento Velen alzo las
manos al cielo sosteniendo el cristal Ata'mal. No transcurrieron ni
dos segundos cuando una cegadora luz emergió del mismo. Una vez los
ojos de todos lo presentes se acostumbraron al resplandor pudieron
observar atónitos cómo una cúpula dorada se erigía alrededor de
su campamento y cómo aquel gran cristal dio paso a una hermosa gama
de colores; cual arcoiris tras una benigna lluvia, el cristal se
había fragmentado en siete partes. Siete hermosos fragmentos.
Velen bajó las manos lentamente
mientras observaba la gran cúpula. En su mente habló una hermosa
voz. -Como te prometimos, Velen de los Eredar, hemos venido a
salvaros- De la nada surgió una inmensa nave formada, aparentemente,
de piedras preciosas. Tan perfecta y triangular que no podía ser
verdad.
Velen suspiró aliviado al haber
encontrado la salvación para su pueblo. -No te olvides de los
cristales, mi querido amigo. Recuerda llevarlos contigo- Le susurró
aquella voz al Profeta.

Cuando todos y cada uno de aquellos
nobles eredar entraron en la misma, desapareció para no volver nunca
más.
Los corazones puros tuvieron
recompensa a sus plegarias. Los corazones ávidos de poder fueron
corrompidos y despojados de toda voluntad...
Así es como recordamos nuestra
historia y así es como debe ser contada...
-Contadme más
sobre nuestro pasado y ese maravilloso cristal, Anacoreta Iridi. Por
favor- Le rogó Dornaa con un tono meloso mientras juntaba las palmas
de las manos y se ponía de puntillas.
Iridi abrió sus
ojos y acarició el suave pelo de la huérfana a la vez que sonreía.
-Está bien, mi pequeña niña, pero luego irás a la cama- Dijo
Iridi con su suave voz. Dornaa asintió. La educación draenei se
basaba en el respeto mutuo y, máxime hacia aquellos de mayor edad, los cuales son reverenciados y consultados con frecuencia.No tenía por qué preocuparse. -Os lo prometo- Dornaa sonrió.
Iridi se dispuso a
proseguir con otro relato:
Después de muchos, muchísimos años
de viaje por varios planetas; ya no recuerdo ni cuántos años ni
mundos dejamos atrás... aterrizamos en un vasta y hermosa tierra.
Aquel lugar no poseía nombre en las lenguas locales, por lo que
decidimos ponerle uno, Draenor. Construímos grandes y hermosas
ciudades, comerciamos con los habitantes del lugar, aprendimos muchas
cosas de ellos, pudimos verles evolucionar...Pero esa es otra
historia. Has de saber que en aquellas tierras había criaturas
feroces, pero no deseábamos acabar con ellas por el hecho de serlo,
no somos quien para acabar con alguien por su naturaleza, ya sea
violenta o no. Es por eso que decidimos ocultar nuestra ciudad para
no alterar aquel lugar en concreto; nuestro Profeta decidió utilizar
uno de aquellos hermosos cristales para no molestar a las criaturas
conocidas como ogros. Y así fue como la gran ciudad de Telmor fue
ocultada gracias a Sombra de hoja, uno de los fragmentos Ata'mal.
Dornaa dió un
suspiro de sorpresa y abrió sus relucientes ojos de par en par.
Iridi acarició su cara y prosiguió su relato.
Nuestro pueblo prosperó gracias a
los consejos de nuestro líder y al buen uso de los cristales,
cristales que descubrimos que fueron entregados por los naaru a
nuestros ancestros muchos años atrás. Mientras los naaru nos tengan
en sus bendiciones nuestro pueblo florecerá... Pero como iba
contando -Iridi sonrió- Desde el sagrado templo de Karabor, faro de
la Luz y de nuestra fe, el Profeta guardaba los cristales y hablaba
con los naaru. Todos los años partíamos en procesión hasta las
lejanas tierras de Nagrand para, recibir la bendición del naaru que
permanecía en la nave de la salvación (Oshu'gun) ¡Qué glosiora visión, ver cómo aquella perfecta montaña triangular despuntaba entre las laderas! Nuestro amado
Velen siempre ha estado en comunión con K'ure gracias al fragmento
Canción del espíritu...
Dornaa yacía
dormida, apoyada en el hombro de Iridi, mientras con una mano, se
agarraba a una de las largas mangas de la sacerdotisa. -Mañana
tendremos más- susurró Iridi. La anacoreta cogió con delicadeza el
menudo cuerpo de la niña y lo llevó hasta su cama, donde la arropó
y acarició de nuevo su cara. -Que los naaru te bendigan, mi niña-.
Escrito por Iridi